—Yo.

Aquella palabra los desconcertó, observando como una cabecita se asomaba entre los arbustos dejando ver una niña tan pequeña en un lugar tan peligroso. Los soldados no pudieron evitar tranquilizarse y suspirar de alivio guardando sus armas al instante.

—¿Qué hace una niña sola en el bosque? —preguntó el primero, su voz ahora más suave.

—Vine a recoger flores... —respondió, mirando sus ramos con orgullo.

Esto solo causo algunas risas entre los jóvenes, ante su inocencia.

—¿Flores? —repitió uno de ellos, rascándose la cabeza— ¿Así que decidiste venir a recoger flores en medio de un campamento militar?

Lo miró sin entender sus palabras, frunciendo el ceño con curiosidad. —¿Qué es eso? —Inclino la cabeza con un gesto que le hacía parecer aún más adorable.

El soldado que había hablado sonrió, dándose cuenta de que su tono de broma no había tenido el efecto esperado.

—Es solo que... normalmente no esperamos encontrar a una niña aquí, entre hombres y armas. —Se agachó un poco más, intentando conectar con ella—Este es un campamento militar, no un lugar para jugar.

—¿Militar? —repitió la palabra sonando extraña en su boca. Nunca había oído hablar de eso antes. — pero yo siempre juego aquí.

Los soldados intercambiaron miradas.

—¿Siempre? —preguntó otro soldado, con una mezcla de sorpresa y diversión— ¿Te refieres a este lugar?

—Sí, yo vivo aquí en el bosque con mis padres y hermano —explicó, como si fuera lo más natural del mundo.

La risa se desvaneció y un aire de preocupación flotó entre ellos. Antes de que pudieran continuar con las preguntas, aquellos jóvenes se formaron al escuchar una nueva voz.

—¡A sus órdenes, mi señor! —exclamó un soldado que se acercaba, haciendo una reverencia profunda.

Observó con curiosidad, sus ojos grandes y brillantes reflejando la luz del sol. El nuevo soldado, vestido con una armadura reluciente y un rostro que no podía distinguir del todo. Su presencia era imponente, y su mirada intensa, pero al ver a la niña, una sonrisa amable se dibujó en su rostro, provocando que el corazón de la niña palpitara con emoción.

Se acercó a ella, inclinándose para quedar a su altura. Intento descifrar el color de sus ojos sin éxito alguno.

—Espero que mis hombres no la hayan molestado —dijo, con una voz profunda y cálida que la impactó.

Negó varias veces con la cabeza, sintiendo que sus mejillas se sonrojaban.

—Bien —sonrió él, su expresión amigable—¿Me permite saber su nombre, pequeña damita?

—Elysia —se presentó, tratando de sonar un poco más adulta, disfrutando del momento.

El soldado arqueó una ceja, divertido, al igual que los demás alrededor.

—Qué nombre tan hermoso. ¿Y qué hace una damita como tú en un lugar como este?

Sin pensarlo dos veces, tomó un pequeño ramo de flores y se lo extendió con una sonrisa radiante. El soldado aceptó el ramo, sorprendido y encantado por el gesto.

—Gracias —respondió, admirando las flores con atención— Creo que eso responde a mi pregunta.

—Disculpe la intromisión, alteza, pero acaba de llegar un mensaje importante —murmuró el soldado, asegurándose de que Ella no escuchara del todo.

—Será mejor que regreses a tu casa, damita —ordenó, su voz ahora más seria, levantándose de golpe—Todos, prepárense.

Al ver la confusión en los ojos de Elysia, el soldado se detuvo un momento. Con un gesto amable, se quitó uno de sus anillos, un brillante detalle plateado, y se lo entregó.

—Toma esto, damita —dijo, inclinándose una vez más—Esto será una promesa de encuentro, ¿entendido?

Elysia miró el anillo, asombrada por la belleza del objeto que ahora descansaba en su pequeña mano. Sus ojos se iluminaban mientras asintió lentamente, tratando de absorber el significado detrás de sus palabras.

—Sí, lo entiendo —respondió con una voz suave, sintiendo que la conexión entre ellos iba más allá de aquel breve encuentro.

El soldado sonrió.

—Recuerda, siempre que lo mires, tendrás un amigo al que recurrir —añadió, antes de dar un paso atrás, preparándose para dar órdenes a sus compañeros.

Sin querer, con aquel pequeño gesto, toda su vida cambiaría. Elysia observó cómo se retiraban del lugar. Con un suspiro profundo, comenzó a dirigirse nuevamente hacia su hogar.

La escena no pasó desapercibida. Desde las sombras de los árboles, alguien ajeno observaba todo con una sonrisa maliciosa. Sus ojos brillaban con un destello de interés mientras contemplaba la interacción entre la niña y el soldado.

Mientras caminaba por el sendero de regreso, un anciano apareció de entre los árboles. Su figura encorvada y su rostro surcado de arrugas reflejaban el cansancio y la aflicción. Los ojos del anciano destilaban cansancio.

—Hola, pequeña —saludo con voz quebrada, pero amable— ¿A dónde te lleva el camino hoy?

Ella se detuvo, sintiendo un leve temor, pero también una curiosidad que la impulsó a acercarse.

—Voy a casa —respondió, tratando de sonar valiente— ¿Está usted bien, abuelo?

—He estado mejor, mi niña. Este bosque a veces puede ser cruel con los que lo habitan. Pero tú... tú traes luz con esas flores —Señalo el ramo que Elysia llevaba en sus manos. sonrió, sintiéndose un poco más segura.

—Son para alegrar a mi familia —explicó— Pero ¿por qué está usted tan triste?

—Este anciano olvidó el camino hacia el río y muere de sed —respondió, la voz temblorosa.

—Yo puedo ayudarlo, abuelo. Conozco el camino muy bien —presumió.

—Oh, qué linda niña, eres muy amable —acarició su cabeza con ternura— La edad ya no me deja avanzar más. ¿Te parece si vas y llenas este cuerno con agua fresca? Prometo que te recompensaré por tu bondad.

Elysia miró el cuerno desgastado que le ofrecía. Su interior estaba manchado y vacío, pero la promesa de recompensa brillaba en sus ojos.

—Está bien abuelo, volveré pronto.

Giró y se adentró más en el bosque, siguiendo el sendero hacia el río, ignorando por completo la sonrisa triunfante de aquel anciano. 

Metamorfosis de la insaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora