—¿Podemos parar a ver el atardecer?
—Buena idea —contestó Leehan.
A medio camino de su destino, aparcaron junto a un mirador. Taesan casi corrió hasta la valla de madera que delimitaba la zona y el castaño sonrió al verlo así, tan alegre, con su gorra granate todavía puesta y los pantalones vaqueros cortos que dejaban a la vista unas piernas doradas por el sol.—¡Es precioso! Es... no tengo palabras.
Leehan paró a su lado y apoyó una mano en la madera antes de contemplar el acantilado y el bosque que rodeaba la costa.
—Me gusta que mires el mundo así.
—«Así», ¿cómo? —preguntó Taesan.
—Como si lo vieses por primera vez.
Ninguno de los dos dijo nada más mientras el sol descendía lentamente por el horizonte y los tonos naranjas y rojizos del atardecer se reflejaban en el agua del mar. Había leones marinos entre las rocas de la playa y focas que se distinguían a lo lejos, entre las olas salpicadas de espuma. Y aquella despedida del día le trajo al pelinegro el recuerdo de unas manos arrugadas y de un collar de perlas. Abrió la boca antes de darse cuenta siquiera de que lo estaba haciendo, antes de pararse a pensar...
—Suryeon me contó su historia —murmuró.
Leehan lo miró, sorprendido, porque ya casi había renunciado a la idea de que compartiese aquello con él. Clavó la vista en el horizonte, consciente de que estaban tan cerca que su olor se entremezclaba con el de la brisa salada del mar.
—¿Y eso fue suficiente? —preguntó.
—No lo sé. Yo la entendí. Puedo entenderla.
—¿Y también puedes perdonarla?
—Supongo que sí. —se encogió de hombros.
—Entonces, las cosas están bien, ¿no?
Taesan tomó aire y luego lo soltó de golpe.
—El problema es que no la quiero. Yo no la quiero. No sé quién es, no la conozco y un lazo de sangre no hará que eso cambie. Y me da pena mirar a esa mujer que es mi abuela y no sentir... nada. Solo vacío.
Leehan lo rodeó por los hombros y lo apoyó contra su pecho, y Taesan deseó quedarse allí para siempre, cobijado entre él y el atardecer.
—Date tiempo, Tae—le susurró, haciéndole cosquillas en el cuello.
No se movieron hasta que el sol se ocultó y empezó a oscurecer. De nuevo en la carretera, el pelinegro se relajó; estaba a punto de quedarse dormido cuando llegaron a las pequeñas cabañas de madera en las que dormirían esa noche, en medio del bosque y bajo un cielo cuajado de estrellas.
Taesan bajó del vehículo con una sonrisa y sacó su maleta de la parte trasera de la furgoneta antes de tenderle al mayor su mochila y echar a andar hacia una casa grande y rectangular, rodeada por un inmenso porche de madera. Al entrar, se encontraron con una pequeña recepción. Tras el mostrador había una chica que los atendió en cuanto los vio llegar; se encargó de gestionar el pago y, poco después, cada uno tenía su llave en el bolsillo. Les informó del menú que esa noche servirían en el pequeño comedor del hostal y se despidió de ellos tras indicarles la hora a la que deberían abandonar las instalaciones a la mañana siguiente.
La cabaña de Leehan era la doce. La de Taesan, la trece.
—Es una señal —dijo mirando el número grabado en la corteza de árbol que hacía de llavero.
—¿Sigues pensando en las trece locuras?
Como llevaba los dos equipajes, lo acompañó dentro y dejó su maleta en el suelo. La habitación era diminuta y apenas había espacio para una cama de tamaño mediano y una mesilla de noche con una lámpara.
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Blissful Madness | Gongfourz
FanfictionHan Taesan ha crecido en hogares de acogida y su pasado es como un lienzo en blanco. Sabe que es importante defender sus ideas, vivir al día y no aferrarse a las cosas, pero siente debilidad por «la casa azul», esa preciosa propiedad en la que años...