En el panteón de Chicago, la misma ciudad donde el joven castaño había nacido y la misma ciudad que le había arrebatado la vida, muchas personas ya estaban reunidas alrededor del ataúd, que en su interior cubría el cuerpo de un joven. Que había vivido de una manera siempre feliz.

Albert, Nora, Archie, Annie, Patty, Ashley, la srita Pony, la hermana María y muchas personas más estaban con pañuelos en el rostro, sombrillas que los cubrieran del agua, atuendos negros, y rostros excesivamente tristes; de esta manera observaban con dolor una de las escenas más destrozantes de toda su vida.

Terry llego justamente cuando el cura estaba dando la bendición al cuerpo que yacía dentro del ataúd. Todas las miradas de los presentes se clavaron en él, preguntándose el porqué de la presencia de ese hombre en aquel momento. Pero no le dieron mucha importancia, simplemente cada quien se concentraba en seguir con sus pensamientos.

Albert pensaba en lo difícil de la situación: los dos pequeños se habían quedado sin sus dos padres. Uno murió y su mamá está en coma, así que ahora por ley la responsabilidad de ellos le era cedida a él.

Nora y Annie pensaban en el enorme sufrimiento de Anthony y Darlene, ya que la noticia no les fue del todo agradable, cuando ellas intentaron explicarles lo sucedió y la muerte de su padre, ellos no pudieron asimilarlo.

Pero...¿Como unos niños de cinco y dos años de edad pueden asimilar la muerte de su padre y el no ver a su madre del todo bien hasta quien sabe cuando? Claro que no lo pueden asimilar y ponerse felices, porque se trata de sus papás.

Ashley recordaba todos los momentos vividos al lado de esa familia tan unida, pero el accidente lo cambio todo, más aún por la verdad que salió a la luz... El joven Grandchester era el verdadero padre de Anthony. Éste por su parte pensaba en todo lo que Elliot hizo para darle un hogar, y una familia a su hijo, sobre todo la comprensión y aceptación a Candy.

El cura término con su deber y poco a poco las personas se fueron dispersando, desapareciendo de aquel lugar tan doloroso. Pero Terry fue la última persona en irse, se quedó mucho rato viendo fijamente al féretro que tenía el nombre de Elliot gravado.

—Elliot... No te conocí del todo, nunca te traté... Todo lo contrario, te llegue a odiar por obtener el lugar que yo desaproveche. Hice cosas a tu esposa que nunca me perdónare; sí porque era tu esposa, tu mujer... La madre de tus hijos, aunque Anthony no llevaba tu sangre pero sí tu apellido y tus enseñanzas, lo educaste durante cinco años y te lo agradezco. Gracias por darle todo tu apoyo a Candy, por aceptarla aun después de que te engañamos; por aceptar a mi hijo como tuyo, por hacerlos felices, gracias por todo... Por cuidar, de la mujer mas hermosa que pueda existir, gracias... Yo se que no merezco tu perdón pero... Perdóname por todo lo que hice en el pasado. Aun no olvido que me pediste cuidar de los niños y de Candy... Juro por mi vida que lo haré, haré que la felicidad que sembraste en los corazones de tus hijos jamás se extinga, al contrario... Los cuidaré y amaré en tu lugar, así como prometo hacer muy feliz a Candy... Lo juro Elliot, a-adios— Dijo y se quito el crucifijo que siempre llevaba puesto desde haber perdido a su hijo, aquel crucifijo que compro al recordarle el que Candy siempre llevaba puesto...

Pasaron tres días después de la muerte de Elliot, y Terry permanecía en casa por ordenes de sus padres. Pero muriéndose de ganas por correr a abrazar a su hijo, que seguramente estaría sufriendo por la pérdida de su padre. Hasta que una mañana recibió una llamada telefónica de un hombre que solicitaba su presencia en la mansión Green de Chicago. Terry no sabia el porque pero decidió ir.

—Bien... ¿Están todos los solicitados?— pregunto un hombre vestido formalmente que respondía al nombre de James, el abogado de la familia Green. Para después pasar lista en breve— Candice White, William Andley, Anthony Harley, Darlene White, Terrence Grandchester, Ashley Lebbim's— Dijo poniendo una palomita frente al nombre escrito en la hoja de papel.

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