Hombres vestidos con túnicas de color naranja brillante y montados en escobas voladoras entraban y salían de la foto a toda velocidad, arrojándose unos a otros una pelota roja.

Cosas que Harriet ya consideraba normales, fue hasta el libro, lo tomó y observó cómo uno de los magos marcaba un tanto espectacular colando la pelota por un aro colocado a quince metros de altura. Luego cerró el libro de golpe. Ni siquiera el quidditch podía distraerla en aquel momento.

Dejó Volando con los Cannons en su mesita de noche, se fue al otro extremo del dormitorio y retiró las cortinas de la ventana para observar la calle.

El aspecto de Privet Drive era exactamente el de una respetable calle de las afueras en la madrugada de un domingo. Todas las ventanas tenían las cortinas corridas. Por lo que Harriet distinguía en la oscuridad, no había un alma en la calle, ni siquiera un gato.
Y aun así, aun así…, Harriet regresó a la cama, se sentó en ella y volvió a llevarse un dedo a la cicatriz. No era el dolor lo que la incomodaba: estaba acostumbrada al dolor y a las heridas. En una ocasión había perdido todos los huesos del brazo derecho, y durante la noche le habían vuelto a crecer, muy dolorosamente. No mucho después, un colmillo de treinta centímetros de largo se había clavado en aquel mismo brazo.

Y durante el último curso, sin ir más lejos, se había caído desde una escoba voladora a quince metros de altura. Estaba habituado a sufrir extraños accidentes y heridas: eran inevitables cuando uno estaba en Hogwarts y ella tenía una habilidad especial para atraer todo tipo de problemas.

No, lo que a Harriet le incomodaba era que la última vez que le había dolido la cicatriz había sido porque Voldemort estaba cerca. Pero Voldemort no podía andar por allí en esos momentos… La misma idea de que Voldemort merodeara por Privet Drive era absurda, imposible. No podía saber dónde vivia... ¿Cierto?

Harriet escuchó atentamente en el silencio. ¿Esperaba sorprender el crujido de algún peldaño de la escalera, o el susurro de una capa? Se sobresaltó al oír un tremendo ronquido de su primo Dudley, en el dormitorio de al lado.

Harriet se reprendió mentalmente. Se estaba comportando como una paranoica: en la casa no había nadie aparte de tío Vernon, tía Petunia, Dudley y ella, era evidente que ellos dormían tranquilos y que ningún problema ni dolor había perturbado su sueño.
Cuando más le gustaban los Dursley a Harriet era cuando estaban dormidos; podía ser ella misma, aunque fuera por un par de horas antes de caer completamente dormida. Era una lastima que no pudiera hacer magia fuera de la escuela, solía practicar increíbles hechizos, pero sin varita, simulando estar en una increíble batalla de varitas. Tal vez era un juego o tal vez se preparaba para ello.

La sola idea de explicarles a sus tíos, a su tía,  que le dolía la cicatriz y que le preocupaba que Voldemort pudiera estar cerca, le resultaba graciosa. Y sin embargo había sido Voldemort, principalmente, el responsable de que Harriet viviera ahí, cuando desearía poder vivir con su padrino o tener una familia, como Ron.

Pero todavía quedaban dos semanas para volver a lo que consideraba su familia y si hogar. Abatida, volvió a repasar con la vista los objetos del dormitorio, y sus ojos se detuvieron en las tarjetas de felicitación que sus dos mejores amigos y su novio le habían enviado a finales de julio, por su cumpleaños. ¿Qué le contestarían ellos si les escribía y les explicaba lo del dolor de la cicatriz?

De inmediato, la voz asustada y estridente de Hermione Granger le vino a la cabeza.

¿Que te duele la cicatriz? Harriet, eso es tremendamente grave…

¡Escribe al profesor Dumbledore!

Mientras tanto yo iré a consultar el libro Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes… Quizá encuentre algo sobre cicatrices producidas por maldiciones…

Harriet Potter: Saga completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora