Flor de loto

823 81 46
                                    

Cuelgo el teléfono con un suspiro.

Jaime ha vuelto a llamar, y aunque su amabilidad sigue deslizándose por el auricular en cada conversación, hoy lo he sentido más ausente que nunca. Mantener una charla con él se ha vuelto extraño, como si algo esencial se hubiera desdibujado entre nosotros. A veces siento que estoy hablando con alguien que conocí en otro tiempo, en otro contexto, en una vida que, como en tantas otras cosas, ya no siento mía. Es como si una parte de mí se resistiera a estar ahí, con él, y por más que lo intento, no logro fingir que todo sigue igual.

Siempre he considerado a Jaime como algo más que mi marido: un amigo, un confidente, la única persona que ha sabido preocuparse genuinamente por mí, sin importar el apellido, la clase social ni las apariencias. Para él, siempre fui solo yo, sin adornos ni expectativas. Por eso, una parte de mí se siente culpable por no poder devolverle esa atención que antes le brindaba, y quiero suponer que él siente lo mismo por el tono melancólico de su voz.

Le he prometido escribirle más seguido, aunque, si soy honesta, me faltan las ganas. Nuestras cartas, llenas de mensajes románticos que ya no logran tener el mismo efecto que antaño, tienen más que ver con la cortesía que con el amor. Están llenas de recuerdos compartidos a los que no nos queda más remedio que traer a coalición por la falta de otros nuevos que no llegan pero que parecían suficiente; claro, antes me pensaba enamorada de él. Me enorgullecía de saber lo que era el amor sosegado, de tener una relación que, pese a la distancia y a la falta de pasión evidente en nuestros encuentros, estaba colmada de otros detalles que, según yo, mantenían vivo nuestro vínculo.

Qué equivocada estaba. Ahora, con esta nueva perspectiva, puedo decir que Jaime siempre ha sido solo un amigo con el que comparto cama por cortos periodos de tiempo, y durante años.

Jaime nunca ha despertado en mí ni un ápice de lo que me provoca Fina sin siquiera rozarme. Ella ha encendido esas sensaciones que siempre creí propia de las novelas, esas que vuelven locos a los seres humanos solo por el temor a perderlas. Y pensar que yo me reía de las grandes afirmaciones de la literatura romántica, colocando esos clásicos de vuelta en la biblioteca como si fueran utopías, como si aquello no existiera... y ahora, todos los personajes de aquellos libros deben estar muertos de risa al verme arrastrar los pies por la colonia, intentando tomar una decisión sobre qué hacer tras la conversación Esther: ¿Deber o querer?

Apoyo la cabeza en el respaldo del sillón y cierro los ojos, soltando el aire y dejando que el tic-tac incesante del reloj sea el que marque mi pulso bajo las venas. Por un momento deseo que el mundo desaparezca, aunque sea por un instante, que todo lo acontecido se disuelva con cada respiración profunda, como si alguien agitará una varita mágica. De la misma magia de quien la ha hecho fluir dentro de mí, como millones de mariposas en mi estómago.

La puerta se abre con un suave chasquido, y aunque no tengo fuerzas para enfrentar lo que sea, entreabro los ojos, buscando quién ha decidido interrumpir este fugaz momento de paz.

Lo primero que veo es esa melena azabache que reconocería en cualquier parte, ahora libre de las horquillas rosas que tantas veces he visto sujetar su cabello con precisión milimétrica. El pelo, suelto y rebelde, enmarca su rostro con una naturalidad que me desconcierta y su sonrisa, enigmática, tal vez incluso seductora, guarda mil secretos en su arco de cupido. Lleva puesto su uniforme, ese que parece diseñado para adherirse a su figura en los lugares precisos, resaltando con una elegancia sencilla cada curva haciéndola inconfundible.

El sonido de la puerta interrumpe mis pensamientos; el suave clic anuncia que ha sido cerrada con firmeza. Ese pequeño eco resuena en el silencio del despacho, dándome la certeza de que estamos a solas. Fina se apoya contra la madera, su peso haciendo ceder levemente la estructura. Hay algo en su postura, en la forma en que deja caer los hombros contra la puerta, que me hace contener la respiración.

ALMIZCLE PROHIBIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora