—¿Cinco no son demasiados? ¿Cinco?

—Claro que no —interviene Dagny mientras baila frente a un espejo alto con su vestido rosa empolvado—. Lo normal suelen ser ocho.

«Ocho», Suni se asfixia solo de imaginarlo.

Bajo una ventana, Elsta está ocupada con la máquina de coser. El ruido constante del pedal y el movimiento rítmico de la aguja son la banda sonora del lugar.

—Mi máximo son dos —responde Suni al cabo de unos segundos—. Y de aquí a mucho tiempo.

—¿Mucho tiempo? —Aine ríe ante lo que interpreta como una broma—. Te casas en pocos días, ¡pronto estarás embarazada, boba!

Suni se queda sin aire, como si Aine le hubiera propinado un puñetazo en el estómago.

—Dos hijos son muy pocos —señala Dagny arrugando la nariz sin dejar de bailar—. Lo mínimo serían cuatro.

—Con suerte dos niños y dos niñas —dice Aine en tono soñador—, ¿os lo imagináis?

Suni solo quiere imaginar el barco de regreso a Blazh. Se agarra a la amplia falda de su vestido de novia, lleva múltiples capas de tul y organza color celeste. Es precioso... y terrible. Un recordatorio de que en cuatro días estará casada si no gana la competición y logra tomar el barco a tiempo. Lo peor es que acaba de comprender las consecuencias más graves del enlace. Hijos.

—Estás pálida.

Aine afloja el agarre del corpiño de Suni al darse cuenta de que parece estar a punto de desmayarse. La chica aprovecha la situación para pedir que le quiten el vestido, y retirarse a su habitación. Aine y Dagny protestan alegando que Carin vendrá en seguida para revisar su trabajo. Entonces Elsta deja de coser para ordenar a sus hermanas pequeñas que la permitan irse.

—Ya tenemos lo necesario para que el vestido de novia quede perfecto.

En este momento, Elsta sube al primer puesto de favoritas de Suni. En cuanto la liberan del engorroso vestido, la chica se pone otro más sencillo celeste metálico, ceñido a la cintura por un corsé negro, guantes de rejilla, medias oscuras y botines. Agrega el cinturón de cadenas a la cintura —pese a la cara de disgusto de las hermanas Lexer— su braz, gargantillas y collares negros y plateados.

Sale tan rápido de la habitación que tropieza con alguien en el pasillo. Con la última persona que desea ver ahora mismo. Djeric atrapa sus codos para estabilizarla, y el contacto es para Suni como estar sobre una llama baja.

—¿De qué huyes, criatura?

No lo ve desde el beso, incluso bajó a desayunar tarde para no coincidir con él. Es absurdo porque en unas horas tendrán que entrenar para ganar una competición de locos. Suni se aparta y retrocede un par de pasos. Para tratar con Djeric la distancia es esencial.

—De ti. Siempre de ti.

Él alza las cejas, hay un brillo en sus ojos que Suni no sabe identificar.

—Qué extraño, juraría que te acabas de abalanzar sobre mí.

El muchacho vuelve a vestir como de costumbre, a excepción del sombrero y la casaca.

—Eso es porque tienes la mala costumbre de atravesarte en mi camino. Hazte a un lado, ¿quieres?

El joven apoya su hombro contra la pared de madera tallada, y cruza los brazos como si no le preocupara nada en este mundo.

—A decir verdad, estoy muy a gusto aquí. —El brillo en sus ojos se vuelve más acerado.

«¿Está enfadado?», se pregunta la chica, en su lugar dice:

—¿Te apetece molestarme por alguna razón?

—¿Alguna razón? ¿Acaso me das algún motivo para querer molestarte? Con lo bien que te portas siempre. —Acompaña la ironía con una sonrisa dulce que contrasta con su mirada dura.

—Ajá. Estás gracioso hoy.

La muchacha decide darse la vuelta, dispuesta a tomar el camino más largo hacia su habitación con tal de no pasar por al lado de Djeric.

—Que retirada tan rápida, Suni, cualquiera diría que tienes miedo.

Esas palabras la detienen en seco.

—¿Miedo de qué?

—Miedo a estar cerca de mí.

Suni bufa y se da la vuelta para encararlo.

—¿Borracho tan temprano?

—Nunca me emborracho.

—Pues te noto raro. ¿Te pasa algo?

Un humor salvaje ilumina los rasgos del joven.

—Algo —repite con voz queda al tiempo que un pequeño músculo tironea en su mandíbula—. Podría decirse que sí. —«Sí, está enfadado», se confirma Suni a sí misma—. Tú eres lo que me pasa desde que te conocí.

—Ajá, pues yo hago mi mejor esfuerzo por desaparecer de tu vida, pero te empeñas en evitarlo.

Ante esas palabras, Djeric encierra sus emociones bajo un ligero aburrimiento.

—Confío en qué seas la mitad de buena napeado de lo que crees que eres, porque esta competición va a ser más dura de lo esperado —su tono se ha vuelto neutro y, antes de que Suni pueda preguntarle a qué se refiere, entra en la habitación contigua a la de sus hermanas.

Suni se queda aún más confusa. Suspira y retoma su camino hacia el dormitorio.

En cuanto se tumba en la cama, saca el cuchillo de dilmun de Alon de debajo de la almohada. No sabe por qué no se lo ha devuelto. Quizá porque se siente más segura teniendo un arma, quizá porque quedó fascinada al verla en funcionamiento. «O quizá porque aún estoy buscando la manera de hacerla funcionar conmigo», piensa frustrada.

El cuchillo tiene un mango y filo oscuro que ella vio que brillaba rojizo, como si palpitara, como si estuviera vivo. En manos de Suni, en cambio, parece un cuchillo corriente, sin vida. La chica juega con el arma un rato, lo mueve, hace gestos de acuchillar algo, se concentra en su filo y lo imagina brillando... nada funciona.

Suni sabe que la mayoría de países de Andilia sienten una enfermiza adoración por los poderes de sangre, y en su opinión, eso les impide avanzar. También es esa la razón de que sigan habiendo guerras entre poderes sensoriales y extrasensoriales. Suni sacude la cabeza con desaprobación mientras añora su civilizado hogar.

Frustrada, se deja caer sobre la cama; mantiene el cuchillo en sus manos, pero ya no le presta atención, sus pensamientos se van hacia el entrenamiento que tendrá con Djeric y Alon en unas horas.

«¿A qué ha venido esa actitud tan rara? —Pero esa inquietud queda eclipsada con otro interrogante más atractivo—: ¿Cómo será napear con él?».

Un cosquilleo se cuela en su estómago al imaginarlo. Traga saliva. Le cuesta ver a Djeric sobre un napa. ¿Será torpe? Sonríe maliciosa. Es un delka, no espera gran cosa. Y por las palabras de Djeric diría que él tampoco espera gran cosa de ella.

«Idiota».

El recuerdo del beso asalta la mente de Suni como un ladrón dispuesto a arrebatarle la calma. Cierra los ojos con fuerza. Se pasó toda la noche anterior dando vueltas en la cama sin poder dormir, sin poder quitarse las sensaciones que ese beso le produjo, sin que su imaginación fuera más allá.

¿Y si no se hubiera ido? ¿La habría besado otra vez? ¿Se habría resistido ella? Suni se da la vuelta y golpea su almohada. Debió haberle mordido la lengua. Fue una estúpida.

«Si vuelve a hacerlo le haré sangrar».

***

¿Cómo les irá en el entrenamiento?
 
¿Mejorará su relación o la empeorará?

¿Se llevarán alguna sorpresa? 🤭

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¡Mil besazos!

Choque: Alas Encadenadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora