7.2. Capítulo VII: Más allá del cielo | Parte 2

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—¿¡Qué fue eso!? —dijo Julie sobresaltada.

—¿También lo escuchaste?

—¿Cómo no hacerlo? Era horrible... Michael, la zona es impenetrable, la oscuridad y ese... ese horrendo ruido...

—Las oigo. No entiendo qué sucede allí.

—Dijiste que revisaste bien el terreno, ¿no? —preguntó Carolina.

—Sí, claro que sí. Todas las máquinas que conocemos y el gen humanoide están en el mapa que diseñé. Cualquier bestia sobre la tierra tendría que ser mostrada.

—No entiendo... ¿Qué piensas, Julie? Conozco esa mirada tuya. Algo tienes en mente.

—No puede ser verdad. ¿Qué escuchaste allá atrás?

—No sé, eran como alaridos. No sé cómo describirlo. ¿Por qué?

—Eran graznidos.

—¿Como un ave? Eso no tiene sentido, las aves no pueden infectarse.

—En algún momento escuché rumores de personas que decían haber visto aves metálicas cerca de la zona andina. —se detuvo a pensar, Carolina tenía puesta su mirada en ella y el joven prestaba atención tras la comunicación—. Si es así, el virus tuvo que haber mutado. Evolucionó. Solo así se podría explicar... Michael, cuando dijiste que tu radar mostraría cualquier bestia sobre la tierra, ¿te refieres al suelo o al planeta?

—Bueno... creo que, al planeta... pues no imaginé que fuese necesario revisar los cielos. El rendimiento del radar era superior basando la búsqueda en tierra.

—¿Puedes modificarlo ahora?

—Sí, claro. Dame cinco minutos.

—Aves infectadas... es increíble. ¿Tienes alguna idea qué tipo de ave sea? —preguntó Carolina.

—Suponiendo que nos encontramos en zona de las cordilleras... debería ser el cóndor andino, pero no tengo cómo saberlo con certeza. La fauna ha cambiado tanto con los años y con el virus que es difícil intuir qué animales fueron en su momento.

Julie alzó su mirada al cielo, pero entre el frondoso bosque y el opaco ambiente no le permitieron observar más allá de unos cuantos metros.

—Listo, ya lo tengo. —dijo Michael invadiendo el silencio—. Sus relojes deberían actualizarse... ahora.

Ambas dirigieron sus miradas a las muñecas y observaron el radar, este no detectaba la zona delante de ellas. No comprendían como aquel ruido turbaba el entorno hasta cierto punto, ni mucho menos la impetuosidad del aire y la profunda oscuridad permanecían estáticos en aquel sector. Parecía ser un punto alejado de la misma realidad, una especie de portal que conducía a la fosa más ennegrecida del infierno. Aparecieron de repente unos puntos rojos sobre aquella desdibujada zona.

—Veo puntos, Michael, muchos de hecho. —dijo Carolina.

—Son las máquinas. Son las aves metálicas.

—Ahora surcan los cielos... esto es malo. —añadió Julie.

En ese momento sabían, más o menos, a qué se enfrentaban y caminaron al pasaje infernal. Mantuvieron la correa en sus muñecas y se adentraron. De nuevo se vieron cegadas y el ruido empezó a hacerse cada vez más fuerte. Carolina bajó su bolsa y, con su espada en forma de daga envuelta en fuego, alumbró el contenido de su arsenal. Julie miró su reloj y notó que más puntos se sumaban al mapa y empezó a preparar su espada. Ahora eran dos hojas chispeantes las que interrumpían la estancia nocturna mientras los graznidos se hacían cada vez más fuertes.

La Aventura que Nunca Viví | [Novela]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora