Lilian Lovelace, siempre ha sido el ejemplo de la dama perfecta. No sabe de escandalos, rebeldía, ni mucho menos travesuras. Ha crecido siendo testigo del sufrimiento que puede causar el perder una buena reputación y se ha esforzado por ser una dign...
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Lilian guardó el pequeño espejuelo que guardaba en su ridículo, y suspiró con pesadez. Había hecho lo que estaba en su mano para recomponer su aspecto, aunque, de todos modos, no se veía como una futura prometida debía verse.
Acongojada, cerró los ojos, y se repitió que estaba tomando la decisión correcta y que, con el tiempo, sus heridas sanarían. Podría olvidar, lucharía por hacerlo.
Más tranquila, acomodó la falda aguamarina de su vestido de viaje, retocó el moño flojo que la doncella le había hecho, y se preparó para llegar a su destino que debía estar muy próximo.
Lo siguiente que supo fue que estaba con la cara aplastada contra el cuero del asiento vacío y la falda del vestido enrollada en la cintura.
—¡Por todos los cielos! ¿Qué ha pasado? —exclamó aturdida, usando las manos para levantarse y poder sentarse de nuevo.
El carruaje había frenado de golpe, lanzándola hacia adelante. Despeinada y con el rostro encendido, Lilian abrió la puerta del coche, y asomó la cabeza para investigar qué había causado que se detuvieran. Pensó que con su mala suerte, sería una rueda rota.
—¿Qué sucede, James? —preguntó cuando vio la cara del cochero asomar por el costado del pescante.
Miró alrededor y se dio cuenta de que estaban muy cerca del camino que llevaba al risco en donde se ubicaba la cueva de Rochester y sus secuaces.
De hecho, estaban justo en el claro donde había visto por primera vez al caballero.
La sospecha la invadió.
—Lo siento, milady, hay un tronco muy grande en medio del camino. Tendré que quitarlo para seguir viaje.
Lilian miró hacia donde le señalaba y, en efecto, lo vio cruzado, impidiendo el paso.
—¿Puede moverlo? —inquirió dudosa, se veía de verdad muy grande y pesado para que el sirviente que tenía una edad avanzada pudiera hacerlo solo.
James bajó del coche y se inclinó para intentar levantar el tronco. Lo intentó tres veces.
—Lo siento, milady. Tendré que ir a por ayuda. Pero no puedo dejarla aquí sola. Creo que lo mejor será que regresemos y tomemos otro camino.
Lilian suspiró cansada.
Eso les llevaría mucho tiempo, y ella solo quería irse de allí, alejarse antes de que su fuerza de voluntad se quebrara y terminara cometiendo alguna imprudencia. Como podía ser la de ir en busca de lord Eric y obligarlo a aceptar lo que sentía.
—Eso no será necesario, James —intervino una voz de barítono desde algún punto cercano.
Lilian alzó la cabeza de inmediato, y se asomó, pero no encontró a la vista al dueño de esa voz. Tampoco lo necesitaba, sabía de quién se trataba.
