–¿Te acuerdas de David Brown? –le preguntó.

Su madre frunció el ceño.

–David... sí, claro. Era el que cocinaba tan bien, ¿no? Siempre hacía tortitas por las mañanas. A ti te encantaban.

Sí, era cierto. Le encantaban las tortitas de David. Él dejaba que se sentara en la encimera y removiera la mantequilla.

–Es posible que tenga mi pingüino.

–¿Qué pingüino?

–¿Te acuerdas de las tallas del abuelo?

–Ah, sí –dijo su madre y enarcó las cejas–. ¿Todavía tienes alguna?

–La tenía –dijo Camila–. Alguien me la robó y empezó a enviarme fotos de él, diciéndome que podría recuperarlo si certificaba que un par de piezas eran del abuelo.

Su madre frunció el ceño.

–Pero yo creía que se había quemado todo.

–Yo, también, pero una de las dos piezas parece auténtica. La otra parece una falsificación.

–¿Y por qué iba a querer alguien que las certificaras...? Ah –murmuró su madre–. Alguien está haciendo un negocio. Vaya. Es muy brillante –dijo. Al ver la expresión de Camila, añadió–: Y está mal. Muy mal. ¿Crees que puede ser David?

–No quiero pensarlo, pero hay algunas pruebas que lo señalan como sospechoso, así que quiero hablar con él.

–¿Qué pruebas?

–Le llevó una pieza a Dominic Hansen, uno de los aprendices del abuelo, e intentó vendérsela como si fuera suya. Después, fue diciendo que la pieza era del abuelo.

–¿Me estás tomando el pelo? Ese cerdo...

Su madre se puso de pie y tomó el bolso y las llaves.

–Espera –dijo Camila–. Mamá, ¿adónde vas?

–Voy a hacerle una visita a David. Si alguien tiene que ganar dinero con el talento de mi padre, esas somos tú y yo.

–No. Mamá, no puedes...

Pero su madre ya había salido por la puerta.

Camila salió corriendo detrás de ella y la alcanzó cuando estaba metiéndose al coche. Camila saltó al asiento del pasajero.

–Mamá, de verdad. No puedes...

–Voy a aclarar esto. Nadie les roba a las Cabello.

Camila se agarró al asidero cuando su madre salió a toda velocidad a la calle.

–¿Sabes dónde vive David? –le preguntó.

–Sí.

–Pero si rompisteis hace muchos años.

–Pero él vive en el barco de su tío. El viejo murió antes de que yo conociera a David. Y David no se va a mudar de ese barco hasta que esté muerto y enterrado.

–Bueno, está bien, pero da la vuelta. Tenemos que volver a casa. Hay otra gente ocupándose de esto. Las autoridades...

–A mí jamás me han ayudado las autoridades. No te engañes, Camila, estamos solas.

Entró en el aparcamiento del puerto, que estaba oscuro. Aunque iba a amanecer, aquel día no iba a ser muy luminoso, porque iba a haber tormenta.

Camila sacó su teléfono para llamar a Lauren, pero no tenía cobertura.

–Mamá, mira tu móvil. ¿Tienes cobertura?

Su madre sacó el móvil del bolso.

–Una sola barra. No sirve para nada.

–Pues tenemos que parar, porque no podemos llamar a nadie para que nos ayude. No vamos a ser como las chicas tontas de las películas de terror, ¿no? Vamos, salgamos a la calle principal de nuevo, donde haya cobertura, y llamaré a...

–Primero, quiero hacerle algunas preguntas, nada importante. Si te sientes mejor, quédate en el coche. Yo vuelvo ahora mismo.

Llevó el coche al borde del aparcamiento y salió sin apagar el motor.

–Mamá...

Pero ella se fue hacia el embarcadero.

Demonios... Camila se pasó al asiento del conductor y llevó el coche por el aparcamiento, sin perder de vista el teléfono. No quería dejar a su madre, pero tenía que llamar a Lauren. Cuando apareció una barra de cobertura, le pidió a Siri que le mandara un mensaje a Lauren diciéndole que estaba en el puerto con su madre, que se había ido a hablar con David. Tal vez aquella mujer no fuera la mejor madre del mundo, pero era la única que tenía. Así pues, no podía quedarse en el coche de brazos cruzados, esperando a que llegara la ayuda.

Intentó mantenerse entre las sombras de camino al embarcadero. Allí no había ningún sitio en el que ocultarse, pero todavía estaba oscuro. Camila trató de escuchar, pero solo oyó el chapoteo del agua contra los pilones.

–¿Mamá?

Nadie respondió, pero a ella le pareció que oía el ruido de los tacones de su madre a la derecha, así que se dirigió hacia allí y estuvo a punto de gruñir al ver la cantidad de barcos que había.

Una fila de ellos, que llegaba hasta donde alcanzaba la vista.

Sin embargo, solo uno de los barcos tenía una luz encendida en su interior. Camila fue hacia allí con el estómago encogido de miedo. No se sentía bien con nada de aquello. Cuando estuvo cerca del barco, se escondió detrás de un pilón y miró por una de las ventanas.

El interior del barco estaba lleno de muebles de madera. Se acercó para verlos mejor, y se quedó petrificada. La mayoría de las piezas eran en serie; un montón de cabeceros iguales, mesillas de noche idénticas... Sin embargo, había otros muebles distintos, como una consola que se parecía mucho a la que ella había recibido por foto. Otro era un reloj único de su abuelo, que ella reconoció del taller. Del taller donde todo, supuestamente, se había quemado.

KISS- CAMREN G!PWhere stories live. Discover now