- Nat... - se levantó, buscó sus labios y la besó con tanta pasión que ambas volvieron a estremecerse - ¿tanto te preocupa lo que tienes que contarme?

- Lo que me preocupa es que no seas capaz de perdonarme – fijó sus temerosos ojos en ella.

- Nat... no sé de qué me hablas cuando me pides que te perdone aunque puedo imaginarlo, pero si hay alguien que tiene que pedir perdón aquí soy yo, no tú, mi amor. Tú, no.

- No, no... no, cariño...

- Sí. No te llamé cuando murió tu padre, te exigí que no escribieras, ni llamaras cuando me moría por dentro si no lo hacías y... todo por cobarde. Por no saber qué hacer. Lo que ocurrió en el zulo... me marcó mucho más de lo que creía... me obsesioné con que iban a matarte delante de mí y... no soportaba la idea de verlo otra vez y... no podías venir aquí porque nos matarían a las dos... por eso era brusca contigo, por eso quería que me olvidaras y te quedaras allí.

- Alba...

- Oscar sabía todo y yo... no podía declarar contra ti... lo prometí, pero no podía y... llamé a Isabel... pero... - sus palabras salieron atropelladas, nerviosas, inconexas, necesitaba decirle todo aquello que había callado. Todo lo que la ahogaba noche tras noche – no quería que vinieras... porque no quería que te pasara nada, él me dijo que...

- Chist... lo sé todo. No tienes que contarme nada. Soy yo la que te he mantenido al margen de esta loca idea, por tu seguridad y... también por la mía. Aunque esperaba que mi última carta te hiciera ver la luz... que recordaras lo de la estrella, y supieras que iba a venir a por ti.

- Esas cartas no las recibí. Solo después de detener a Oscar, Sara me las hizo llegar, y fueron un regalo, pero también una tortura porque estabas muerta y yo ya no podía responderte.

- Lo siento... siento mucho... como ha pasado todo...

- ¡No! soy ya lo que debe disculparse, la que siente ser tan cobarde, la que...

- Chist...

- Nat... ¿cómo puedes estar aquí, así, conmigo... después de cómo me he comportado?

- Te quiero, eso es lo único que me importa.

- Pero... ¿cómo has podido perdonarme? ¿Cómo puedes olvidar cómo te hablé, cómo te traté, cómo te dejé de nuevo? Cada vez que leía esas cartas... - se levantó del sillón, nerviosa, y comenzó a pasear por la habitación.

Natalia la seguía con la mirada e intentaba tranquilizarla con sus palabras.

- No tenías más opciones. Y si las tenías, no fuiste capaz de verlas. La culpa no es tuya, sino mía. Yo era la que estaba metida, sin quererlo, en todo este lío, y te metieron a ti de rebote, para hacerme daño, para hundirme, pero solo gracias a ti y a tus palabras veladas no lo consiguieron.

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