Capítulo 4

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Paula era una guitarrista de lo más competente. En un mes había cogido los pocos temas propios de Cobalt y les había dado la vuelta como había querido y su presentación gustó mucho a los demás miembros. Tenían una gran química entre todos y con quién más disfrutaba tocando era con Carlos, al punto de que ninguno de los dos se atrevía a llamarse el guitarrista principal, a pesar de que era Paula quien hacía la mayor parte de los solos. El gran problema seguía siendo su equipo, una guitarra que era mucho peor de lo que había descrito, cuya afinación duraba apenas unos minutos y las cuerdas demasiado separadas del mástil, que a su vez, cedía con demasiada facilidad al apretarlo. Para aquel segundo ensayo, Carlos había rescatado su vieja Pacifica de casa de sus padres, así que la pobre Paula estuvo a punto de desmayarse al tocar una guitarra apta para el resto de los mortales. Y así fueron pasando los ensayos y poco a poco, fue soltándose con el resto del grupo y cogiendo confianza con ellos, aunque Serj notó que siempre parecía ir con mucho cuidado sobre el terreno, como si de alguna forma no dejase de mirar por dónde pisaba, aunque cada paso que diera lo hiciese con una determinación arrolladora. A veces, se quedaba bloqueada o atascada en alguna parte que creía que podría hacer mucho mejor, sobre todo en esos toques personales que tendía a darle a las canciones. A veces, ese perfeccionismo ponía de los nervios a los demás, sobre todo en los días malos. Entre semana, no le daba mucho tiempo a ensayar, por lo que acababa por darlo todo en las pocas horas en que estaba con el grupo. Cuando llevaba un par de meses ensayando con Cobalt, dejaron el local de ensayo y se trasladaron a la casa de Serj y Carlos, donde por fin habían terminado de montar su propia sala de ensayo, bien insonorizada. Llevaban con ese proyecto muchos meses y habían invertido buena parte de sus ahorros comunes para la casa.

Gracias a eso, le dieron la oportunidad a Paula para pasar más horas con ellos algunas semanas sin necesidad de gastar más dinero que alguna cena a pachas a domicilio o unas cervezas después. A pesar de tener más tiempo, Paula seguía practicando como si no hubiese un mañana, como si tratara de recuperar un tiempo perdido o algo así. Pero era buena, muy buena como para haber perdido algo, siquiera.

—Pau, recuérdame cómo aprendiste a tocar —le preguntó un día Carlos, entre canciones.

—Eh, pues estuve un par de años o tres en una academia en mi barrio y el resto de forma autodidacta, ¿por?

—Porque como vuelva a oír cómo te insultas por lo bajo te parto la guitarra en la cabeza.

—¿Monty? —preguntó ella, totalmente perpleja.

—¿Paula? —le devolvió el nombre.

Franky se metió, entonces.

—¿Qué coño te pasa para que en todos los ensayos oigamos cómo te pones de zopenca para arriba?

—Lo siento, intentaré no murmurar tanto —se quejó Paula.

Franky puso los ojos en blanco y se levantó de la banqueta para ponerse a la altura de ella, que estaba apoyada en un amplificador sin usar.

—Franky, tío, lo siento, trataré de... —Paula tuvo que parar al ver cómo Franky le daba unos toques muy leves con una baqueta en la cabeza. Lo pillaron todos a la primera.

—¿Está superado? —preguntó Franky.

—¿Qué? —preguntó Paula, su voz sonando algo asustada esta vez.

Los tres aguantaron la respiración medio segundo. Paula dejó caer los brazos y dudó algo antes de responder.

—Claro —dijo.

—Franky, no creo que tenga que ver... —empezó Carlos.

—¿Te acuerdas de Luci? —dijo Franky volviéndose hacia él.

CobaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora