Daba por sentado que las niñas tenían muñecas porque era la manera de enseñarlas a ser madres. Repetía en su mente una y otra vez esa frase que había escuchado desde pequeña, Madre solo hay una, y no dejaba de ver que no era del todo real, pues si ese bebé llegaba al mundo no tendría una madre, sino dos, pues Fina sería parte de esa ecuación.

Pensar en Fina ejerciendo de madre hacía que su baba se desprendiera por su boca hasta recorrer todo su rostro, sabía que la joven sí había tenido esa infancia, había sido educada en un ambiente cargado de amor, y por eso, sería capaz de mitigar las faltas que ella pudiera tener.

Por otro lado, cargar a Fina con un bebé que no era suyo, sino de un moribundo, se sentía como algo verdaderamente egoísta por su parte. Fina tenía una gran capacidad de amar, y ella sabía de sobra que querría a ese bebé casi tanto como a ella, como si fuera suyo, pero, ¿Era justo detener su vida en aquel instante por un bebé que nunca sería realmente reconocido como suyo?

El sobre entre sus manos se hacía realmente pesado, ese pequeño folio que albergaba la respuesta a todas sus preguntas se sentía como una losa, y sus fuertes manos se estremecían al rozarlo mientras suspiraba y resoplaba a partes iguales, caminando de lado a lado del dispensario.

Marta era una persona realmente segura y, por primera vez en su vida, había algo que se estaba escapando totalmente de sus planes y de sus manos, no podía hacer nada para remediar las palabras que estuvieran escritas en ese sobre.

Sus ojos se pusieron en blanco y su cuerpo empezó a flaquear, el cúmulo de emociones ejerció una presión en su pecho que fue capaz de generar una nueva oleada de malestar en su interior. Jaime buscó una papelera y Marta se vació en aquella diminuta bolsa.

-Tranquila -rogó el señor acariciando sus hombros.

-¿Cómo voy a estar tranquila? -bufó, buscando papel para limpiar los restos de su rostro- ¿No te das cuenta? Ese bebé lo cambiará todo.

-Aún no sabes si...

-Puedo sentirlo -admitió-, noto algo dentro de mí, algo tan fuerte que no tiene explicación, nunca me había sentido así -sus ojos mostraban seguridad y a la vez un miedo abismal.

Jaime se quedó sin habla al verla tan decidida y la abrazó, besando su cabeza con ternura, intentando mostrar su apoyo.

-Estoy aquí para ti, y sé que no soy la única persona que estará a tu lado, Marta.

-No es justo -susurró.

-Nada en esta vida es justo, nos dan un tiempo y tenemos que aprovecharlo de la mejor manera, de la que podamos, luego todo se acaba, la vida está llena de injusticias que tal vez nunca merecemos, pero a veces no hay opción -hizo una mueca, sintiéndose impotente al pensar en su enfermedad.

-Jaime...

-No pasa nada -intentaba tranquilizarla-. Yo también estoy muerto de miedo, siempre he querido ser padre y si ahora estás embarazada soy consciente de que nunca veré a ese niño crecer -Marta bajó la cabeza y sintió las lágrimas recorrer su rostro-. Siempre quise tener un hijo y ver su evolución, ver cómo nos miraba con esa adoración cargada de inocencia, ser su máximo referente contigo y llenar nuestra vida del amor que siempre sentí que nos faltaba.

-Lo siento -sintió impotencia porque sabía que ese amor que les faltaba no era por un niño, sino, en gran parte, porque ella no le amaba de esa manera.

-No es tu culpa, tengo claro que ese bebé crecerá con la mejor madre que pueda tener. Soy consciente de que le cuidarás como nadie, de que lo llenarás de ese amor que tú no tuviste.

-Yo no sé hacer eso...

-¡Claro que sabes! Yo creo en ti -admitió, y sus ojos se vieron empañados de la misma manera que estaban los de su mujer-. Creo en ti mucho más que tú misma, Marta, sé que serás una madre envidiada por todos y harás que a este bebé no le falte nada, tu pureza le hará tan grande como tú.

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⏰ Última actualización: Sep 18 ⏰

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