—Esta bueno eso ahí abajo, ¿No?

Solarte quería verle, pero no pudo. Y luego, en el bienestar de los pensamientos libidinosos, sintió algo surgir de su pantalón. Solarte se había olvidado que tenía su mano derecha metida dentro del pantalón mientras acariciaba con impudor el núcleo de su hombría, encontrándose así, en una etapa plena de regodeo y crecimiento. Pero al siguiente segundo, logró auto percibirse como la peor desgracia que asignaba existencia.

—Tranquilo —susurró tierna y considerada entretanto observaba su indecencia—. Solo deseo y espero que salga de ese lugar tan espantoso en el que se encuentra hoy. Termine de agotar toda su tristeza y vuelva a ser feliz... Tenga buena noche.

Al irse aquella mujer, Solarte volteó para advertirla de espaldas. Detalló con extremo y cuidado de asistente, su virtuosa y danzante figura. Se contagió de una fuerte opresión en el pecho. Repitió el miramiento con mayor ahínco. Y con inmenso dolor en el pecho, se lanzó de bruces hacia el suelo cuando acababa, puso su cuerpo en posición fetal, y sin pausa ni salvaguarda, comenzó a llorar con el estremecimiento de un hombre abandonado, bajo el tenebroso furor de una noche miserable para su vida.

(...)

Al siguiente día se incorporó a las filas del hospital para entrar. Se había aseado horas antes en un motel de mala muerte que pagó exclusivamente para eso. Poseía unas ojeras grandes y verticales con forma de triángulo invertido, ya que su capacidad para encontrar el sueño era nula.

—¡El heredero del apellido! —expresó regocijado y agradecido. Eran las palabras de don Salvador que llevaba varias horas despierto y estaba de buen humor.

—Qué orgullo siento —admitió sarcástico, y sin darle un afectuoso saludo.

Don Salvador erigió su mirada como estaca hacia su hijo y determinó su estado. Se abatió al instante.

—Se nota que estás sufriendo mucho por mí. Me preocupa decirte que no me salvaré y te quedarás solo.

—Eso lo sé, no te pongas triste, igual contigo o sin ti estoy así.

—Pues deberías incluso tratarme con cariño, ya que en cualquier momento podría partir y abandonarte.

—¿Abandonarme? —nombró con énfasis—. ¿Abandonarme de verdad?

—Sí, eso mismo...

—Terminaste de acabar con el cerebro que tenías...—expresó desagradado—, sabes que mi infancia se trató de eso, lo debes saber muy bien. Nunca estuviste, ni siquiera fuiste a mis cumpleaños.

—Fui a varios, no te me hagas el listo jovenzuelo —Dio un tosido, se le atragantó otro—. ¿Ves? ya me jodiste el día —volvió a toser de mala gana.

—Problema tuyo. Tú empezaste.

—Como quieras... Por cierto, hoy vendrá tu amigo, dice que tiene algo para contarte.

—¿Cómo lo sabes? ¿Quién te dijo? —dijo impactado, James no era de visitas.

—Estuvo buscándote, yo le dije que pensaba que estabas con él.

—Bueno, iré a verlo pronto. ¿Qué más te dijo?

—Hay alguien preguntando por ti.

—¿Quién? —expresó ansioso, deseaba que fuera la persona que pensaba y creía que era.

—No es ella... ya sabes —dijo sin querer incomodar, a Solarte se le perdió el arranque de energía al escucharlo. Don Salvador inmediatamente empezó a carraspear con desgarro, y no pudo dialogar más. Había desperdiciado su poca fuerza.

—Como sea, hablaré con él.

(...)

Cuando pudieron reunirse, James veía atónito el lamentable retrato que emergía de su amigo: solitario, nostálgico y con fisonomía de sol apagado. Lo único rescatable en él, era que se había despojado de su estado andrajoso y repulsivo. Aunque de igual forma, su ausencia de brillo estaba siendo ensombrecida en su vida de una manera devastadora.

—Juancho, mira en lo que te has convertido... —afirmó, preocupado—. Parece que estuvieras más enfermo que tu papá.

—¿Qué quieres que haga con eso? ¿Alegrarme? Tengo lo que merezco.

—No, no es bueno pensarlo así... Jazmín quiere hablar contigo, dice que ha estado esperando mucho tiempo tu llamada.

—¿Jazmín? —dijo con la mirada desabrida, intentando recordar la escasa voluntad que le arrinconaba a olvidarlo todo.

—La madrina de la boda de Luis, ella me dijo que esperaba tu llamada para retomar lo que conversaron ese día.

—Ah, esa mujer. ¿Para qué? Igual no me pareció bonita —admitió cruel y sin arrepentimientos.

—¿Y quién dijo que era para eso? Ella busca amistad como tú y siente que eres alguien bueno. Al menos deberías llamarla.

Solarte contuvo la risa como pudo, pero no aguantó y se empezó a reír de la nada, James observaba aterrado porque no había contado ningún chiste. La situación era de desconcierto con infinita pesadez.

—¿Amiga? Estás muy tierno hoy —siguió con risas hasta que acabó por falta de aire—. No quiero ni necesito amigas —afirmó serio—. Estoy bien solo, gracias.

—Eso lo dices por decir, porque no creo que estés bien... Te falta distraerte, si no puedes concretar la cita, lo haré yo.

Solarte se indisponía con el diálogo inerte, y remoto a estar de acuerdo, enfundó sus pensamientos en el avance incontenible del tiempo. Y en menos de lo que profesó, ya estaba sentado al frente de una mesa con Jazmín, sintiendo unas terribles ganas de irse pronto.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora