La leyenda del dragón gota de sangre

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—¡¿Hemir?! —exclamó dichoso, mientras abrazaba a la mujer pelirroja —Estas bien...ya...ya no quieres matarme... ¿Verdad?¡Oh por todos los dioses! ¡Gracias Thor! ¡Gracias Odín!

La mujer solo se limitó a sonreír. Su rostro había perdido la gracia con el pasar de los años, pero Hemir, famosa por su vigorosidad en el campo de batalla, aun era dueña de una imagen de ensueño. Sus facciones armoniosas, sus rizos anaranjados, y su figura tonificada, le daban una apariencia similar a la de una valkiria.

—¿Te sientes bien?, ¿verdad? —dijo Kregar, tomando el rostro de su hermana entre sus manos.

—Si...solo...me siento algo cansada...—respondió la mujer, mientras observaba desorientada el cuarto y las cadenas que mantenían sus extremidades sujetas a la pared.

—Ordenare que te liberen... ¡Guardias!


La voz dura del rey se proyectó hacia el exterior de la celda produciendo un eco difícil de ignorar. Los guardias no tardaron en ingresar al recinto; primero observaron estupefactos a Hemir, quien ya no lucía monstruosa como ellos la recordaban, luego, miraron interrogantes a Kregar, el rey no tenía intenciones de explicar lo sucedido, su ceño fruncido lo indicaba, por lo que los subordinados se vieron obligados a liberar a la fémina. Cuando las cadenas se separaron de las extremidades de la mujer, los vikingos retrocedieron perturbados, pues en la nuca de Hemir aún se encontraba la marca roja que la había transformado en una demente.


—Gracias...—musito la pelirroja, incorporándose.

Kregar esbozo una sonrisa al ver a su hermana de pie, sin advertir aún la presencia de la marca que decoraba el cuello de Hemir.

—Su...su majestad...—tartamudeo uno de los vikingos.

—¿Qué quieres Ragnar? —bufo el monarca.

—La princesa...aun...aún tiene la...la marca...—susurro Ragnar.

Kregar giro los ojos lentamente. Su sangre se congeló cuando divisó entre los cabellos anaranjados de Hemir, una marca roja brillante, que se extendía a lo largo de su cuello. Abrió la boca para ordenarles a sus subordinados que la ataran nuevamente, pero sus palabras no fueron emitidas con la velocidad suficiente, pues antes de que llegaran a los oídos de los guardias, Hemir logró escabullirse hacia la puerta.

—¡Hemir, regresa! —gruñó el rey, mientras observaba a su hermana atravesar el umbral.


La mujer hizo caso omiso a los gritos de su hermano, y ágilmente subió las escaleras. Sin embargo, se detuvo de golpe cuando la luz de las antorchas golpeó su rostro. El brillo de las llamas la cegó por un instante, momento que, Kregar aprovechó. El vikingo pelirrojo se abalanzó sobre Hemir y tras ello, los guardias se acercaron a la doncella con la intención de atar las manos de esta, pero, la escandinava no se rindió. Clavo sus dientes en una de las orejas de su hermano hasta hacerla sangrar. 


Los subordinados del rey en lugar de ayudar al monarca retrocedieron perturbados; el rostro angelical de Hemir se había tornado más pálido de lo normal, sonreía, mientras arrancaba la piel de Kregar, parecía que realmente disfrutaba del dolor ajeno.

—Hemir...detente...

La pelirroja abrió los ojos de par en par cuando percibió la voz quebradiza del rey. Lastimosamente se apartó del hombre herido, para luego, dar un vistazo a toda la multitud espantada que la rodeaba.

—Lo...lo siento...—dijo con un nudo en la garganta —Yo...yo no quería...


La disculpa de Hemir fue interrumpida por la aparición repentina de un grupo de guerreros, que fueron atraídos por los gritos de las sirvientas que habían huido despavoridas tras ver a la pelirroja. 

La maldición del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora