Percy Jackson y el ladrón del rayo V

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Grover se incorporó.

—¿Q-qué es ese ruido?

Annabeth también lo oía.

—El Tártaro. Ésta es la entrada al Tártaro.

Destapé Anaklusmos. La espada de bronce se extendió, emitió una débil luz en la oscuridad y la voz malvada remitió por un momento, antes de retomar su letanía. Ya casi distinguía palabras, palabras muy, muy antiguas, más antiguas que el propio griego. Como si…

—Magia —dije.

—Tenemos que salir de aquí —repuso Annabeth.

[...]

Un aullido iracundo retumbó desde el fondo del túnel. Alguien no estaba muy contento de que hubiésemos escapado.

—¿Qué era eso? —musitó Grover, cuando nos derrumbamos en la relativa seguridad de una alameda—. ¿Una de las mascotas de Hades?

Annabeth y yo nos miramos. Estaba claro que tenía alguna idea, probablemente la misma que se le había ocurrido en el taxi que nos había traído a Los Ángeles, pero le daba demasiado miedo para compartirla. Eso bastó para asustarme aún más.

[...]

En el centro del jardín había un huerto de granados, cuyas flores naranja neón brillaban en la oscuridad.

—Éste es el jardín de Perséfone —explicó Annabeth—. Seguid andando.

Entendí por qué quería avanzar. El aroma ácido de aquellas granadas era casi embriagador. Sentí un deseo repentino de comérmelas, pero recordé la historia de Perséfone: un bocado de la comida del inframundo y jamás podríamos marcharnos. Tiré de Grover para evitar que agarrara la más grande.

[...]

—Bueno, chicos —dije—. Creo que tendríamos que… llamar.

Un viento cálido recorrió el pasillo y las puertas se abrieron de par en par. Los guardias se hicieron a un lado.

—Supongo que eso significa entrez-vous —comentó Annabeth.

[...]

Annabeth se aclaró la garganta y me hincó un dedo en la espalda.

—Señor Hades —dije—. Veréis, señor, no puede haber una guerra entre los dioses. Sería... chungo.

—Muy chungo —añadió Grover para echarme una mano.

—Devolvedme el rayo maestro de Zeus —dije—. Por favor, señor. Dejadme llevarlo al Olimpo.

Los ojos de Hades adquirieron un brillo peligroso.

—¿Osas venirme con esas pretensiones, después de lo que has hecho?

Miré a mis amigos, tan confusos como yo.

—Esto… tío —dije—. No paráis de decir «después de lo que has hecho». ¿Qué he hecho exactamente?

[...]

—Tú robaste el rayo durante el solsticio de invierno —dijo—. Tu padre pensó que podría mantenerte en secreto. Te condujo hasta la sala del trono en el Olimpo y te llevaste el rayo maestro y mi casco. De no haber enviado a mi furia a descubrirte a la academia Yancy, Poseidón habría logrado ocultar su plan para empezar una guerra. Pero ahora te has visto obligado a salir a la luz. ¡Tú confesarás ser el ladrón del rayo, y yo recuperaré mi yelmo!

—Pero… —terció Annabeth, desconcertada—. Señor Hades, ¿vuestro yelmo de oscuridad también ha desaparecido?

—No te hagas la inocente, niña. Tú y el sátiro habéis estado ayudando a este héroe, habéis venido aquí para amenazarme en nombre de Poseidón, sin duda habéis venido a traerme un ultimátum. ¿Cree Poseidón que puede chantajearme para que lo apoye?

Percabeth a través de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora