—No tengo hambre, eso es todo.

Brianna alzó las cejas.

—Alioth, tú siempre tienes hambre —replicó inclinándose aun más hacia él—. No puedes decir eso y esperar que no me preocupe.

—No estoy tan mal como para que tengas que preocuparte por mí.

Ella soltó un suspiro de sufrimiento.

—¿Y no puedes fingir que te sientes peor para que al menos podamos escaparnos de aquí?

Alioth esbozó una sonrisa triste.

—No hay forma de que podamos escapar de esta cena —confesó.

Se recostó sobre el respaldar de la silla y estiró el cuello hacia atrás como si estuviera agotado.

El rey Ewen terminó apiadándose de ellos e interrumpió la conversación de los demás cuando se puso de pie.

Brianna lo observó atenta, con todos los músculos de su cuerpo sumamente tensos.

Ewen, aunque ya con algunas canas, seguía siendo muy guapo, y le sonrió como si hubiese leído sus pensamientos.

—Bueno, creo que es tiempo de abordar el punto de esta pequeña reunión —musitó—. Brianna, creo que es conveniente pedirte que me dejes terminar de hablar antes de comenzar a gritar.

La aludida arrugó la frente.

—¿Por qué piensa que voy a gritar?

—Porque te conozco demasiado bien.

Brianna no pudo morderse la lengua.

—Entonces me está adelantando que lo que va a decirme, no me va a gustar.

Ewen se mantuvo tan conciliador como siempre.

—Esta no ha sido una decisión fácil. Tanto tus padres como nosotros —dijo mirando a su esposa—, hemos discutido esto por años, y hasta hace algunas horas pensábamos que era una pésima idea. Pero debido a los acontecimientos de las últimas semanas, hemos llegado a la conclusión de que quizás sea la mejor opción para todos.

—Majestad, sabe que le tengo mucho cariño —contestó ya sin paciencia, pero por lo que acababa de decir, le costaba mucho hablarle de otra forma que no fuese con todo el respeto que pudiera demostrarle—, pero a riesgo de sonar grosera, pero parece que todos aquí ya saben de qué se trata, ¿por qué no me dice directamente de qué está hablando y terminamos con esto de una vez?

Glenda Collingwood jadeó horrorizada.

—¡Brianna! Esa no es forma de hablarle al rey.

Ewen levantó una mano para tranquilizarla.

—Está bien, está bien. Brianna tiene razón, por supuesto. No podemos culparla por alterarse un poco —musitó manteniendo una sonrisa que a Bri empezó a darle escalofríos—. Como ya le comentamos a Alioth esta mañana, lo que hemos decidido junto a tus padres, es que lo mejor para todos es organizar un compromiso entre ambos.

—Un compromiso corto, con miras de celebrar una boda cuanto antes —aclaró la reina con énfasis.

Un silencio helado se instaló en el ambiente durante unos segundos hasta que Brianna comenzó a reírse.

Primero pensó que era un buen chiste, porque ella era la última mujer en el mundo con la que los reyes querrían para esposa de su heredero, pero en cuanto cayó en la cuenta de que la reina Arlet jamás bromeaba con nada —y que nadie más parecía encontrarlo gracioso— terminó por dejar de reír.

Descontrol en la realeza (Los van Helmont I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora