Se Acerca el Invierno

El dragón y el sol.

«Te comportaras como corresponde a una dama de tu alta cuna». Sus hombros se desplomaron. Si escapaba, arruinaría el vestido, que era muy costoso... y encima, le daría un tremendo disgusto a su hermano.

-La corona, mi señora-le dijo Brella.

-Ah, sí.

Lyanna habría preferido una sencilla corona de rosas del invierno pero Aryan se había negado. Entre tantos regalos que le había hecho llegar desde las Ciudades Libres le enviaba una corona de rosas, sí... Pero cada rosa estaba hecha de piedras preciosas. Los pétalos eran zafiros, cada uno tallado para tener la forma adecuada. Cuando la engarzaron en su cabello, Lyanna sintió un peso desagradable encima.

Sus damas de compañía ya la esperaban afuera con sus ropas para la boda. Lyessa Flint y Berena Cerwyn eran muy agradables. Las dos habían perdido a sus padres en las guerras de lord Aryan en el este, de manera que ahora eran cabezas de sus Casas. Wylla Umber era una muchachita gruesa pero también una excelente compañera de entrenamiento. Lady Leonela Woodfield tenía el rostro sonrosado como de costumbre pero siempre le sacaba una sonrisa.

Eran mayores que ella, las cuatro, pero Lyanna era una Stark, y por tanto, cabecilla por derecho del grupo.

La que mejor le caía, sin embargo, era Dacey. Solo tenía ocho años pero era vivaz e indómita, y como la propia Lyanna, se sentía más a gusto con una cota de malla que con sedas. Era la hija de Maege Mormont, la tutora de Lyanna, así que eso no resultaba ninguna sorpresa.

En cuanto a la propia Lady Maege, estaba vestida de terciopelo con unas cuantas joyas de plata, lo que no dejaba de ser una visión sumamente extraña para ella. Lady Maege era una mujer recia y baja, con un pésimo humor y testaruda... Pero a Lyanna le caía incluso mejor que Dacey.

La magnificencia de los esponsales era innegable. Les sirvieron un desayuno en el Salón de Baile de la Reina, que consistió en siete platos en honor de los siete dioses y de los siete hermanos de la guardia real. La sopa era de huevo y limón, y los pimientos verdes alargados llegaron rellenos de queso y cebolla. Se sirvieron empanadas de lamprea, capones glaseados con miel y un bagre del fondo del Aguasnegras, tan grande que hicieron falta cuatro hombres para llevarlo a la mesa. Después llegó un sabroso guiso de serpiente, con trozos de siete sierpes diferentes cocinados a fuego lento con guindillas dragón, naranjas sanguinas y unas gotas de veneno para darle un poco de mordida. Tras la serpiente, los criados sirvieron sorbete para refrescar la lengua, y como remate dulce, a cada invitado se le puso delante una calavera de azúcar horneado. Al romper la costra crujiente la encontraron rellena de natillas con trocitos de cereza y ciruela.

«Toda la comida es dorniense», noto Lyanna. «En honor a la novia». La mayoría de señores comían poco pero bebían bastante. Era por la comida. Los dornienses usaban mucho picante, y la boca de Lyanna estaba abrasada por las guindillas, pero no la disuadió.

Después de que los criados retiraran los restos de la comida, la reina Rhaella, con gesto solemne, le entregó al príncipe Rhaegar la capa de desposada que pondría sobre los hombros de Elia Martell.

-La hice yo mismo, hijo mío. Espero que con ella la Madre bendiga tu matrimonio y te de muchos hijos.

-Lo agradezco, madre-respondió el príncipe como de costumbre: formal, distante, desapasionado.

A Lyanna le pareció una capa muy bonita.

-Tú padre y yo te deseamos lo mejor-dijo la reina, aunque de mala gana, como advirtieron todos.

El rey no estaba presente. Lyanna no lo había visto ni una sola vez en todo el tiempo que llevaba allí.

Tampoco estuvo presente en el Gran Septo de Baelor, más tarde. Por muy fastidioso que Lyanna encontrase tanta ceremonia, tenía que admitir que el príncipe Rhaegar de Rocadragón y la princesa Elia de Dorne hacían una pareja magnifica, juntos, entre las imponentes estatuas de la Madre y el Padre.