20. Maldito demonio

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Acto seguido empujó a Andrea contra Mongo, ambas se fueron de bruces contra el sendero de concreto. Las risas, chiflidos, peladeces y cuchicheos de las demás reclusas no se hicieron esperar, sofocando al par. Mongo se levantó de un brinco, pero a Andrea le pudo más el dolor en las costillas que tuvo que recibir ayuda.

Pasados los puestos de venta se internaron a un camino enmallado, grupos de mujeres yacían recargadas en estas escrutando a todos los transeúntes a un extremo que rayaba en lo vulgar, sus miradas eran acompañadas de piropos propios de los hombres y uno que otro beso lanzado al aire, las más atrevidas sacaban sus manos y propinaban nalgadas con fuerza desmedida, justo como la que en ese momento le dieron a Mongo, quien se limitó a encogerse de hombros. Por su parte, Andrea le dedicó una mirada iracunda a la responsable con pelo de rastrojo. El camino tenía forma de semicírculo, una vez acabado llegaron a un enorme edificio en el que colgaba un letrero que decía «Módulo 1», apenas alcanzó a ver el interior cuando Mongo la tomó de la mano, Andrea se sobresaltó y la quitó de un manotazo, trayendo ese peculiar movimiento en los dedos de sus manos con mayor rapidez al escenario.

—Lo siento —susurró Andrea desanimada de sí misma. Por primera vez no quería poner esa barrera que con esmero construyó con cada persona que se le acercó a lo largo de su vida. Teniendo eso en mente acortó la distancia entre ellas y dijo—: Tú..., ¿dónde duermes?

Movió sus ojos del letrero a sus pies y luego al taburete que se encontraba a unos centímetros de la entrada del módulo.

Domi no, hace mandados de aquí, allá. —Señaló el camino que acababan de cruzar.

Le costó a Andrea entender sus palabras, hablaba demasiado rápido.

—¿Nunca duermes, entonces? —Mongo negó con la cabeza—. ¿Y tu nombre es ese? ¿Mongo?

Nombe mío es Concepción. CON-CEP-CIÓN.

—¿Por qué te dicen Mongo?

La presencia de otra mujer puso en alerta a Andrea, plantándose detrás de Concepción pues la recién llegada iba a asestarle otra nalgada.

—Respeta —siseó ella tratando de contener la molestia que acciones tan burdas le ocasionaban.

No quería imaginarse la infinidad de veces en que se repitió la agresión. Un lugar como ese no era para alguien de su tipo, quieta, sumisa y silenciosa, además de la posible discapacidad cognitiva que comenzaba Andrea a sospechar que padecía. Si bien estaba mal prejuzgar a las personas, era evidente tanto en sus movimientos descontrolados como en su peculiar forma de hablar. Una niña pequeña, esa impresión le dio a Andrea en cuanto comenzaron a recorrer el penal. Una niña temerosa que se refugiaba en comportamientos precautorios. Una niña acostumbrada a ciertos tratos. Una niña a la espera de recibir premios después de haber completado su tarea. Una niña que buscaba cariño en los brazos de cualquiera, porque para ella la maldad era un concepto ambiguo, aun cuando las agresiones eran su pan de cada día.

—Nueva y ya andas buscando pedos —se burló la mujer.

Tomó a Andrea del hombro y lo comenzó a apretar conforme trataba de quitarla de en medio. No pudo. La fuerza que ejercía en sus pies lo hizo imposible.

—¡Es suficiente, Petrona! Ándate a tu cuchitril y deja de darle problemas a la gente —intervino otra jovencita de tez pálida y ojos avellana. Su cuello de garza resplandecía ante los rayos del sol; los detalles más íntimos de su cuerpo también podían apreciarse debido a la transparencia de su ropa.

—¡Cierra el hocico, puta! —bramó girándose a la chica.

—¡¿A quién le dices puta?!

Fue fácil para la joven derribar a la hosca mujer, la diferencia en la altura y peso se volvió nada cuando de un segundo a otro la tiró al suelo, dejándola inconsciente. Andrea admiró los ágiles movimientos, le recordaron a su pubertad problemática y patética. Detrás suyo, Concepción estrujaba la manga de su blusa deportiva blanca. Acarició sus nudillos para calmar su evidente nerviosismo, percibir la rigidez de ellos fue nuevo, ajeno.

A veces es difícil respirar (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora