Capítulo 22 La Iniciación

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– Me alegra que pudiera seguir adelante después de lo que pasó. – confesó Liora en un tono de voz más suave. – Tiene un hijo prometedor. – luego, su mirada se desplazó hacia otro joven en la arena. – El tuyo también es brillante.

Elric siguió su mirada hacia Coga, quien también se entrenaba con fervor. Una sonrisa de orgullo se dibujó en su rostro.

– Ambos tienen el potencial de convertirse en grandes Cazadores. – aseguró, desviando la mirada hacia el resto de aspirantes y centrando su atención en aquellos que no conocía; los jóvenes que había traído la Orden del Sauce. – Tu gente también está bien preparada. El suroeste sigue seguro gracias a ello.

– Pero no siempre llegamos a tiempo. – repuso Liora en un tono sombrío.

Elric asintió, con una seriedad que reflejaba la crudeza de aquella afirmación.

– Lo sé. Pero no por eso nos rendiremos. – dijo con firmeza. – Defenderemos nuestra tierra hasta el último palmo. Puede que los demonios hayan ganado terreno, pero no nos rendiremos sin pelear. Ni nosotros, ni los que están por llegar. – con la mirada, señaló a los aspirantes. – En eso consiste el pacto de sangre, Liora. Víshir no se rindió sin luchar y nosotros tampoco.

La mujer de melena castaña sonrió, apoyándose en la baranda de piedra del palco, con la vista perdida más allá de la arena.

– Hemn fue un buen líder. – dijo Liora, volviendo entonces a mirar a Hidan. – Pero tú eres un gran hombre, Elric. Plumas tiene suerte de tenerte.

Elric sacudió la cabeza con humildad, evocando en su mente los recuerdos que le habían convertido no solo en el líder, sino en el Cazador que era hoy.

– No... – murmuró. – He sido yo quien ha tenido suerte de poder luchar junto a ellos.

Elric de Plumas había crecido rodeado de guerreros, de personas valientes y de buen corazón. Había visto a su padre liderar la Orden con sabiduría y honor, y él, desde su más tierna infancia, había esperado convertirse en un gran luchador como él y como su hermano mayor, quien estaba destinado a ser el líder después de él. Pero al final, nada sucedía como uno deseaba. En un momento de debilidad, las dos figuras a las que admiraba cayeron ante el embrujo de aquella espada maldita que ahora blandía Hidan, y él, quien había estado destinado a ser el segundo al mando en la Orden de Plumas, se convirtió en su líder de pleno derecho. Un líder temeroso de los suyos, pues el rencor rezumaba inconscientemente en la mirada de los Cazadores de Plumas cuando lo miraban al principio. Podrían haberle nombrado su líder, sí, pero en él veían la sombra de Tarek y Hemn... Sin embargo, con el tiempo logró ganarse su confianza, su apoyo. Les demostró que un buen líder no se definía solo por su habilidad en la batalla, sino por su capacidad para guiar, proteger y sacrificarse por los suyos. Elric había aprendido a llevar así el peso de la Orden de Plumas sobre sus hombros, y aunque el camino no había sido fácil, había encontrado la manera de transformar el dolor de su pérdida en una fuerza que lo impulsara a ser un líder digno de la memoria de su padre y su hermano. Su único arrepentimiento durante ese tiempo era el no haber sido capaz de evitar que su propia hija odiara a Hemn con toda su alma, pero eso era algo que desde el principio estuvo fuera de su control, ya que las heridas que marcaban el corazón de Tracia habían sido infligidas antes de que él pudiera intervenir. La traición que ella percibía en Hemn, nacía del dolor de haber perdido no solo a su tío, sino a su maestro en circunstancias que nunca llegó a comprender del todo, plantando en ella una semilla de rencor que con el tiempo se había transformado en un odio profundo y arraigado. Su propio tío, un hombre al que admiraba, había sido capaz de traicionar a los suyos en batalla, y eso era algo que aquella niña, cuando vio regresar al valle a los supervivientes cargando los cuerpos de los muertos, no pudo soportar. Elric sabía que Tracia no era ni sería capaz de ver más allá de su propia rabia, que el sacrificio y la tragedia que envolvieron a Hemn eran cosas que ella no podía ni quería entender, pues para la joven rubia, Hemn había sido el catalizador de la desgracia que les había arrebatado no solo un maestro, un tío o un hermano, sino a decenas de amigos, padres, hijos y hermanos de otros, y nada de lo que su propio padre pudiera decir o hacer cambiaría esa percepción.

El Cazador de demonios (libro I) La Montaña ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora