-Leila,cielo, luego hablamos. Que aún no me he vestido.

-¡En qué mundo vives!-ríe y no deja tiempo a colgar a su amiga pues ya lo hace ella.

Bea ríe. Ya sabe cómo es su amiga.  

Leila es una chica eufórica e impulsiva a la que le falta crecer un poquito.

Sigue tan inmadura que cuando tenía catorce años, pero siempre ha estado ahí para ella, en las buenas y en las malas, desde la entrada de ambas al instituto Leila siempre ha estado a su lado. Ella, y Sonia. Sonia si que la ha ayudado en todo. Sonia es su confidente, la que mejor consejos da.

Y lo más importante, desde que se conocieron, aunque ni a ella le ha confesado su amor por Alex, pero Sonia nunca, nunca, la ha fallado.

Pero siempre hay una primera vez para todo.  


Marcos se ha despertado hace bastante. Y no porque esté hecho un manojo de nervios como sus compañeros, si no porque lo quiere tener todo bajo control, es muy perfeccionista en todo. Entre otras cosas, sus resultados académicos lo avalan.
Y como es de costumbre, lo tiene todo controlado.  La maleta roja está preparada. Ha metido ropa de todo tipo, desde la sport que es la que menos usa, hasta camisas y corbatas. Y sus inseparables pañuelos. Nunca se sabe. Consulta el reloj en su LG y observa que aún le queda bastante tiempo para irse, así que puede relajarse. Solo que espera es que en este año, su secreto no salga a la luz.Nadie lo sabe, excepto Alex y quiere que siga siendo así. No quiere malentendidos con nadie.

Tras pensar en ello decide darle una vuelta a sus redes sociales para despejarse un poquito.
Twitter apenas lo usa, con lo cual no tiene notificaciones de ningún tipo. En Instagram tiene poco seguidores, se reducen a sus amigos del instituto y a algunos de la escuela de música donde toca el piano. La mayoría de las fotos que cuelga son con sus amigos y él sale serio. Excepto cuando está con ella. Ella le saca siempre esa sonrisa.
Es preciosa, con esos ojazos azules. Aunque sabe  que ella no es para él.
Marcos suspira y se coloca las gafas.
Quizás nadie sea para él.



Sergio abre su habitación. No es muy grande, tampoco esperara que lo fuera, pero está bastante bien

Acaba de despedirse de su madre y de Joaquín, su hermano mayor.
Les echará de menos, de eso está seguro, aunque nunca lo llegue a reconocer frente a ellos.
Empieza a colocar sus cosas, a sacar sus objetos personales y dejarlos sobre la estantería. Sobre el escritorio coloca su ordenador. Entonces escucha un ruido que proviene de la habitación contigua.
Tiene curiosidad por saber quienes son sus nuevos vecinos. Aunque no es que sea un chico muy sociable. Responde siempre a la defensiva. La vida le ha enseñado a ser desconfiado y no se abre con facilidad. Sin embargo sabe que va a tener que pasar los siguientes nueve meses ahí metido, y prefiere  pasarlos acompañado.
Así que decide salir de la habitación 2222 para dirigirse a la 2220. La puerta está abierta dejando ver a un chico de su edad, delgado y rubio de ojos marrones.

-Hola-se atreve a decir.

El otro lo mira interrogante.

-Hola...-contesta secamente.
¡uff! Le ha tocado un compañero complicado, aunque él quizás sea más complicado-. ¿Qué quieres?

Sergio se toma muy a mal el comentario y como suele hacer siempre se pone a la defensiva.

-¡Ey! Te me relajas-amenaza.
El rubio comienza a reírse.

-Era una broma, compañero. Me llamo Alberto.

-Lo mío no era una broma-contesta el moreno-. Si me tocan las narices me pongo muy borde... y si no me las tocan, también-confiesa.

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