Este se pasó la mano por la cara y seguidamente del pelo, intentando arreglar su aspecto.

—Si, yo... —No continuó. Es como si se encontrara desorientado y no pudiera terminar sus frases—. Has venido.

Lo observé por unos segundos.

¿Lo dudaba? ¿Acaso pensaba que cabía la posibilidad de que no me presentase? Joder, ¿es que no le dejé claro en nuestra última conversación de que a mi también me importa la seguridad de nuestros seres queridos?

—No soy de las que huye de sus responsabilidades.

Este bajó la mirada, oportunidad que aproveché para ocultar mi mano con el nuevo anillo en mi espalda. Segundos después volvió a mirarme, suplicante, abatido y cargado de remordimiento.

Supe de lo que quería hablar antes de que abriera la boca siquiera. Y no lo dejé.

—Deberías arreglarte —le solté antes de dar media vuelta y comenzar a caminar hacia las escaleras.

No le dejé hablar porque sabía que quería decir, y no era el momento. No ahora, no así. No podía arriesgarme a que aquello que dijese no fuera lo que quería oír, no estaba dispuesta a sufrir más de lo necesario. Porque a veces parece como si la vida me dijera a gritos... Sé egoísta por una vez en tu vida, sé tu prima prioridad. Y eso había hecho, había decidido no escuchar esas palabras que me harían daño.

Mientras mamá terminaba de peinarme frente al espejo, cerré mis ojos y me dejé llevar, recordando aquellos tiempos en los que yo tan solo era una niña y mis problemas eran tan solo un pequeño reflejo de lo que lo eran ahora.

Mamá tarareaba una canción mientras me desenredaba delicadamente el pelo mojado con toque cariñoso. Suavemente, nudo por nudo, mechón por mechón.

—Mamá —la llamé para que me hiciera caso—. ¿Por qué tienes siempre tanto cuidado cuando me peinas?

Ella se tomó su tiempo para contestar.

Hay que tener cuidado con aquellas cosas que aprecias.

La pequeña yo no llegaba a entender lo que mi madre decía.

¿Aprecias mi pelo?

Noté la suave brisa que mamá hizo pasar por mi coronilla cuando rió.

—Aprecio estos momentos, estos pequeños y puede que insignificantes recuerdos ahora. Dime, cielo, ¿qué haces si te gusta una flor?

—Cuidarla —dije casi sin pensar.

—¿Y la riegas todos los días, sin falta? —Asentí—. ¿Y si se te olvida un día, que le ocurre a esa flor?

—Que se chuchurre.

Soltó una risa por la nariz y noté como me pasaba la mano por la parte trasera del pelo y me hizo cosquillas en el cuello.

Exacto. El solo hecho de conseguir algo no significa que lo tengas para siempre. Debes cuidarlo, día tras día, sino, lo perderás, como aquella flor que pierde su brillo.


—¿No crees que está un poco torcida? —le preguntó mamá a Vianca cuando me hubo colocado la corona de flores.

—Yo lo veo bien —contestó esta.

Mamá me había hecho un recogido suave con algunos mechones sueltos y la corona de flores pequeñas y blancas que se ajustaba perfectamente al recogido.

El maquillaje llevaba una ligera y luminosa base, un tono cálido para los ojos y delineador negro. Entre eso y la máscara de pestañas, notaba mi mirada más abierta, más alerta. Un colorete suave y un labial en tono nude.

Entre promesas y mentiras | Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora