Capítulo 32 - Hasta que la muerte nos separe

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Llego al auto y la deposito con cuidado en el asiento del copiloto. Deja caer su cabeza hacia atrás; sé que le dolió, pero es su culpa. Si hubiera cooperado, habría sido más fácil. Como no confío en ella, busco las esposas que tengo en el maletero y le sujeto la mano al cabezal del asiento. Verla amarrada de esta manera, envía un mensaje a mi amigo de abajo, pero al ver su nariz y su pequeño rostro hinchado, sé que no tiene fuerza suficiente ni siquiera para besarme. Así que mejor muevo la cabeza y saco esos pensamientos... por ahora.

Le doy vuelta al auto y arranco en dirección a su casa. Ella se mantiene en silencio, y lo mejor es no molestarla. Si no está tratando de golpearme por cómo la traje al auto, es porque realmente no se siente bien. El camino fue algo corto para mi gusto. Estaciono frente a su casa, desde donde se pueden ver los hombres que la rodean, cuidándola. Están camuflados; uno tiene un puesto de frutas, otro es jardinero en la casa del frente, entre otras cosas.

— Ya llegamos — dice —, puedes soltarme ya.

— Sé que tu madre no está en tu casa — admito —. Estoy pensando en si debo dejarte o no. No quiero que estés sola con tu padre.

Ella suspira: — Alexander, sé arreglármela con mi padre, no me hará nada —, eso no me deja más tranquilo —. Mi madre ya sabe lo que sucede, ella vendrá esta noche. Llegaré a casa, tomaré mis pastillas y dormiré hasta que mi madre llegue. ¿Contento?

No mucho, pero sé que no se siente bien, y no quiero discutir con ella en su estado, así que por esta vez cederé. Tomo las llaves y suelto sus esposas. Sin embargo, me sorprende que no se baje del auto; en cambio, se gira hacia mí. Su boca se abre y se cierra varias veces. Sé que quiere decirme algo, no se baja y me mira con algo de nerviosismo.

— Suéltalo — le exijo.

— ¿Qué?

— Sé que quieres decirme algo.

Aprieta los labios mientras piensa.

— En medio de mi discusión con Chelsea — comienza y sé que esto no va por buen camino —. Ella me dijo que tú no eres lo que yo creía, que tú no eres bueno y que eres alguien que he estado buscando desde hace tiempo.

Siento cómo mi sangre se enfría en todo mi cuerpo. Esa maldita se lo dijo. No quiero que Lexa se entere, y no solo porque no sé cómo va a reaccionar, sino porque Lexa sabe demasiado. Ella conoce la ubicación de la mansión donde prácticamente me escondo, conoce a muchos de mis hombres, y si sumamos todo lo que sabe del caso, me atrapará en un abrir y cerrar de ojos. Por más que me guste, no puedo permitir eso. No quiero verme en la obligación de tener que deshacerme de ella.

— No entiendo lo que me quieres decir.

— Necesito preguntar — aprieta los labios —, ¿tú estás involucrado en algo malo?

Trato de mantenerme lo más confundido posible sin levantar sospechas. Me mantengo sereno, llevo años haciendo esto, aparentando que no sé nada cuando mencionan a Mishael Aslan, cuando hablan de mí.

— ¿Algo, cómo qué?

— No lo sé, a veces los policías se asocian con delincuentes, mafiosos...

Me quedo observándola unos segundos, pero para mi suerte, en sus ojos puedo ver que no sospecha nada de lo que yo temía.

— No, no lo estoy — miento descaradamente en su cara —, quizás te lo dice por celos o rencor, yo qué sé — me encojo de hombros.

— Lo sé — me sonríe, dándome esa sensación de paz que siempre me da cuando sonríe —, solo quería saber.

Se baja del auto despacio. Quería ayudarla a bajar, pero vi a su padre en el porche de la casa y no quería causarle problemas en este momento. Me quedo observándola hasta que entra a su casa y me tranquiliza ver que ni siquiera se inmutó al mirar atrás.

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