Los chicos iban recordando melancólicos los buenos momentos vividos en cada lugar por donde transcurríamos y, unos metros más adelante, donde antes había una cantina abandonada en la cual nos colábamos de pequeños para hacer travesuras, Camila; la chica rubia de ojos verdes que me gustaba desde que éramos unos críos y a la cual hoy, a mis veintidós años no era capaz de confesarle mi amor, vislumbró una muñeca ensangrentada.

—Chicos, mirad eso—señaló alarmada—. Creo que he visto algo.

Fuimos hasta el punto y, efectivamente, había alguien sepultado bajo las capas de materiales. No se distinguía muy bien si era hombre o mujer pero, por lo visto el sujeto podía estar con vida.

—Deprisa —ordené, tomando la iniciativa. Mis compañeros no dudaron ni un segundo y se pusieron a retirar conmigo los escombros y rescatar así a quien resultó ser la esposa del alcalde. Estaba inconsciente, con las tetas al descubierto aunque unas polvorientas bragas, antes blancas, cubrían su sexo. A su lado yacía el cuerpo de un granjero del pueblo vecino. El pobre desgraciado no tuvo la misma suerte, pues una de las vigas le había atravesado el abdomen, dejándolo sin vida. Nuestras miradas se cruzaron, incrédulos, con una pregunta que nos hacíamos todos y cuya respuesta ya sabíamos. En un lugar tan pequeño como nuestro pueblo los chismes vuelan más rápido que lo que tarda uno en parpadear. Y según se rumoreaba, la mujer del alcalde lo engañaba con otro hombre cuya identidad había permanecido desconocida, hasta hoy.

—Oye, tú, gordinflón —Jack Richardson, el hijo del hombre más rico del pueblo se dirigió a mí. Gordinflón era sólo uno de los muchos apodos que recibí de pequeño por mi problema de sobrepeso—. Nosotros nos llevaremos a la señora Martins y tú, —esbozó una sonrisa ladina antes de mandar— carga con el fiambre. Eres feo, nadie se fijará en ti.

En el pueblo los chicos se metían conmigo diciéndome de todo, desde llamarme feo y gordinflón a mofarse de mi padre. Intentaba fingir que no me importaba pero en el fondo dolía, sobre todo porque eso me volvía cada vez más inseguro, echando por los suelos mi autoestima. O lo que quedaba de ella.

—Jack —Camila le fulminó con la mirada.

—¿Qué? ¿Acaso no es grande y fuerte? —replicó mofándose, suscitando risas en el resto del grupo. Jack no sólo era de familia adinerada sino que poseía también un físico atractivo por el que todas las chicas se morían. Su cabello rubio bien peinado, sus ojos grises, su abdomen marcado y el dinero de su padre, claro estaba, le abrían las piernas de cualquier chica con toda la facilidad a pesar de ser un completo capullo—. Tendrá que poner a trabajar esos músculos si quiere perder peso, ¿no crees?

—¿De verdad crees que este es el momento para tus gilipolleces? Utiliza un poco el cerebro, si es que tienes uno, y compórtate como un hombre.

La sonrisa se borró del rostro de Jack. Sus ojos arrugados la fulminaron por unos segundos hasta que le soltó una contestación que no sólo la dejó sin habla sino a mí también.

—Y bien que lo gozas cuando cabalgas sobre este descerebrado.

Mis ojos fueron a parar a los de Camila, pidiendo una explicación. ¿Jack y Camila se estaban acostando? ¿Desde cuándo? Siempre había tenido la esperanza de que ella no sucumbiría en sus brazos. Camila era diferente a todas las chicas del pueblo...O eso creía. ¿Dónde había quedado aquello de 'llegaré virgen al matrimonio'? Supongo que la promesa que nos hicimos de niños no fue más que cosa de niños —apreté las mandíbulas—. Las palabras de Jack las sentí como puñetazos en mi corazón. Mis esperanzas de algún día pedirle matrimonio a Cami se desvanecieron en ese preciso instante, como quien viera romperse una burbuja de jabón. Aparté la mirada de ella y me agaché a recoger al muerto una vez cubrirle con mi camisa. Caminé sin mirar atrás, sin mediar ni una palabra hasta llegar al improvisado hospital que habían montado en la propiedad de los Richardson.

ENCRUCIJADA: Amor o venganza [🔞]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora