Capítulo 1.

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El aroma del café, un goce para la mayoría de las personas al despertar después de una noche tranquila en algún lugar perdido en las montañas.

Bajas temperaturas, olor a madera, calor que desprende la chimenea, ver las estrellas tumbada en la tierra húmeda o sentir esa helada brisa que parece renovarnos con tan solo rozar nuestro rostro, son varios ejemplos de pequeños placeres de la vida, que me gustaba sentir mínimo una vez por semana, aunque mi realidad, estaba bastante alejada de esto.

Sí trataba de cafés, bajas temperaturas y ver las estrellas como aquel que parece que nunca ha visto un atardecer. En cambio, algo lo obstruía. Algo le quitaba esa magia o idealización que yo le había dado. Y al parecer, esa mala hierba en un prado lleno de hermosas flores, era la gente. La sociedad.

Siempre había sido muy reacia a socializar y en general a entablar alguna conversación con alguien que no estuviera en mi círculo cerrado, o así llamo yo a la gente de mi familia y amigos de la infancia.

Mudarme a Londres para poder estudiar lo que quería, me hizo cambiar totalmente de idea y me ayudó a darme cuenta que aunque me costara, tenía que abrir la mente si no quería quedarme sola.

"Roses n Coffee" era mi día a día. Una cafetería que hace esquina en una de las calles más famosas de Londres, y que solamente por sus enormes cristaleras, llama la atención. Maceteros llenos de rosas rojas, decoraban el exterior con una antigua bicicleta algo oxidada de la cual, había tenido que bajar a varios niños en más de una ocasión y pelearme con varios padres. Pero para mí, que eso no ocurriera mínimo tres veces por semana se me hacía raro.

Por las mañanas estudiaba en la universidad, y por las tardes me pasaba por allí para ganar así algo de dinero que pudiera mantenerme en mi pequeño piso de cincuenta metros cuadrados. Era acogedor.

Mi vida siempre me había parecido monótona, al menos desde mi perspectiva. Cada día seguía la misma rutina: despertar, asistir a la universidad, pasar la mitad de la mañana allí, y luego comer en menos de cuarenta y cinco minutos para dirigirme a la cafetería. Después, cumplía con mi turno de martes, miércoles y jueves hasta las ocho y media, y los viernes hasta las siete, antes de regresar a casa para cenar. Pronto, caía exhausta en la cama, o a menudo, incluso en el sofá.

Pero definitivamente todo esto cambió, no sé si para bien, o para mal, pero cambió.

Cambió el primer jueves de octubre. Él apareció allí sentado en la mesa de madera clara que hacía esquina, con lo que parecían ser sus apuntes sobre la mesa y una buena taza caliente de capuchino, refugiándose de la lluvia.

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⏰ Última actualización: May 11 ⏰

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Un café bajo las estrellas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora