—Yo no la vi hasta que tenía diez. No me daba permiso. —Lee vuelve la mirada atrás, sus ojos se detienen en la bufanda y vuelven a los ojos de Damon.

Imagino el día en que eso fue una herida y no una cicatriz. Pero no conozco la historia y esa es una pregunta que no me he atrevido a hacer de nuevo. Damon, con una sonrisa de lado, se inclina para besarme.

—¿En qué piensas? Me asustas cuando te callas —dice medio en broma.

—En cómo se veía antes —admito.

Lee, que se dio media vuelta para no vernos, interrumpe con la respuesta que Damon no me daría.

—Puedes preguntarle a Tirso; él la vio.

—No es tan cierto, Lee; cuando Tirso la vio ya tenía dos días —dice y toma todo en mi morderme la lengua para no soltar una cascada de teorías y preguntas— y se veía bastante peor que la original.

La imagen fantasmagórica de un niño como el que he visto en las fotografías del apartamento se hace presente frente a mí en la versión adulta de Damon. Sus rizos desordenados, sus ojos como si fueran mágicos, el pulso de su corazón en su muñeca. Haga lo que haga no puedo soltar el hábito, evitar que mis dedos encuentren ese tictac y contar. Me tranquiliza en medio del caos que se ha quedado estancado como el agua en los huecos de las calles de Quito cuando era niña. Veo a ese niño con un corte, tal vez infectado, tal vez aun sangrando. Amarillento, rojo ¿Blanco? Como las escenas de la clase de videojuegos que los padres no permitían a sus hijos jugar, como los libros de medicina, un corte de bordes desgastados y llanuras de sangre y pus.

—No entiendo: ¿quién te hizo algo así? —digo sin pensar, otra vez—. Obvio no significa que tienes que decirme, yo sé quién, pero quiero decir, ¿cómo? O más bien ¿por qué? Pero eso tampoco tienes que responder porque ajá, eso puedes decidirlo tú y creo que a Lee tampoco le has dicho.

Lee me mira con la cabeza inclinada hacia un lado y una risa reprimida que comparte con Damon. Él pasa un brazo por detrás de mi cintura. No sonríe.

—Algún día voy a contarte esa historia. —Su vista se pierde en el atardecer anaranjado. Aparta los ojos y sacude la cabeza—. Pero no hoy.

Siempre he creído que Damon es valiente. Él parece estar convencido de lo contrario. También es una torre que ladrillo a ladrillo ha caído, pero hay cosas que las acciones de Mat reconstruyeron y hay paredes que ya no sé saltar para llegar a él cuando se pierde en el atardecer.

Suele mirar los atardeceres, era una ocurrencia de siempre que alzara la vista al cielo unos segundos por lo menos. Antes sonreía casi sin quererlo y en esa tontería veía tras los muros algo del vacío, algo de la luz. Ahora todo parece inundado y los atardeceres ya no traen sonrisas sino suspiros alejados y gritos que nunca pensé oír. Esas son las historias de alguien más, rumores en los pasillos del amigo de alguien más. No mi amigo, ni el hermano de mi novio.

Supongo que puede ser cualquiera, supongo que finalmente, vivimos en un mundo de sueños rotos y paredes de cristal que, al caer, dejan pedazos afilados, puntas que se clavan como microscópicas agujas. No más dolor, pero ¿De verdad existe eso si no estás muerto? La cara desgarrada de aquel distante muñeco, los brazos atrofiados en el viento y el frio del parque, las personas que nunca despertarán porque el hambre y la suciedad los mató, me responden como martillazos en mi corazón.

—¿Les ponen nombre a todos los edificios? — Lee me obliga a salir de mi cabeza.

Entre Lee y yo llenamos el silencio hasta el apartamento. Prefiero hablar del pasado, contarle a Lee sobre mi país y las cosas que dejé allá, de mis padres y de cosas que parecen pertenecer a otra realidad.

Error 410: Sueños RotosWhere stories live. Discover now