Inocencia infantil

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—¿Puede encender la vela?

La psicóloga acercó la llama de su mechero, bordeado de filigranas de plata, al cabo.

El regalo de su cliente más joven le parecía horroroso, pero nunca lo confesaría en voz alta. Y mucho menos delante de la personita que le sonreía con los ojos iluminados por la emoción.

El pequeño niño de seis años se removía en la silla mientras esperaba que su terapeuta cumpliera su deseo.

Una llama azulada prendió en la diminuta vela negra con un chisporroteo antinatural. Marga puso los ojos en blanco mentalmente, sin variar ni un ápice la sonrisa que le dedicaba al inquieto Óscar.

Era su primera sesión y no quería asustarlo con su habitual seriedad. Sobre todo, porque tenía unos padres más que dispuestos a pagar de sobra su altísima minuta. Era una reconocida experta en desequilibrios mentales relacionados con la esquizofrenia, pero el crío que tenía delante ya le había demostrado con creces durante el primero cuarto de hora de la sesión que tenía una salud mental propia de su edad. A lo mejor un exceso de imaginación algo reseñable, pero nada anormal en chiquillos tan pequeños.

Además, los amigos invisibles estaban más de moda que nunca. No lo veía un gran motivo por el que un pequeño necesitara terapia con alguien como ella.

—Oscar, háblame un poco más de ese amigo que viene a verte cada noche —reanudó la charla con tono dulce. De ese tan antinatural y almibarado que reservamos a los chiquillos.

—No viene a verme por la noche. Viene a verme cuando cae la oscuridad...—A la terapeuta le hizo gracia la sobreactuación del pequeño.

No anotó nada en su libreta y dejó que continuara con esa emoción que parece que sólo somos capaces de sentir a edades tempranas.

—Cuando llega la oscuridad, viene Valak a jugar conmigo, pero me ha advertido que yo no lo haga o me tendrá que usar de juguete —aclaró Oscar con un deje de tristeza —me lo dice porque le caigo bien. Dice que soy muy... ¿cativo?

—¿Creativo? —le ayudó su interlocutora.

—Síiiiiiii —aplaudió el niño feliz —. Y lo que más me gusta es pintar al final. El rojo es mi color preferido.

—¿Qué es lo que no tienes que hacer? —A lo mejor ahí estaba la parte jugosa de la que podría sacar algo anormal.

—Que no la encienda yo —continúo cada vez más excitado.

Lo dicho. No encontraba nada preocupante en su cliente, pero tendría que inventárselo para poder seguir cobrando cada mes. No sería nada difícil convencer a sus padres de que su imaginación podría ser perjudicial para él en el futuro si no se trataba a tiempo.

La llama volvió a chisporrotear. Pronto se apagaría ahogada en la cera derretida.

—¿Y qué sueles dibujar cuando Nala acaba de jugar contigo?

—Valak. Se llama Valak.

—Claro, claro —concedió ella animándole a seguir hablando con un ademán de la mano.

Los niños daban demasiada importancia a los pequeños detalles.

—Estoy deseando que lo conozcas —añadió el pequeño alegremente.

—¿Está aquí? —Sería divertido que el amigo invisible participara en la sesión, que, por otra parte, ya le empezaba a cansar.

Ella era psiquiatra, no niñera.

—¡No! —contestó Óscar enérgico —Ya te dije que viene cuando se apaga la luz.

—¿Cuándo se apaga la...?

La llama se extinguió sepultada por la cera negra derretida y una impenetrable oscuridad cayó sobre ambos.

A la psiquiatra se le cayó la pluma de entre los dedos. ¿Qué narices había pasado? No había leído nada sobre un eclipse. Ni siquiera se imaginaba que podría haber uno tan contundente.

Un olor nauseabundo inundó sus fosas nasales. Empezaba a asustarse.

—¡Valak! —Chilló el niño —¡Has venido!

Una extraña luz blanca comenzó a encenderse sobre sus cabezas.

—Mira que juguete te he buscado. ¿Te gusta? ¿A que te gusta?

Una voz cavernosa resonó entre las paredes. Si es que había paredes, porque si de algo estaba segura es de que ya no estaban en su despacho.

—Me encanta —aseguró con complacencia la nueva presencia —Siempre me gusta lo que me traes. ¿Comenzamos? ¿Cómo quieres que juguemos hoy?

El terror estalló en su cerebro de repente. Cada célula de su cuerpo le pedía que no se diera la vuelta para descubrir al amigo de Óscar. El que venía cuando llegaba la oscuridad.

—¡Vamos a ponerla del revés! Espera que ponga mis papeles aquí. Seguro que queda algo muy bonito cuando salpique.

—Querido amigo Óscar. Eres de lo más creativo. Que así sea...

Y comenzó el dolor...

Inocencia infantilWhere stories live. Discover now