Cap. 10 Cielo nocturno

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Charlotte siempre había sido amable y dulce conmigo, ¿por qué esta vez era diferente? ¿Por qué ahora comenzaba a desesperarme con la idea de tocarla? 'Estás celoso,' retumbó aquella voz de nuevo. No, no era cierto. ¿Celoso de quién? 'Ese mal nacido casi toma lo que es tuyo,' la voz insistía. Apreté mis puños y miré el congelador. Sentí mi cuerpo estremecerse; ahí debía estar ahora ese maldito. Tragué la saliva que empezaba a llenar mi boca.

"Gracias, querida," fue lo único que pude decirle mientras me aproximaba. Era como si mi cuerpo se moviera solo.

Ella se giró a verme con su adorable sonrisa. "Señor Alastor, yo..." Sus bonitos ojos azules me miraban tímidamente. De verdad deseaba acariciar sus mejillas.

"No sabía que sabías hacer cócteles," susurré, sintiendo cómo el aire de mi respiración comenzaba a raspar mi garganta. Me acerqué más a ella y ella retrocedía. Eso me fascinó, parecía una tímida cierva asustada ante su depredador, inquietantemente adorable. 'Tómala,' aquella voz era casi irresistible, pero, ¿acaso Charlotte me lo permitiría? Estaba de por medio el acuerdo con su padre. No, yo era un hombre de palabra, no podía. Pero la rabia de hacer sufrir a Lucifer Magnes empezaba a llenar mis sentidos. '¿Qué sentirá ese bastardo cuando descubra que su pequeña hija ha dejado de ser virgen?' Me tensé a la agradable idea de la enorme ira que él sentiría. Inmediatamente, sentí cómo mi entrepierna comenzaba a doler. La cercanía a ella era peligrosamente electrizante. 'Bésala' fue lo único que podía pensar mientras miraba cómo ella se mordía sus regordetes labios rosas. Se veían tan dulces y tentadores que solo pude acorralarla contra el fregadero. Tragué saliva, mi garganta estaba tan seca.

"¿Marinaste la carne, querida?" Sonreí para mis adentros. Tenía la vista perfecta de su blanco cuello y su piel era tan dulcemente delgada que podía ver el ligero pulso de su sangre. Necesitaba darle una mordida. Mi cuerpo se sentía extraño y solo pude poner mis manos a los lados del fregadero, acercándome aún más a ella. Su olor era embriagante.

"Sí," respondió obediente en un susurro, bajando la cabeza. Ella, sin duda alguna, era una buena chica. Siempre se esforzaba por mantener todo limpio y sus comidas habían mejorado gratamente. Siempre me esperaba leyendo un libro en la sala hasta que yo volvía del cobertizo y jamás se había atrevido a irrumpir ahí ni a preguntarme qué hacía. Estaba agradecido de que todos estos meses de convivencia hubieran sido tan tranquilos. Pero, ¿qué había cambiado? Ella seguía siendo ella y yo seguía siendo yo. Nada debía haber cambiado, pero el recuerdo de aquel hombre que la lastimó me hizo enfadar, y una divertida idea cruzó por mi mente.

"¿Cenarás conmigo eso?" le pregunté mientras entrecerraba los ojos y la miraba con una curiosidad intensa. La idea de compartir con ella la carne de ese desgraciado llenó mis sentidos. Sentí que recuperaba apenas una parte de mi cordura, lo suficiente para que mi erección disminuyera, sintiéndome aliviado. Sentía claramente cómo el demonio dentro de mí se retorcía de forma desagradable. Sabía que yo tenía el control y estaba frustrado de que si ella decía que no, yo retrocedería y daría fin a cualquier enfermo deseo que intensificaba en mí. Así que decidí dar la estocada final para salir de toda esta situación. Miré cómo Charlotte dudaba y reí. Ella era una buena chica. Si supiera la verdad, tendría que matarla. Sonriéndole de forma pícara, acaricié suavemente sus mejillas. Sentí cómo su piel se erizaba a mi toque, pero esta vez, con la pregunta clara en mi mente y sabiendo que ella retrocedería ante mis juegos, pude controlar el deseo latente de robarle un beso.

"¿Incluso si fuera carne humana?"

Por fin lo dije, de forma seria pero al mismo tiempo con un toque divertido. Sentí como si su pulso se detuviera un instante y cómo mi respiración y latidos comenzaban a bajar. Por fin, aquella incesante y molesta voz se callaba. Claro que ella era una buena chica. Incluso si se lo tomara como una de mis bromas, probablemente diría que era cruel y asqueroso que jugara con ese tipo de humor. Me empujaría y me diría que soy raro; todos ya creen que soy raro, ¿por qué ella sería diferente? Solo estaba esperando a que Charlotte me alejara con cualquier insulto para dejarme a solas y así devorar la carne cruda por mi cuenta. Pero... entonces sus tiernos labios se curvaron en una sonrisa de complicidad. Eso no lo esperaba. Era como si ese simple gesto intensificara de nuevo lo que me había costado tanto controlar.

GARDENIAS BLANCAS Y ROJASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora