1. Bienvenido a Brown

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El sol se alzaba con fuerza, bañando el día en una luz dorada. En la universidad de Brown, en Madrid, comenzaba un nuevo curso académico, y los estudiantes llegaban con ilusión y ganas. Brown era una de las universidades más prestigiosas, reconocida por su enfoque innovador y su rigor académico. Su campus, rodeado de antiguos edificios de ladrillo, acogía a estudiantes de todo el mundo.

Además de sus aulas y laboratorios, la universidad contaba con un internado que ofrecía a los estudiantes la posibilidad de vivir dentro del campus, sumergiéndose aún más en la vida universitaria.

El currículum académico de Brown se destacaba por ofrecer una amplia variedad de carreras en el ámbito de las ciencias, especializándose en disciplinas como biología, física, ingeniería biomédica y matemáticas, que atraían a jóvenes brillantes. Los estudiantes, al ingresar a estas carreras, sabían que no solo se enfrentarían a desafíos intelectuales, sino también a una experiencia formativa que marcaría el rumbo de sus futuros profesionales.

Martin observaba desde la ventana del coche, en silencio, mientras su padre lo llevaba a ese lugar que él describía, con desdén, como "la cárcel". Aunque, en el fondo, lo que más deseaba era comenzar las clases, no tanto por el afán de estudiar, sino por huir de la presencia de su padre, con quien no tenía muy buena relación, y reencontrarse con sus amigos. Era su segundo año de carrera estudiando Física y, aunque no le iba mal, no sentía lo mismo que sentía al tocar la guitarra y cantar. A pesar de que los exámenes, las fórmulas y los cálculos se le daban bien, había algo en su interior que no terminaba de conectar con esa vida académica. La física le ofrecía una seguridad y un futuro estable, pero al mismo tiempo le parecía un mundo frío, lleno de abstracciones que no le llegaban al corazón.

En cambio, cuando tocaba su guitarra y su voz se unía a las melodías, sentía una vibración en el alma que no podía encontrar en los libros de texto. Era como si la música lo llenara de una energía que no podía obtener de ninguna otra manera. Aunque sabía que la carrera era importante y le ofrecía oportunidades, no podía evitar preguntarse si realmente estaba eligiendo el camino correcto para él, si estaba dejando atrás una parte esencial de sí mismo.

Sin embargo, en ese universo que intentaba construir para sí mismo, había una sombra que se interponía: su padre. Un hombre de férrea voluntad, cuyos sueños para su hijo se tejían con hilos de estricta disciplina y expectativas. La música, que sus dedos tocaban en la intimidad de su habitación, era un secreto que debía permanecer oculto, un deseo que no podía permitirse. Si su padre llegara a enterarse, las consecuencias serían impredecibles, y el miedo a su desaprobación se cernía sobre él como una amenaza constante.

El padre, dueño de una empresa de Tecnologías en óptica y fotónica, anhelaba que su hijo estudiara en la universidad más prestigiosa, que se sumergiera en las ciencias exactas y tuviera un futuro brillante, seguro, como él mismo había soñado para él. Que heredase la empresa. La música, para su padre, no era más que una distracción sin sentido, algo que no encajaba en el futuro tan cuidadosamente diseñado para su hijo.

Al llegar al umbral del internado, el coche se detuvo con suavidad frente a la puerta principal. Martin, con una leve sensación de alivio, bajó rápidamente del vehículo. Vestía ropa elegante, el cabello peinado hacia abajo y llevaba la barba recortada, dejando más largo el bigote. Sus ojos marrón claro con destellos dorados tenían una intensidad cautivadora.

Al instante, dos empleados del colegio se acercaron, tomaron sus maletas con una destreza mecánica y las llevaron en silencio hacia su habitación. Él enseguida vio a sus amigos y se dirigió hacia ellos. A su alrededor, una marea de coches se deslizaba hacia el lugar, y las puertas se abrían para dejar salir, como una procesión interminable, a los estudiantes que comenzaban un nuevo curso.

De un coche viejo y chirriante descendió Juanjo, un joven alto, de ojos color avellana y cabellera marrón que caía desordenada sobre su frente. Su ropa, holgada y poco cuidada, estaba acompañada por unos auriculares que colgaban alrededor de su cuello, y en su mano, un café humeante que parecía ser su único consuelo en ese momento. Su madre, siempre atenta, le ayudó a bajar las maletas, esas mismas que parecían cargar con todas las expectativas de un futuro incierto. Juanjo no quería estar allí, no deseaba ingresar a ese colegio, pero la beca que su madre consiguió con tanto esfuerzo había sido el empujón para matricularlo en segundo año de Física, confiando en que ese sería el camino adecuado para él. Se despidió de su madre con un abrazo y se acercó al edificio principal.

Juanjo, al cruzar las puertas del imponente campus, se sintió extraño. La extensión del lugar lo sobrecogió, y cada paso que dio en su recorrido pareció alargarse infinitamente. Los estudiantes que lo rodeaban parecían figuras salidas de otro mundo: vestían ropas de marca, y se desplazaban con la naturalidad de quienes se sentían dueños de todo, saliendo de coches que relucían bajo el sol, tan caros como inalcanzables para él.

A su derecha, los aularios se alineaban con precisión matemática. No estaba seguro de qué le esperaba dentro de esos muros, pero lo que sí sabía es que nada de lo que veía lo reconfortaba. En el centro del campus, un parque monumental se extendía, con áreas de picnic donde la gente parecía estar con una calma que a Juanjo le resultaba ajena, como si estuviera en un mundo paralelo. Más allá, al fondo, se perfilaban las pistas de tenis y pádel y los campos de fútbol.

A su izquierda, el internado, una construcción de piedra y cristal, se erguía como un reflejo más del mundo al que ahora pertenecía. Allí, compartiría espacio con otros jóvenes de familias adineradas. Al ingresar al internado, la sensación de ser un extraño, un intruso en este universo ajeno, lo golpeó con la fuerza de una ola. En ese instante, una certeza se abrió paso en su pecho: él no pertenecía a ese lugar.

Al llegar a las escaleras que conducían al edificio de la residencia, se encontró con tres amigos, que se hallaban en medio de un animado reencuentro. Al ver al chico nuevo, Martin no tardó en saltar con voz amable:

-¡Hola! ¿Cómo te llamas?

-Hola, me llamo Juanjo -respondió, tratando de mantener la calma. Al ver la simpatía del chico, por un momento le reconfortó pensar que talvez podría integrarse bien.

-Bienvenido a Brown. Yo soy Martin. Éstos son Diego y Samuel... Vaya, -dijo mirándole de arriba a abajo -parece que necesitas un buen cambio de imagen. Si necesitas ropa, no dudes en llamarme, tengo prendas que ya me he puesto varias veces que te podrían valer -dijo Martin, acompañado de las risas cómplices de sus amigos.

Juanjo frunció el ceño y, con una sonrisa cargada de ironía, respondió:

-¿Ah, sí? Creo que quien realmente necesita un cambio eres tú.

Y, en un arrebato impulsivo, levantó la mano y volcó todo el café sobre Martin, que no tuvo tiempo de reaccionar. El líquido oscuro cayó sobre él como una lluvia imprevista, empapando su pelo y su camiseta. Los amigos de Martin estallaron en carcajadas, mientras éste, visiblemente furioso, se apresuró a entrar al edificio para cambiarse.

Juanjo entonces pensó que sería más difícil integrarse de lo que pensaba, talvez imposible, y se dirigió a recepción a preguntar por su habitación para poder instalarse.

El aire, impregnado con la risa de los chicos, parecía marcar el inicio de una historia que recién comenzaba a escribirse, llena de roces, chispas y, tal vez, inesperadas alianzas.

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Hola! No sé si alguien me leerá. He escrito esta historia inspirada en un internado. He querido centrarme solo en ellos, así que no habrá más personajes del mundo OT. He esperado a tener muchas partes para subirla, ya que yo soy un ansias cuando leo y quería tener bastante contenido. Un saludo 🕊️

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