Miró fijamente a Canjeador. Tenía mucho miedo, pero se concentró en virar.

-No quiero luchar contigo -dijo con todo la fuerza de la que fue capaz. Entonces el silencio cayó sobre él como un losa. El ruido del torrente desapareció a su espalda; el viento seguía agitando el follaje, pero sin sonido alguno. La capa de Canjeador se arremolinó mientras él buscaba un arma más. Aunque Gabe vio el centelleo de sus ojos y el movimiento de su boca, no oyó la voz.

Entró en Canjeador, se convirtió en Canjeador, comprendió a Canjeador. Sintió la malevolencia y el odio ciego, pero notó algo más: debajo de la teatralidad y la extravagancia había una sensación de rotundo fracaso.

Salió del viraje y, cuando volvió el sonido, lo primero que oyó fue el suave tintineo de algo que caía sobre los guijarros. Al bajar la vista distinguió un alijo de armas diminutas: puñales, garrotes y hachas de juguete. Parecían frágiles y mal hechas; algunas se habían roto al caer de la capa. El mango del estilete se había desprendido y la hoja era una simple esquirla de metal deslustrado.

Canjeador había retrocedido hasta la sombra del bosquecillo. Gabe recordó la enorme y astuta trucha suspendida a la sombra de la roca, y la forma en que él y Mati la habían atraído hacia el anzuelo.

Se irguió y dijo:

-En realidad eres muy débil, ¿no es cierto?

El enfurecido Canjeador se abalanzó sobre Gabe rugiendo, agitando los brazos y enseñando los cariados dientes; el hedor de su aliento sobrecogía. Gabe retrocedió y se obligó a virar de nuevo para descubrir todo lo posible. Se hizo el silencio.

Volvió a sentir el odio ardiente, pero esta vez intentó profundizar más, comprender más. Percibió que el mal estaba allí, pero el mal necesitaba el alimento de sus víctimas. Sin la cobarde fe en sus poderes, era posible que Canjeador no tuviera el menor poder.

«Le satisface que sus tragedias acaben como desea. Las pone en marcha y después las contempla desde lejos».

Gabe deshizo el viraje, se irguió y espetó:

-¿Te acuerdas de Mentor? Ha vuelto a ser el mismo de siempre y es un hombre feliz.

A Gabe le causó gran asombro, y gran satisfacción, que Canjeador profiriera un gritito ahogado.

-¿Y de un chico llamado Einar? -preguntó Gabe, que había retrocedido espantado cuando Jonás le contó su historia-. ¡Te rechazó! ¡Se negó a hacer el canje!

Canjeador escupió en el suelo y se carcajeó.

-Pero lo destruí.

-No, de eso nada -refutó Gabe con calma-. Se gana bien la vida, imita el canto de los pájaros y ha conquistado a una bonita joven.

Su oponente cayó de golpe sobre una rodilla y soltó un gruñido. Se levantó de nuevo, con rapidez, y se sacudió a manotazos la pernera.

-¡Has hecho que me ensucie! -exclamó señalando la mancha de tierra.

«¿Que he hecho que tú...?», Gabe tuvo un momento de confusión, pero pensó de nuevo en el viraje y en lo que había descubierto.

-La gente supera la experiencia -afirmó-, la gente buena es más fuerte que tú.

En franco contraste con su bravuconería previa, Canjeador se lanzó a hablar muy deprisa, como si fuese presa de los nervios:

-¡Bah! ¡Ya está bien de cháchara! Yo tenía pensado acabar este asunto lo antes posible. Debería haberte ofrecido una de mis armas (¿una alabarda, un mangual?) y hubiéramos luchado en buena lid. ¡Pero no, por supuesto! Tú no quieres eso. Tú quieres hablar. ¡Tú quieres zaherirme con comentarios desagradables! Y no voy a consentirlo. No. Supongo que ahora deberíamos negociar. Ese es mi terreno, ya sabes. Lleva siglos siéndolo. Encuentro degradante negociar con una mozalbete tembloroso, pero es lo que hay. Acabemos de una vez. Voy a proponerte un canje -concluyó con voz siniestra.

The Giver: El Hijo (libro IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora