— Hermosa, ¿Por qué no vienes y nos entretienes? —silbó un cazador fortachón, dirigiéndose a Runa, una de las pocas mujeres que había en el campamento y que no tenían tareas hospitalarias.
Ella puso los ojos en blanco y prefirió hacer caso omiso de los comentarios de ese tipo. En el tiempo que llevaban allí, ya se había acostumbrado a los hombres que querían propasarse con ella e intentar llegar a su cama.
Maldiciéndolos por lo bajo, y renegando de aquel machismo en su mundo se metió dentro de su carpa, dejando de lado los cuchillos y deteniéndose al encontrarse con Johann quitándose la armadura. Runa se cruzó de brazos y permaneció contemplándolo absorta. Él era hermoso en muchos sentidos; su porte elegante y su belleza podían ser envidiados por cualquier príncipe, y ni hablar de sus modales tan calmos y encantadoras. Su pelo castaño caía salvajemente sobre su rostro haciéndolo ver rebelde. A medida quitaba sus prendas, Runa se regodeaba con el cuerpo delgado y firme de él, hasta que quedó pausado y se giró lentamente en dirección de ella.
— No sé si sentirme halagado o ultrajado porque me estés mirando así —dijo dejando de lado su ropa y sonriéndole divertido. Runa caminó hacia él con una sonrisa arrogante y cruzó sus brazos tras su cuello, así acercarlo y poder besarlo tan frenéticamente como había fantaseado ese día.
Johann gimió y sostuvo con fuerza su cuerpo para impedirle que se alejara. Su corazón bombeaba vivazmente y su mente volaba cuando estaba a su lado, y eso era lo que necesitaba en ese momento. La necesitaba a ella en cada momento de su vida.
Runa sonrió de felicidad, sabiendo que Johann reaccionaba a su contacto igual que ella a él. El frenesí la recorría como un dulce veneno y la necesidad de llegar al punto más alto la obligaba a no parar. Luchar la llenaba de vida, pero la pasión y emoción que sentía junto a Johann no se podía comparar con nada.
Las manos de él se movieron juguetonamente por su cuerpo. A medida se deshacían de las prendas que llevaban, se iban acercando a la cama sencillamente armada, entre besos y caricias, dejándose llevar por emociones que apaciguaban frente a todos pero que no podían manejar en la intimidad.
— Podríamos permanecer en tantas misiones como fuese posible para no tener que volver —susurró Runa, recostada sobre él, tras perder la noción del tiempo y del lugar. Johann sonrió, rozando suavemente su espalda desnuda y maravillándose con el encanto de su voz.
— Podríamos... —concordó—, pero no tardarían en venir tus padres para arrastrarte a Berlín con tu encantador esposo —agregó.
Runa lo liquidó con la mirada ante la mención de Roth Baldwin, aquel hombre con el que había sido obligada a casarse y con quien vivía infelizmente como una humana. Lo único bueno que había dejado esa unión era la disposición de Runa para luchar como un cazador cada vez que se lo requiriera.
Ella no quería nada de eso, como Johann tampoco lo quería. Pese a las veces que le habían insistido por desposar a alguna muchacha, él siempre me negó. La única persona con la que se hubiese casado estaba entre sus brazos, y fue lo suficientemente lento como para adelantarse a los Baldwin. La furia de Aubrey hacia su hermana se vio incrementada cuando se dio cuenta que Runa podría estar casada pero aún tendría toda la atención de Johann.
Al ver que el evidente mal humor, Johann le hizo cosquillas, arrancándole risas que se extendieron como la bruma. La diversión cedió, y ambos se detuvieron en contemplar al otro. Runa recorría con su dedo las líneas de su rostro y ser perdió en sus ojos.
— ¿Te has dado cuenta que hay partes en que tus ojos tienes un suave verde? —le preguntó. Ella sonrió cuando él la afianzó más con su cuerpo, y agudizó sus ojos para maravillarse de cómo el verde y celeste jugaban intercaladamente, creando algo único.
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Legado III: La Emperatriz de los Bastardos [Finalizada]
FantasySinopsis. Seis meses han transcurrido desde los sucesos de Legado 2. Valquiria ha desaparecido, y Lena se encuentra sufriendo las consecuencias de todo. Los cazadores están en vilo a la espera de lo que está por venir, sabiendo que las demás...
Capítulo 14. El virtuosismo de arriesgar
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