Capítulo 8

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Un sábado de finales de marzo, Paula volvía de una comida familiar y entró en la casa completamente empapada, ya que fuera estaba diluviando.

—Hola, corazón —saludó Carlos—. ¿Has tenido problemas para aparcar el barco?

Paula se quitó la chaqueta y se puso a forcejear con el paraguas de camino al baño.

—Yo solo conduzco yates —dijo con chulería.

—¿Con ese sueldo de mierda que te pagan? He visto hormigas menos ahorradoras que tú.

—¿Y Serj? —preguntó ella, ignorando el comentario de Carlos.

—Ah, está ahí en la cocina, follándose la lluvia.

—No le hagas ni caso —dijo Serj.

Paula se sobresaltó y soltó un gritito al verlo a lo lejos.

—Pero, ¿qué haces ahí?

Serj estaba sentado, con una pierna estirada y la otra recogida sobre el pecho, encima de la suerte de encimera que tenían en la terraza cubierta de la cocina, mirando por la ventana, que había dejado entreabierta mientras fumaba un cigarro.

—Pero, ¿qué hace ahí? —preguntó a Carlos, al no obtener respuesta.

—Verás —explicó él—, cada vez que llueve, Serj se pone como muy místico y se despatarra ahí durante horas viendo cómo cae la lluvia.

—Me gusta que llueva —dijo Serj de forma escueta, exhalando el humo sin apartar la vista de la ventana.

—Yo creo que le pone cachondo —dijo Carlos son sorna.

—Ah, ahora entiendo lo de follarse la lluvia.

—Es casi como un ritual. Todavía hay días que llega empapado de la calle porque no le sale de las narices llevarse paraguas, salvo que haya quedado o cosas así —dijo Carlos.

—Bueno, a mi también me gusta hacer eso —dijo Paula.

—Ya, ¿en medio de una tormenta?

—Eso solo cuando es verano.

—Te digo yo que éste tiene algún tipo de filia gótica chunga.

—Os estoy ignorando —canturreó Serj.

—Sí, ya lo vemos —dijo Carlos—. Recuerda tener el papel de cocina cerca cuando vayas a ponerlo todo perdido.

—La madre que me parió —dijo Paula poniendo los ojos en blanco.

Serj era de esas personas que no consideraba la lluvia un estorbo. Le relajaba. Era cierto que podía tirarse horas mirando por la ventana, fumando, escuchando caer el agua fuera... Si había una tormenta, a veces conseguía coger a Carlos del pescuezo y le hacía tumbarse un rato con él en el suelo de la terraza cubierta, mirando por el ventanal cómo caían los rayos. Carlos se burlaba, pero a veces había sido él mismo quien había, no sólo sugerido el plan, sino que había ido a por los cojines del sofá y se habían montado un pequeño campamento, con cervezas de por medio. Serj se había abstraído pensando en todo esto y no vio a Paula, que estaba a su lado, sujetando su móvil y sus auriculares.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Un bebé iguana, no te mata —replicó con guasa—. Ponte esto y escucha mirando la lluvia.

Serj receló, pero al ver que su expresión no era en absoluto de burla, se colocó los auriculares y ella le dio al play, bloqueó el teléfono y se fue. Serj no hizo preguntas, prefirió fiarse de que no iba a intentar tomarle el pelo siguiéndole el juego a Carlos y... vaya.

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