Ya se está escondiendo el sol y la luz que entra en la habitación es tan reducida que su rostro está envuelto en sombras.

—Esta gente... nosotros —se corrige—, llevamos toda la vida preparados para este momento. Para despertar y proteger a la Invocadora. Personas como Nana o como Daniel han estudiado materias como política, estrategia y mil otras cosas para ser capaces de liderar al ejército Thaos si tuviera que volver a enfrentarse a los Kulua. Se han firmado tratados, se han ideado métodos, protocolos. Pero hay una realidad detrás de todo esto: Tú eres la única que tiene el poder real. No somos nada sin ti. Y eso te convierte en la única persona capaz de decidir qué se hace, al final del día. ¿Eres consciente?

"¿Lo soy?" Es lo que me pregunto en silencio, replegando las piernas para poder abrazarme las rodillas, de repente notando mucho más frío del que corresponde a estas alturas del año.

Desde el principio, mi discurso ha sido parecido. Desde que acepté el Legado me he plantado varias veces, me he negado a hacer ciertas cosas hasta no recibir información y he intentado hacer más o menos lo que he visto conveniente.

Pero siempre con el mismo resultado: ser la rebelde. La adolescente caprichosa que quiere que las cosas se hacen como ella diga. A la que le da igual lo que digan "los adultos".

Pero Leo tiene razón: no es así. No soy una cría malcriada; al menos, no siempre. No solamente.

Tengo el poder más grande que existe, y como si quisiera reforzarlo, el anillo de mi dedo índice envía una corriente al resto de mi cuerpo.

Soy la Invocadora. La última bruja de los Thaos.

Su única esperanza.

—Me da... pánico, que me utilicen —confieso entonces, en un susurro confundido.

Confundido porque ni yo misma sé por qué se lo estoy confesando precisamente a él. Y Leo asiente, como si se esperara mis palabras.

—No deberían ser capaces de utilizarte.

Sus palabras son lentas, medidas. Me doy cuenta de que si Raquel traicionó a los suyos rescatándonos a Cris y a mí, Leo está haciendo algo parecido, a su manera, intentando hacerme reaccionar. 

Me pregunto por qué. Qué le lleva a hacer esto. Podría mantenerme como su marioneta, así como todos los demás, y se buscaría menos problemas. Desde el principio ha parecido el más molesto con mi actitud revulsiva, al que más jode que me salga de la norma. Recuerdo aquella vez que me bajé del coche a medio camino de la universidad solo por estar en desacuerdo con él.

La universidad... hasta la echo de menos. Esa sensación de normalidad.

¿La echará de menos también Leo? Al fin y al cabo, era su trabajo y seguro que no esperaba tener que dejarlo tan pronto. Mis actos han precipitado las cosas y hemos tenido que hacer lo posible por desaparecer. Más o menos.

—¿Por... por qué? ¿Por qué, Leo?

No me hace falta especificar, porque él me entiende a la perfección. Deja escapar el aire entre los labios apretados y parece que le fastidia tener que reconocerlo:

—Porque necesitamos a alguien con tu fuerza, Lara. Necesitamos a alguien que actúe, que no lleve encima siglos de preocupaciones y miedos. Necesitamos a una Salvadora, porque la humanidad está en peligro de muerte y las tres grandes familias solo se unirán bajo alguien que no tenga que ver con ellos. ¿Crees que un Ártamo escuchará alguna vez a un Wolfgang, o a un Tigara? No. Entre nosotros, siempre ha sido así. Pero contigo... creo que contigo tenemos una oportunidad.

Sus palabras se quedan flotando en el aire incluso cuando cierra la boca. 

Me envuelven y se me meten en la cabeza, como si tuvieran ese poder. 

Siempre he pensado que lo más parecido a la magia que existía era ese momento en el que dos personas trataban de entenderse, de aceptarse. Y aunque ahora sepa que la magia sí existe... sigo pensando lo mismo. 

No aparta la mirada, y yo tampoco lo hago. 

Me limito a morderme el labio inferior con nerviosismo, sabiendo solo que estoy viviendo un momento importante, si pararme a preguntarme por qué lo siento así.

Leo mueve la mano sobre el edredón, en mi dirección. Son apenas unos centímetros, y aún faltan muchos para que pueda llegar siquiera a rozarme, pero...

Me estremezco como si se hubiera aferrado a mi piel.

Nos quedamos así, en silencio, con los cuerpos tan paralizados como parece estarlo el tiempo, hasta que se escucha una voz llamarle a lo lejos.

—¿Sabes lo que vas a hacer? —pregunta entonces, en voz baja.

Su mirada dice tantas cosas que no puedo ni empezar a procesarlas.

Y entonces asiento lentamente antes de pedirle un último favor.

Salvadora - (Invocadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora