LA MALDICIÓN DE LOS DOCE

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No hizo falta más que lanzarle una mirada desaprobatoria, para que el muchacho cayera en cuenta de la falta que acababa de cometer.

Resopló.

—Lo siento.

El Doctor Moore, asintió.

Comprensivo y habiendo terminado de empacar, cerró el canasto y avanzó hasta donde cabizbajo, su unigénito lamentaba el haberse comportado como lo hizo.

— ¿Te encuentras bien, amigo?

Michael no supo qué responder.

Comprendía exactamente lo que le sucedía, la Miss en el colegio se hubo encargado de explicarles a groso modo, todo lo referente a la transición que los muchachos de su edad sufrirían llegado el momento preciso. Empero, si bien todavía guardaba algunas dudas, le producía pena tratar ciertos temas con su padre.

—Sabes que siempre estoy para ti, ¿cierto?

—Sí. Lo sé.

— ¿Permiso para abrazar?

Mike medio sonrió.

—Solo si prometes apresurarte, la Señora Selene y la maestra Sol, ya deben estar esperándome.

William lo atisbó de ojos entornados pero no apresuró el abrazo. Tenía que alargarlo, disfrutarlo porque, pronto su niño ya no lo sería más.

Minutos después, ambos estaban bajando del auto y tocando el timbre de casa de los Buttler, siendo la madre de Jackson quien saliera a recibirlos y a invitarlos a pasar.

En la estancia de la pequeña y agradable casita, el tema de la decoración era Lilly.

Lilly el día de su nacimiento.

Lilly con su primer diente.

Lilly en su primer año.

Lilly dando sus primeros pasos...

El entrar y parar a darle una ojeada a los retratos incrustados en los muros circundantes de esa parte de la construcción, se había convertido en un ritual para el joven Moore y, decir que lo disfrutaba sería poco en comparación.

—Hola, Solange. ¿Y Selene?

—Hola, William. Selene anda por la cocina, preparando limonada. ¿Quieren sentarse?

Este le tomó la palabra ocupando la silla mecedora frente al televisor de la salita, pero Michael, ni caso; ya sabemos cuál era su premura.

— ¿Lilly sigue en su cuarto?

—Sí. Ella y Jack siguen allí.

Su escrutinio se enfocó en el inicio de las escaleras que lo llevarían hasta ahí.

— ¿Puedo subir?

Ni siquiera la miró mientras hablaba, así de grande era su celeridad.

—Por supuesto que sí —fue la madre de Lilly la que replicó aproximándose con charola en mano, en la que cargaba seis vasos de cristal y una jarra con la bebida refrescante.

Más había tardado ella en concederle permiso que él en agradecerle, emprendiendo una carrerilla y subiendo los peldaños de dos en dos.

William se puso de pie y le ayudó con la carga, poniéndola encima de la mesita de centro.

A medio trayecto, Mike y Jack se encontraron.

El segundo iba escaleras abajo, solo, con el cabello alborotado y los labios resecos a causa de los brackets y el calor.

SIN LÍMITES © (A La Venta En Físico Por AMAZON y Librería MOB en Línea)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora