—Bienvenido seas al club de los que huyen —le dijo una persona que le ofrecía la mano y que estaba a la par suya en la misma posición con tres cajas y un pesado bolso escolar que no era de su propiedad pero si de la que estaba en esa habitación.

Reuben Costa no necesitó abrir los ojos para saber que era Darío Elba quien le decía esas palabras y haciendo el esfuerzo más enorme de toda su existencia, intentó corresponder el saludo y decir lo que hace un rato había resuelto

—Gracias —contestó con ardor —Gracias por traerla.

—¿Me estás hablando como una persona normal? ¿Te enfermaste también? Si hace menos de un día me querías matar.

—No me estás ayudando porque aún quiero matarte, pero antes debo darte las gracias

—Hnm bueno está bien, pero antes toma —dijo Darío empujando las cajas que tenía consigo hacia el panadero —Aquí está la loción para la comezón y disculpa la tardanza, hay escasez y me costó dar con una farmacia que la tuviera.

Y Reuben se echó la cabeza contra la pared hasta golpearla.

—Haces muy difícil las cosas —dijo el panadero.

—Al contrario, es demasiado sencillo: ¿Qué quieres para Nina? ¿Verla feliz? —respondió Darío

—¿Por qué ella? —preguntó Reuben.

—Lo sabes y si no: eres un idiota —le contestaron.

—Entonces quítate de mi camino.

—No estoy en tu camino ni voy a estarlo, pero no me voy alejar de ella hasta verla sonreír para siempre —afirmó sincero Darío sembrando duda en Reuben que volvió a verlo extrañado porque definitivamente no entendía a ese hombre, no había menester de que le dijera que ella le gustaba: él lo notó la vez que lo conoció en el portón de la casa de los Cassiani aquel sábado de mayo.

—¿A qué juegas Darío?

—Yo no usurpo jardines que no me pertenecen —le contestó —Ella es tuya si así lo quieres y tampoco entiendo qué te detiene Reuben ¿A qué le temes? ¿A su juventud? ¿A despertar a su lado cada mañana y ver las heridas de su pasado como recuerdo de tus faltas? Ella es más que eso ¿Por qué mierda no la besas? ¿Temes que tenga el mismo destino que su padre? Y si así fuera ¿Por qué dejaste que pasara tanto tiempo sin que se haga el maldito examen?

—A no ser suficiente, a eso le temo —dijo Reuben entre dientes y con ira —Jamás lo entenderás y mentiste ayer al decir que respetabas su voluntad.

—No, no mentí, nunca haría algo en su contra pero haré que ella sobrepase sus miedos y que por su cuenta tome la decisión correcta para su vida ¡Y deja de verla como una niña y mírala como lo que es: una mujer!

Reuben Costa enmudeció porque nadie nunca le había vapuleado el ego al extremo de no tener ni la fuerza para defenderse, Darío Elba había dicho una verdad tras otra: verdades que él nunca había tenido el valor de aceptar.

Temía amar a Nina y que ella lo dejara en esta vida y no volver a verla jamás, por eso en su cabeza la seguía viendo pequeña como antes de ese día en que todo cambió para él.

—Arréglate Reuben Costa que no vas a poder con ella si antes no sueltas lo que traes —finalizó Darío dándole un golpe en el brazo —Y no estoy jugando a los amiguitos de patio al tira y encoje y tampoco somos socios que no es un objeto numerable el que intentamos salvar: es Nina, es todo y sencillamente Nina.

—Yo ... no ... sé ... lo siento —balbuceó Reuben guardando la cara contra sus rodillas y se le habían aflojado las palabras cuando otra vez el inoportuno enfermero abrió la puerta.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora