Aunque había hablado muy rápido y gesticulado con bastante vigor, la última palabra se me murió en los labios. Me quedé mirando las tablas del alcázar como si fuesen a darme la respuesta a todo lo que me preocupaba. Como si la suciedad negra que se acumulaba en las vetas de la madera fuese la clave para purgar mis inseguridades. No lo era.
Los pies de Luna salieron de mi campo de visión cuando cruzó las piernas sobre el barril.
- Te entiendo -me dijo, y oírlo me calmó al instante-. Debí haberte dicho algo, pero he estado muy lejos y no he tenido tiempo. Es la verdad -se defendió, levantando las manos al verme poner los ojos en blanco-. He ido a ver a alguien que te echa de menos. Me ha dado un recado para ti, y todo. Pero supongo que no te interesa.
Estaba jugando conmigo. Bufé, y uno de los mechones rubios de mi flequillo me hizo cosquillas en la nariz. Lo aparté sin miramientos e intenté disimular mi curiosidad con un gesto de desinterés.
- Ya puede ser importante -murmuré. Al oírme, se rió entre dientes.
- De hecho lo es. Aunque parezca eterno, este viaje tiene un final que se acerca un poco más cada día, y al llegar no íbamos a tener casa, ni comida, ni idea de por dónde empezar a buscar el templo.
- Tenemos el mapa.
- Sí, pero ¿cómo es el mapa?
Desfasado. Impreciso. Ambiguo. Indescifrable.
- Mágico.
No era mentira. Todavía no sabía por qué brillaba con la luna llena ni qué hacer con esa información, pero no era mentira. Esta vez fue Luna la que bufó y tuvo que apartarse el flequillo de la cara.
- No me puedo creer que yo esté siendo la organizada y responsable.
- Dame un respiro, esta mañana he tenido que contar las sardinas de doce barriles como el que tienes debajo. Tengo la cabeza oxidada.
- Yo llevo siete horas volando sin parar en línea recta. Te gano.
Pues sí, me ganaba. Pero que yo no pudiese volar no era una ventaja. Si hubiésemos hecho el viaje juntas por aire me habría librado del cortejo insistente del capitán y de manosear tripas de anguila cada dos jueves, y ambas cosas eran más o menos igual de desagradables.
Luna notó mi silencio, y me cogió la mano derecha entre las suyas. ¿Cuándo había dejado caer yo la fregona?
- Eh -murmuró, y yo intenté mirarle a los ojos. No pude, pero me quedé atascada en la barbilla y con eso bastaba-. Lo harás algún día. Está en ti.
Siempre decía eso. Éramos iguales, éramos hermanas de alma, hijas de la Luna. Tenía que existir en mí el poder de volar con solo pensarlo, y de transformar mis piernas en una cola de pez como ella, cuando tocaba el agua. Pero no lo tenía y no sabía cómo descubrirlo. El amuleto que se escondía en lo más profundo del templo debería poder ayudarme, pero ¿y si no lo hacía? ¿Y si yo era normal y estaba malgastando todo aquel tiempo? ¿Y si era mejor invertir aquellos tres meses en intentar echarle el lazo a algún abogado o contable y pasar con él el resto de mi pobre vida?
Quizás, después de todo, los sueños no podían hacerse realidad más que para unos pocos.
- Annalynne.
Había vuelto a quedarme callada. Esta vez sí, tiré de mis ojos verdes hasta los suyos y vi que estaban llenos de preocupación. Me apretó la mano con suavidad.
- ¿No quieres saber quién me ha dado el recado? -sonrió un poco, y yo también lo hice. Había olvidado lo del Señor Interesante.
- ¿Quién? -pregunté con un hilo de voz.
- Tu amiguito, el chiquitín. Nos ha conseguido una casita en las afueras y ha contratado a unas chicas muy amables que nos traerán comida todos los días. Creo que le gustas y eso, pero puede que me lo haya imaginado.
Esta vez nos reímos de verdad. Era difícil encontrar una mujer que no le gustase a mi amiguito, el chiquitín, pero la amistad que manteníamos nos garantizaba un tratamiento especial. Luna me dio un codazo cariñoso en las costillas.
- Y todavía no sabes lo mejor. ¿Quién más va a estar ahí?
- ¿Thomas? -pregunté, conociendo de sobra las debilidades de ambas. Ella se mordió el labio inferior, sin ocultar su emoción.
- Thomas y Morgana -pronunció, remarcando cada palabra.
Después de todo, iban a ser unas vacaciones todavía más agradables de lo que esperaba. Vivir con Luna era maravilloso, pero poder charlar con Billy de nuevo convertiría la estancia en un paraíso terrenal. Y lo que él era para mí, Thomas y Morgana lo eran para Luna multiplicado por dos. No poder volar había dejado de parecer una desgracia.
- Somos terribles. ¿Nos merecemos algo de esto?
- Todo -sentenció Luna.
Y por primera vez empecé a creer que podía ser verdad.
- ¿Cuál era el recado entonces? ¿Qué precio tengo que pagar por la bondad de un Flinn?
- No es para tanto, es más un "ojalá" que le haría mucha ilusión -sonrió-. Me preguntó si alguna vez llevabas el collar que te regaló, y pensé que estaría bien si te viese llegar con él puesto.
Me llevé la mano a la cintura, de donde colgaba el saquito en el que había escondido mis posesiones más preciadas. Entre el amasijo de anillos y llaves se escondía una cadena de la que colgaba un medallón de oro con un león rampante grabado en ambas caras. Todos los días lo rozaba con los dedos, por lo menos una vez, para asegurarme de que no lo había perdido. Sería un placer poder llevarlo de nuevo.
- Eso está hecho -sonreí.
Luna me devolvió la sonrisa y se elevó un par de centímetros, abandonando el barril. Hora de despedirse.
- Te esperaré en el puerto -prometió.
No lo dudaba. Le estreché las manos con fuerza. Ella me recogió el pelo detrás de las orejas, como hacía siempre.
Sin avisar, salió disparada hacia el agua y escuché un chapoteo. Apenas me dio tiempo a correr hasta el pasamanos, y casi me caigo al asomarme para ver la cola escamosa de Luna, reluciendo bajo los últimos rayos del atardecer antes de perderse en la profundidad.
Adiós, Luna. Te veo en dos semanas.
Decidida, recogí la fregona del suelo y la escondí tras el barril. Escaquearme era mi especialidad. Serpenteé por las escaleras de las cubiertas inferiores hasta llegar a la bodega común, y rescaté de un manojo de cuerdas algo de papel, una pluma vieja y mi frasquito de tinta de calamar. Si algo era fácil de encontrar en aquel barco, eran botellas vacías.
Empecé a escribir la carta de inmediato, teniendo en mente lo poco fiable que era el correo embotellado del Mar Largo.
"Para Luna. Te has ido hace cinco minutos, pero de todos modos tengo mucho que contarte. Apenas llevaba una semana aquí la primera vez que el capitán y yo hablamos a solas, pero ya le tenía calado. Jamás en la vida has podido oír a alguien tan lleno de sí mismo. Lleva una perilla absurda con abalorios, y huele a..."
Seguí escribiendo hasta altas horas de la noche. Sabía que la recibiría, como recibía todo lo que era para ella. Para Luna.
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Para Luna
AdventureAnnalynne Dove era la luz de la aldea, el ojito derecho de sus padres, la dulce Galatea codiciada por todos los pastores solteros. Vivía su vida sencilla en una casita pintoresca, con lustrosas matas de hiedra trepando por las paredes encaladas, con...
Capítulo 1: Volver a casa.
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