Pero las voces no cesaban, es más, se hacían cada vez más fuertes, y no le quedó más remedio que levantarse a ver qué pasaba. Se incorporó de la cama y echó un vistazo a su nueva habitación. Era amplia y simple, esas eran las dos palabras que mejor describían el cuarto. Las paredes eran blancas y lisas, en la de en frente a la puerta por la que se entraba a la habitación había una ventana, ahora con las cortinas cerradas impidiendo que entrara la luz, y en la que se encontraba a su derecha había otra puerta que daba a un baño. El mobiliario lo componían un arcón de roble blanco que se encontraba bajo la ventana, un escritorio con su silla en la pared de la puerta de entrada y un armario, de roble como el arcón, en la misma pared que la puerta del baño, en frente de la cama en la que se encontraba ahora el chico. Ningún objeto desentonaba en la monotonía de los colores claros, bueno sí, las tres maletas de Gabe, que estaban en una esquina de la habitación, y el propio Gabe.

El joven aprendiz se levantó costosamente de la cama, sin ni siquiera fuerzas para abrir los ojos, y andando a trompicones se acercó a la puerta y la abrió de sopetón. Para su indignación, se topó con las tres brujas discutiendo a voz en grito. ¿Acaso no tenían respeto por la gente que intentaba dormir? No se dieron cuenta de su presencia hasta que habló.

−¿Pero qué demonios pasa? –preguntó con la voz aún pastosa por el sueño. Las tres brujas detuvieron inmediatamente su discusión y se giraron a la vez hacia el muchacho.

−¡Oh! Buenos días, Gabriel. Que bien que hayas salido, empezábamos a preocuparnos −saludó la tía Dolly.

−¿Preocuparos? ¿Por qué? Si estaba durmiendo...

−No me digas que hemos estado aquí discutiendo simplemente porque estaba durmiendo −comentó Liz indignada.

−¿Durmiendo? –preguntó Alex muy sorprendida− ¿cómo puedes seguir dormido a estas horas?

−Bueno, ¿y qué hora es? –preguntó Gabe con un bostezo.

−Hace dos horas que salió el sol, muchacho –respondió Galileo.

−¿Dos qué? –Gabe levantó su muñeca para mirar el reloj de pulsera que llevaba atado− ¡Son las siete de la mañana! –gritó enfadado.

−¿Y? –contestó Liz indiferente.

−¡Que no me levanto a estas horas ni para ir a clase!

−¿Y a qué hora se supone que te levantas? –preguntó Alex de nuevo horrorizada.

−Pues a las ocho, para entrar a las nueve, como todo hijo de vecino.

−¡Qué manera de perder horas de luz! –exclamó Luxen.

−Para algo está la electricidad y las bombillas...−contestó Gabe molesto.

−Pero es una manera tonta de gastar energía. Si puedes aprovechar la del sol, que es gratis y no contamina, mucho mejor, ¿no cree? –comentó Orión razonadamente.

−Me parece genial toda esta charla sobre los distintos horarios −cortó Liz−, pero si el humano ya ha salido y el misterio está resuelto, me voy. Los entrenamientos empiezan en media hora, y llegar tarde significa correr diez kilómetros más, ya bastante tengo con los entrenamientos extra...

−Yo también tengo que marcharme −anunció Alex−, hoy se produce una renovación de tratados y todos los aprendices debemos acudir.

−Pues yo tengo asuntos en el clan que no puedo desatender, y debo ir sin falta al Instituto –miró a Gabe, que aún no había conseguido quitar su cara de sueño– Alguien debe quedarse con él –la tía Dolly le puso  cara de pena a Galileo– ¿Podrías quedarte tú?

Las Dos Brujas: HermanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora