El armario no respondió, cosa tranquilizadora para los niños de cinco años y decepcionante para casi cualquier cazafantasmas, pero nada conveniente para ellos dos. Y, por desgracia, la regla de oro de disparar primero y preguntar después no iba con su forma de pensar. Por lo que ellos sabían, podría tratarse de una inocente camarera de piso o de una...

¡Plancha de vapor!

Courfeyrac cayó despatarrado al suelo y su arma se disparó e hizo un agujero en el techo mientras dos chicas salían del armario como un huracán.

―¡Suelta el arma, hijo de puta! ―gritó la morena de las dos apuntando a Combeferre.

―Por favor ―añadió la rubia con dulzura.

Llevar vestidos tan cortos debía ser ilegal incluso en Las Vegas. Desde donde estaba, sumido en su universo personal de estrellitas y dolor, Courfeyrac tenía una vista de lo más interesante de... algo en lo que perdió todo interés cuando el zapato de tacón de doce centímetros de la rubia le pisó el cuello.

―Argh ―dijo Courfeyrac. Solía ser más elocuente, así que añadió―: Bonitos zapatos.

―Gracias ―sonrió la chica apuntándole con su arma―. Por favor, no te muevas o tendré que matarte.

―Y nadie quiere eso..., ¿verdad? ―deseó Courfeyrac.

Combeferre y la otra chica estaban enzarzados en un duelo de miradas imperturbables mientras se apuntaban mutuamente. Courfeyrac divisó su arma tirada en la moqueta, comprendió que estaba fuera de su alcance y decidió que era un gran momento para relajar la tensión reinante.

―Así que... prostitutas, ¿eh? ―comentó en tono casual―. ¿No está un poco visto?

―¿El servicio de habitaciones? ―bufó la morena.

―Es un clásico ―se defendió Courfeyrac.

―Y somos escorts ―lo corrigió la rubia con mucha dignidad.

―Asesinas aficionadas ―dijo Combeferre con desprecio.

―Nosotras no hemos matado a nadie ―replicó la morena.

―Alguien se nos ha adelantado ―dijo la rubia.

―¡Cállate, Cosette!

―Ya, ¿y qué estabais haciendo en el armario, eh? ―exigió saber Combeferre.

―Esa es una pregunta un poco personal ―le advirtió Courfeyrac.

Combeferre le lanzó una mirada de incredulidad que la chica morena aprovechó para desarmarlo de una patada.

Lo que sucedió a continuación es difícil de describir con precisión, pero incluyó un montón de gritos, una mesa de cristal hecha añicos, grandes cantidades de dolor y por lo menos tres nuevos agujeros en las paredes. Courfeyrac aprovechó la confusión para agarrar del tobillo a su rubia agresora y hacerla caer al suelo. Recuperó su arma y se levantó, pero cuando fue a golpear a la chica con la culata cometió un error fatal: dudó y, como agradecimiento a su caballerosidad, ella le dio una patada en la cara.

―¡AHHH! ¡Serás zorra!

―¡Escort! ―chilló la chica lanzándose furiosa contra él.

El tacón de su amiga intentó incrustarse en cierta parte delicada de la anatomía de Combeferre, falló y un segundo después estaba atrapada entre Combeferre y la pared con un brazo doblado detrás de la espalda.

―¡Cabrón! ¡Suéltame ahora mismo! ―aulló.

―¡No lo hagas! Te dará una patada en la cara ―le advirtió Courfeyrac tratando de defenderse de la dignidad ultrajada de la tal Cosette, que estaba a horcajadas sobre él e intentaba sacarle los ojos con su manicura de cien dólares mientras la otra chica, furiosa y frustrada, seguía debatiéndose y lanzando insultos y amenazas.

God's Gonna Cut You Down | Les Miserables Humor/Road Trip AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora