Capítulo 18: El valor de soltar

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No es porque lo haya hecho yo pero, esta pasta está deliciosa, se nota que la he hecho con calma, sin prisas. Mientras disfruto de mi comida, me pongo un capítulo de Cómo conocí a vuestra madre, me parece tan increíble esta serie. Creo que es como la tercera vez que la empiezo, pero no me canso. Fuera no deja de llover, el sonido de las gotas golpeando las ventanas me relaja aún más, es como si el mundo entero también estuviera tomando un respiro. Y yo, por mi parte, decido que mi domingo se basará en ver la tele y olvidarme del resto del mundo.

Hacia las seis de la tarde me doy cuenta de que me he bebido la botella de vino entera, sonrío para mí misma, <<normal que me sienta tan relajada>>.

Miro el móvil, y me extraña que Ro no me haya escrito. Siempre me avisa cuando sale del trabajo, aunque sea con un mensaje rápido para ver cómo estoy. Frunzo el ceño y, sin pensarlo demasiado, le envío un mensaje:

''¿Todo bien?''

A los pocos minutos me vibra el móvil.

''Sí amiga, hemos tenido lío en la ofi, qué ganas tengo de salir de aquí. ¿Pedimos unas pizzas y nos bebemos un vinito?''

Como beba más vino me voy a emborrachar de verdad, pero qué más da, es domingo y no tenemos nada mejor que hacer.

''Genial, aquí te espero.''

<<Ojalá Ro fuera un hombre, sin duda haríamos una pareja perfecta.>>

A los treinta minutos alguien toca el timbre. Estoy segura de que es Ro, esta mujer no sé ni para qué tiene llaves, si siempre se las deja.

—¡Llegó el festín! —anuncia nada más abrirle la puerta.

—Tía, el día que no esté en casa, ¿cómo vas a entrar? Si siempre te dejas las llaves, desastre —le digo mientras coloco las pizzas en la nevera.

—Pues voy donde estés y cojo las tuyas —responde con una naturalidad descarada, como si fuera la solución más obvia del mundo. Aunque razón no le falta.

—Anda, mira qué fácil —me río mientras cierro la puerta del frigorífico.

—No te quejes —dice, estirándose en el sofá—. Es un sistema infalible. Yo vivo tranquila sabiendo que siempre estás cerca, y tú puedes sentirte útil siendo mi salvadora de llaves. Win-win.

—Lo que tienes tú es mucho morro.

No podemos evitar reírnos a la vez.

Ro se levanta del sofá, todavía riendo, y se dirige a cambiarse la ropa de calle por el pijama. Mientras tanto, yo abro la botella de vino con cuidado, llenando nuestras copas una vez más. El sonido del vino al caer en los vasos es relajante, casi hipnótico. Por unos segundos me envuelvo en mis pensamientos. Debería contarle a Ro lo que ha estado sucediendo, pero no sé cómo empezar.

Mientras revuelvo los pensamientos en mi cabeza, escucho cómo Ro regresa al salón con su pijama de siempre, esa camiseta gigante de uno de sus líos fallidos.

Me siento un poco más tranquila al verla, como si solo su presencia me recordara que no tengo que llevar este peso sola. Tal vez sea el vino, o tal vez sea simplemente que ya no quiero seguir guardando silencio.

—Tengo que contarte algo —le suelto sin pensarlo más.

—Ya decía yo que estabas muy rara, te noto un poco apagada, ¿qué ha pasado?

—Ayer vi a Mateo, no solo lo vi, también nos besamos.

No puedo describir con palabras la cara que tiene mi amiga ahora mismo.

—¿¡Qué!? —exclama—. ¿¡Mateo, el hijo de puta que te dejó de un día para otro y luego se fue con la primera que pasó?!

—Ese mismo.

—Mel, qué cojones. —Se bebe de un sorbo su copa y, agarrándome de la mano, me guía al sofá—. Empieza a hablar ¡YA!

Durante unos veinte minutos le cuento a mi amiga absolutamente todo, con pelos y señales

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Durante unos veinte minutos le cuento a mi amiga absolutamente todo, con pelos y señales. Ella no me interrumpe ni una sola vez. Solo va asintiendo, con una expresión que varía entre la sorpresa y la incredulidad, a veces frunciendo el ceño, a veces tapándose la boca con las manos, pero siempre atenta. Cuando acabo, doy un trago de vino, sintiendo el líquido recorrerme y calmar un poco tras recordar todo lo vivido. Me giro hacia Ro y me limito a decir:

—Y ya estaría.

El silencio que sigue es denso, casi palpable. Ro parece procesar toda la información, su mente corriendo a mil por hora. Finalmente, deja escapar un suspiro profundo, como si hubiera estado conteniendo la respiración todo este tiempo.

—Joder, hermana.

La miro, un poco ansiosa, y ella se muerde el labio, pensativa.

—Creo que ni siquiera yo lo podría haber hecho mejor. El hecho de que, aun sabiendo que seguías sintiendo algo por él, tu primer amor, decidieras alejarte por puro amor propio, me parece admirable.

—Pero lo besé.

—Sí, porque no eres un robot, eres humana, y no eres perfecta. Después rectificaste y no dejaste que se hiciera falsas esperanzas. Otra hubiera seguido jugando hasta aclararse, tú no.

Las palabras de Ro resuenan en mi mente. Su perspectiva me ayuda a ver las cosas desde un ángulo diferente.

—Sí... eso es cierto, —admito, sintiendo una chispa de alivio en su afirmación. La verdad es que he estado tan centrada en la culpa y la confusión que no había podido reconocer lo que había hecho bien en todo este lío.

—Es normal tener dudas, Mel, —continúa, suavizando su tono—. Nadie se siente seguro cuando se trata del amor, y menos con alguien del pasado. Pero tú hiciste lo que creíste que era mejor para ti, y eso es lo que cuenta al final.

—Gracias, Ro. Siempre sabes cómo hacerme sentir mejor, —le digo, sintiendo una profunda gratitud por tenerla a mi lado.

—Brindemos por cosas nuevas, por metas nuevas y por hombres nuevos. El pasado es pasado, que se quede ahí —responde, levantando su copa con entusiasmo.

No puedo evitar sonreír ante su energía contagiosa. Es justo lo que necesito en este momento.

—Y por las lecciones aprendidas, —agrego, alzando mi copa para chocar con la suya.

Damos un trago mientras sonreímos, y me siento muchísimo más ligera, como si supiera que, desde hoy, todo va a ir mucho mejor.

Los pedazos que (me) dejaste [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora