El joven se encontraba caminando en la estación una vez habiendo llegado, caminaria por el lugar que curiosamente estaba solitario, quizás por las altas horas. Se suponía que debía haber llegado desde antes, pero debido a unos pequeños inconvenientes, iba yendo tarde, pero curiosamente al joven no le importaba en los más mínimo.

Su música resonaba, mientras pasaba su tarjeta de pasaje para continuar, hasta que se detuvo para luego sacar de su bolso derecho un pequeño folleto en el que estaba el lugar al que debía ir.

Sus pasos resonaban en el lugar mientras echaba un vistazo a su alrededor, con las manos metidas en su bolsos. Por encima de él, la luna se reflejaba en los cristales, dejando entrar una luz tenue en la estación.

Todo parecía ir bien, a pesar de un pequeño contratiempo. Sin embargo, nada parecía estar fuera de lugar... al menos eso pensaba...

Justo cuando pasó frente a un reloj que estaba colgado encima suyo, este marcó las 12 A.M. de una vez.

En este instante, algo inesperado había ocurrido: el reproductor MP3 del joven peliverde se apagó de repente, sumiendo el entorno en un repentino silencio. A su alrededor, las luces se extinguieron una tras otra, dejando a oscuras los cajeros automáticos y las máquinas para pasar las tarjetas de pasaje.

En un instante, la luna se tiñó de un verde sombrío, proyectando una luz inquietante sobre el paisaje. El ambiente se volvió más lúgubre y siniestro, con el cielo oscureciéndose aún más ante sus ojos. Momentáneamente, el joven se detuvo, sorprendido por lo que veía, su rostro reflejando un atisbo de desconcierto y sorpresa.

Sin embargo, sin indagar sobre lo ocurrido ni preguntarse qué había sucedido, simplemente decidió continuar caminando, parecía que no le había prestado bastante atención a su alrededor.

Aunque ligeramente decepcionado por la ausencia de su música, el joven descendió las escaleras con calma hasta llegar al exterior. Al salir, sus ojos se encontraron con una escena desconcertante: extraños charcos de un líquido rojo salpicaban el suelo, sumando un aura inquietante al ya sombrío y apagado entorno.

Parecía que eso sería todo lo que encontraría en aquel lugar desolado. Sin embargo, para su sorpresa, se dio cuenta de que él parecía ser la única persona presente. No había nadie a la vista, salvo por unos extraños ataúdes que emanaban una débil aura rojiza, añadiendo un toque aún más misterioso a la escena.

Cualquier persona que viera esta escena, estaría que se que cagara del miedo al no saber que estaba pasando, pero al joven peliverde, él seguía manteniendo su rostro inexpresivo y tranquilo, lo que más andaba en su mente era llegar a aquél lugar lo más pronto, ya había perdido mucho tiempo.

Sin perder un instante, el joven se puso en marcha y comenzó a caminar por Iwatodai, observando con cierto desconcierto el escenario que se desplegaba ante él. Notó con sorpresa que no había ni una sola persona a la vista, lo que aumentaba la sensación de inquietud que lo rodeaba. Además, se encontró con varios charcos de un líquido rojo que no parecía ser ningún líquido común. A medida que avanzaba, también divisó algunos ataúdes dispersos por el lugar, pero los pasó de largo sin detenerse. A pesar de la extrañeza del entorno, el joven continuaba su camino con determinación, como si esta situación fuera completamente normal para él.

Pronto llegó a un imponente edificio donde decidió detenerse y observarlo desde la entrada hasta lo más alto. Sacó su folleto y lo examinó cuidadosamente para asegurarse de que estaba en la dirección correcta. Todo coincidía: la calle, el edificio, cada detalle parecía idéntico a lo que se describía en el folleto. No había margen para el error.

Héroe de la Hora OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora