—Te quiero.

—Entonces, vivamos lo que sentimos.

—No es tan fácil como suena.

Toma su bolso, que había dejado sobre la mesa, y se levanta. No obstante, no soy capaz de dejarla marchar. Camino hasta quedar frente a ella y observo con detenimiento sus facciones cansadas. Coloco mis manos a ambos lados de su rostro, consciente de que esta podría ser la última vez que la toque.

—Debo irme —murmura.

Desliza una mano sobre la mía y la aparta de su cara.

No me atrevo a girarme para verla marchar. Solo escucho sus pasos y el portón abriéndose. Luego, la respiración me pesa. El aire se vuelve más denso.

🌪️🌪️🌪️

El silencio es abismal, solo roto por el clic constante del ratón en la portátil.

He pasado las últimas horas de la tarde sentado en el sofá de la terraza. Reviso anuncios de empleos en sitios web y en los periódicos esparcidos sobre la mesa de mimbre. Ha sido frustrante, porque necesito un trabajo de medio tiempo debido a mis estudios, lo cual lo hace más difícil.

No obstante, no me rendiré. Trabajaré y realizaré un curso de capacitación en farmacéutica. Con esa preparación, podré encontrar algo más adecuado en el futuro. No es lo que estudiaré en la universidad, pero me gusta.

Empezaré de cero y lo haré bien.

—¿Qué haces? —pregunta Adnan, quien ha aparecido sin que me diera cuenta.

Cierro la laptop y clavo mis ojos en él. Luce bastante pesantivo.

—¿Alguna novedad? ¿Pudiste hablar con Hanna?

—No tuve valor para enfrentarla. —Se aparta el cabello del rostro—. No sé ni qué decirle. No me salen las palabras.

—¿Por qué no le escribes un mensaje al menos? ¿Por qué te cuesta tanto hablarle?

—No sé si un mensaje sea suficiente. —Hace una pausa y su mirada se pierde en algún punto del atardecer—. ¿Y si me ignora? ¿O peor, si me responde y me dice lo que temo escuchar?

—Al menos tendrías una respuesta, ¿no crees?

—Sí, pero a veces... —su voz se quiebra un poco—, es más fácil vivir con la duda que con la certeza de que lo arruiné todo.

—¿Y qué es lo peor que podría pasar?

—Que me diga que me odia —Suelta una risa amarga, casi imperceptible—. Khai, la traté de una forma muy miserable. Ella me necesitaba, pero me encerré en mi orgullo.

—Creo que será peor si no haces nada por ella, ahora que sabes lo que le ocurrió. Se sentirá sola... tal vez. Pensará que no te importa. Tienes que arriesgarte.  Debes mostrarle apoyo. Quedarte callado no te va a llevar a ningún lado.

—Tal vez tengas razón —murmura, sin mucha convicción.

Toma aire, como si estuviera preparándose para una gran batalla. Pero no dice nada, solo asiente, y en ese gesto, veo la incertidumbre que lo carcome.

—No dudo que debe pensar que la rata de Fabián me convenció. No quiero que crea que estoy de su lado.

—Por cierto, ¿todavía no ha regresado? —le pregunto. Ayer me dijo que, tras nuestra confrontación, cuando llegó a su casa, Fabián ya no estaba. Ni siquiera su ropa seguía en el clóset. Huyó.

—Ni sus luces. —Aprieta los puños—. Y de verdad espero que no regrese. Con la rabia que cargo, soy capaz de... lo imaginable.

—Espero que de verdad esté lejos y no ande por ahí al asecho. Me preocupa Hanna.

—Creo que está en la ciudad San Francisco, en casa de unos tíos. ¿Qué hay de Hanna? ¿Tú sí has hablado con ella?

—Estuve en su casa esta tarde. Sun y yo intentamos convencerla de que presentara una denuncia, pero no logramos nada. Ella está negada, dice que no vale la pena y tiene miedo.

Frota su cara, como si quisiera arrancarsela. Se levanta y coloca sus manos en la barandilla. También me pongo de pie y poso una mano en su hombro.

—¿Qué te parece si damos un paseo en la playa? Así aclaramos nuestras mentes —sugiero. La interacción mía y de Ros de hace unas horas vuelve a golpearme como un rayo—. No te lo he contado, pero hablé con Ros.

—¿Hablaron? ¿Qué pasó? ¿Pudieron arreglarse?

—Te explico en el camino.

FINAL DE CAPITULO

Azares del destino [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora