narices.
Por caminos y atajos el caballero abogado llegó hasta la orilla del mar, a un trozo de
playa pedregosa, y se puso a agitar la linterna. No había luna, en el mar no se conseguía
ver nada, salvo el movimiento de la espuma de las olas más próximas. Cósimo estaba
sobre un pino, algo lejos de la orilla porque allí al final la vegetación raleaba y ya no era
tan fácil llegar por las ramas a todas partes. El caso es que veía perfectamente al viejito
con el alto fez en la costa desierta, que agitaba la linterna hacia la oscuridad del mar, y de
aquella oscuridad le respondió de pronto otra luz de linterna, cercana, como si la hubiesen
encendido entonces, y apareció muy veloz una pequeña embarcación con una vela
cuadrada oscura y los remos, distinta de las barcas de aquí, y llegó a la orilla.
A la ondulante luz de las linternas, Cósimo vio hombres con turbante en la cabeza:
unos se quedaron en la barca, manteniéndola pegada a la orilla con pequeños golpes de
remo; otros bajaron, y llevaban anchos calzones abultados, y relucientes cimitarras
enfiladas en la cintura. Cósimo aguzaba ojos y oídos. Su tío y aquellos berberiscos
cuchicheaban entre sí, en una lengua que no se entendía, pero que a menudo parecía
poderse entender, y que sin duda era la famosa lengua franca. De vez en cuando Cósimo
entendía una palabra en nuestra lengua, sobre la que Enea Silvio insistía
entremezclándola con otras palabras incomprensibles, y estas palabras nuestras eran
nombres de naves, conocidos nombres de tartanas o bergantines pertenecientes a
armadores de Ombrosa, o que iban y venían entre nuestro puerto y otros.
¡No había que esforzarse mucho para comprender qué estaba diciendo el caballero!
Estaba informando a aquellos piratas de los días de llegada y de salida de las naves de
Ombrosa, y de la carga que llevaban, la ruta, las armas que tenían a bordo. Ahora el viejo
ya debía haber referido todo lo que sabía porque se volvió y se alejó velozmente, mientras
los piratas volvían a subir a la lancha y desaparecían en el mar oscuro. Por la forma tan
rápida en que se había desarrollado la conversación se comprendía que debía ser una
cosa habitual. ¡Quién sabe cuánto tiempo hacía que las emboscadas berberiscas
acontecían siguiendo las informaciones de nuestro tío!
Cósimo se había quedado en el pino, incapaz de separarse de allí, de la playa desierta.
Soplaba viento, la ola roía las piedras, el árbol gemía en todas sus junturas y mi hermano
entrechocaba los dientes, no por el frío del aire sino por el frío de la triste revelación.
He aquí que aquel viejito tímido y misterioso que nosotros de niños habíamos siempre
juzgado desleal y que Cósimo creía haber aprendido poco a poco a apreciar y
compadecer, resultaba ser un traidor imperdonable, un hombre ingrato que quería el mal
del pueblo que lo había acogido como un desvalido tras una vida de errores... ¿Por qué?
YOU ARE READING
el barón rampante
Randomel barón rampante italo Calvino Cuando tenia 12 años, Cosimo Piovasco, barón de Rondo, en un gesto de rebelión contra la tiranía familiar, se encaramo a una encina del jardín de la casa paterna. Ese mismo día, el 15 de junio de 1767, encontró a la h...