V. La caída de los débiles

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Nicholas avanzaba por los callejones de Portland, las sombras cubriendo su figura como un manto. La herida en su costado, resultado de su enfrentamiento con Sean, apenas le molestaba. Había aprendido a ignorar el dolor, era solo un recordatorio de que estaba vivo y más fuerte que nunca.

—Mi padre— murmuró para sí mismo, con una sonrisa torcida. La palabra sonaba vacía, carente de significado. Sean Renard podría haberlo traído al mundo, pero no había tenido nada que ver con lo que era ahora.

Apretó su cuchilla entre los dedos, sus ojos buscando la próxima presa. Sabía que los Wesen estaban temblando, escondiéndose como ratas en los rincones mas oscuros de la ciudad. Era una lastima. Huir no los salvaría.

En las alcantarillas.

Un grupo de Wesen había encontrado refugió bajo la ciudad, formando una pequeña comunidad improvisada. Creían que el cazador, el híbrido letal que aterrorizaba Portland no los encontraría allí.

Estaban equivocados.

Nicholas los había rastreado con precisión clínica. Cada movimiento que hacían, cada decisión que tomaban, solo lo llevaba más cerca. Ahora estaba allí, en el corazón de su escondite, observando desde las sombras mientras ellos compartían palabras de consuelo y esperanza.

—Patético— susurro, emergiendo del túnel con una calma inquietante.

Los Wesen lo vieron, sus rostros llenándose de terror. Algunos intentaron transformarse, preparándose para luchar, mientras otros retrocedieron, paralizados por el miedo.

—¿Esto es lo mejor que pueden hacer?— se burló Nicholas, avanzando lentamente.

El primero en atacar fue un Skalengeck, lanzándose hacia él con las garras extendidas. Nicholas lo despachó con un movimiento rápido, hundiendo su cuchilla en el pecho de la criatura y arrojándolo al suelo como si no fuera nada

—Uno menos. ¿Quién sigue?

Un Löwen intento enfrentarlo, rugiendo con furia mientras lo golpeaba con fuerza. Nicholas apenas se tambaleó, su mano se transformó parcialmente, mostrando su lado de Zeuberbiest, y con un solo movimiento desgarró el cuello de la criatura. La sangre salpicó las paredes,  mezclándose con el agua sucia del lugar.

—¿Eso es todo?— preguntó con frialdad, su voz resonando como un eco en la cámara.

Los demás Wesen comenzaron a huir, gritando y tropezando entre ellos. Nicholas no los dejo escapar. Era implacable, rápido y preciso. Uno por uno, los cazó, sus movimientos casi coreografiados en su brutalidad.

En cuestión de minutos, el lugar estaba en silencio. Solo quedaba el sonido del agua goteando y el eco de su respiración. Nicholas observó el resultado de su trabajo, satisfecho.

—No hay lugar para los débiles— dijo, limpiando su cuchilla antes de desaparecer nuevamente en las sombras.

En la comisaría de Portland

Sean Renard revisaba los informes con una intensidad feroz. Cada asesinato, cada escena del crimen, le contaba una historia que no quería escuchar. Su hijo, el niño que había perdido hace tantos años, era ahora un monstruo.

—Tenemos un patrón— dijo Que, entrando en la oficina con una carpeta en mano.

Sean levantó la vista.

—¿Dónde?

—Las alcantarillas. Parece que se está moviendo por debajo de la ciudad. Encontramos un rastro que lleva hacía el sur.

Sean cerró los ojos por un momento, controlando la rabia que hervía en su interior.

—Preparen un equipo. Esto termina hoy.

En el refugio de Nicholas

Nicholas había regresado a su altar, añadiendo nuevos trofeos a su colección. La adrenalina de la caza aún corría por sus venas, dándole una sensación de poder absoluto.

—Sean Renard, el gran capitán, cree que puede detenerme— murmuró con una sonrisa despectiva.

Sabía que lo buscaban, que estaban desesperados por detener su masacre. Pero no tenían idea de lo que enfrentaban. El no era un Grimm común, ni un Zeuberbiest cualquiera. Era el híbrido perfecto, la cúspide de ambos mundos.

Mientras se preparaba para la próxima cacería. Nicholas sintió una extraña emoción: anticipación. Está vez, sería una guerra. Y él estaba listo para ganar.

Genocida|| Sean Renard Donde viven las historias. Descúbrelo ahora