Ácido

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A veces era tranquilizante ver el atardecer desde la azotea, pero en ese momento se sentía incómodo

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A veces era tranquilizante ver el atardecer desde la azotea, pero en ese momento se sentía incómodo.

Podía estar haciendo otras cosas, podría estar trabajando (pero Nina me había dado el día libre), podría estar estudiando (pero ya lo había hecho) o podría...

— ¿Lola?

Cerré los ojos y deseé con todas mis fuerzas que esa fuera la voz de mi padre o de mi hermanito o de Nick, pero podría reconocer esa voz donde fuera, esa suave y dulce voz.

Me giré y allí estaba Ray con una bolsa de caramelos ácidos. Traía puestos unos pantalones de pijama a cuadros y una camiseta de Guns N' Roses. Su cabello como siempre estaba hecho un desastre y sus ojos azules me miraban directamente.

—Ray—respondí intentando no sonar como una tonta—. ¿Qué haces aquí?

Él se acercó a mí y sonrió de tal manera que me sentí totalmente desarmada.

—No te he visto desde hace una semana—dijo mientras se sentaba a mi lado y me tendía uno de los dulces ácidos—. Bien, no te he visto desde... —bajó la mirada hacia sus tenis—, bueno, desde eso.

Asentí

—He estado haciendo cosas.

— ¿Cosas cómo?

—Tratar de calmar a la paranoica de Nina por la nueva pastelería que abrirá en frente de la pâtissière, cuidando a Toby, ayudando a papá con la nueva decoración —lo observé—. Ya te lo dije, muy ocupada.

Sí. Había hecho esas cosas y también evitado encontrarme con Ray en todos lados. Lo que era difícil porque vivíamos en el mismo edificio.

—Ocupada —murmuró no muy convencido.

—Ocupada.

Ray juntó sus manos y miró hacia lo que quedaba del sol antes de ocultarse. Ambos nos mantuvimos en silencio y no pude evitar mirarlo. Porque sinceramente era una de las personas más atractivas del mundo y técnicamente se la pasaba presumiéndolo, aunque le daba la razón.

Sus ojos azules, su revoltoso cabello castaño, su piel con lunares, las formas de su rostro y...

—No puedo estar más así Lola.

Fruncí el ceño.

—¿Así cómo?

—Incómodos, callados ¿Dónde están los parlanchines Ray y Lola?

Probablemente se habían quedado en esa cama hace dos semanas atrás.

—No tiene que ser así —continuó—. ¿Quieres hablar del tema?

No. Porque me dolía como el infierno. Alcé la mirada y mis ojos se encontraron con los suyos. Ray había sido mi mejor amigo desde los seis años. Catorce años de amistad eran un vínculo demasiado fuerte.

Los sabores de la vidaWhere stories live. Discover now