—¡Oye, no hagas drama! —Suse me sacudió por los hombros—. Lo siento, Becky, pero no acabo de hilar las cosas. ¿Podrías intentar de alguna manera... empezar por el principio?

Suse reflexionó.

—¿Quizá por el metro? Eso es lo último en lo que me quedé. Lo viste en el metro, y creo que entre ese día y el de ayer han pasado un montón de cosas. Por ejemplo, que tú no fuiste solo a dar un paseo por la orilla en Falkenstein Ufer. ¿Tengo razón?

Asentí, y de pronto no podía creer que hubiera excluido a Suse de todo aquello. Inhalé hondo y comencé a contar.

Los ojos de Suse se agrandaron a cada minuto que pasaba; a veces carraspeaba o se ponía la mano delante de la boca, pero no me interrumpió hasta que llegué a mi irrupción en el consultorio de Janne. Al hablar de las grabaciones de Janne, se sobresaltó. Para mi máxima sorpresa no comentó nada sobre lo que me enteré de Lucian en el consultorio. Fue Janne quien la horrorizó.

—Por lo que me ha hecho mi madre en los últimos meses, podría mandarla disparada a la Luna —expresó entre gruñidos—, pero al menos ha sido honesta. Lo que tu madre ha hecho contigo pasa de castaño oscuro, Becky. Janne ha visto lo que te está pasando, sabe lo que le sucede a Lucian y, pese a todo, los ha tenido embaucados a ambos durante semanas, sin pestañear siquiera; y, lo que es más, te condenó al arresto domiciliario para espiar a Lucian. ¡Te deseo lo mejor con esa madre!

Suse hablaba rápido y llena de enojo.

—¿Y tú eres la que quiere una tijeras para los huevos de Dimo? ¿Qué le pasa a tu madre? ¿Cómo pudiste mirarla a los ojos ayer? Quiero decir...perdón, pero... sin soltarle un golpe con la muleta.

Me encogí de hombros sin decir palabra. De todas formas lo hice.

Estuve totalmente tranquila. Quizá porque, luego del shock de ayer, mis pensamientos giraron exclusivamente en torno a Suse. Y quizá también...

—Porque estoy igual que tú, Suse —susurré—. Estoy tan herida y tengo tanta angustia... ¿De dónde sabe Lucian todas esas cosas sobre mí? ¿Porqué conoce mi bata azul? ¿De dónde sabe de mi padre y de nuestras conversaciones, palabra por palabra? ¿Cómo es que se acuerda de la casa de los espejos, de mi colchón inflable en forma de tiburón y mi libro ilustrado favorito? Y luego —apenas si pude pronunciar las últimas palabras—...todas esas cosas que he soñado. El mono de papel maché, y esa última noticia del pony, la mujer de la buhardilla y John Boy. ¿Por qué Lucian sueña que monto a caballo y que mi periquito muere?

—¿Por qué no se lo has preguntado a él? —saltó Suse con rapidez.

Rara vez había visto a mi amiga tan pragmática.

—¿Por qué no lo esperaste enfrente del consultorio?

"Porque me puse a repartir volantes en Eimsbüttel", pensé, y suspiré...

—Porque ya no podía más. Se me acabó la seguridad.

—¿Y no tienes ni idea de dónde podría estar ahora? —Suse miró el teléfono—. ¿Ningún número, ninguna dirección?

Meneé la cabeza y a través de mis dedos resbaló un mechón recién cortado.

—Solo sé que trabaja en un bar y que vive con un tipo. ¿Tengo que ir a buscar en todas las viviendas y bares de Hamburgo?

Suse suspiró.

—De acuerdo —admitió—. No es una buena idea. ¿Y en el periódico? ¿En las noticias? ¿No has visto nada que pudiera relacionarse con él?

—Nada —me quedé mirando a Suse—. ¿Y si realmente es un psicótico? ¿O un merodeador? O...

—Nunca he oído que los merodeadores sean videntes —subrayó Suse—. Y si Lucian ha soñado realmente con todo eso que estuvo bajo la cobija de la cama cuando aún eras una niña pequeña, o ese momento en el hospital...todo esto me suena a un gemelo vuelto a nacer.

—¡Estupendo! —me eché a reír, aunque me sentía perdida por completo—.Este pensamiento ya lo había tenido, y al final llegué a pensar en escribir una telenovela que se llame Desperate Daughters, que me daría la gloria y mucho dinero. De momento no saco nada he ahí...

—Ok, dejémoslo —Suse sonrió con suavidad y presionó sus dedos sobre el párpado hinchado—. Quizá sea un mentalista —especuló.

—Si realmente sueña cosas que están en el futuro, todo esto no es tan aberrante. ¿No crees?

Tronó los dedos.

—¡Ya lo tengo! —gritó emocionada y señaló hacia su cesto de papeles, donde asomaba la revista Stern que la semana pasada estaba en su mesita de noche—. Allí hay un artículo sobre una masajista que afirma que en una vida anterior fue herrero y se llamaba Josef. Se acordaba todavía de cómo se sentía el yunque en su mano.

—Sí, claro —dije seca—. Y yo en una vida anterior fui el Niño Jesús en la cuna y escuché cantar a los angelitos. En serio, Suse, Lucian tiene sueños donde yo aparezco. Se acuerda claramente de mí, de detalles insignificantes, y todos cuadran.

—Ah, sí. Hasta ahora solo cuadran las cosas de tu pasado—replicó Suse para calmar las cosas—. Lo referente al futuro todavía no se ha cumplido.

Suse me dio un empujoncito en un costado.

Cómo era lo del mono? ¿Ensangrentado, de papel marché? ¿Un pony de patas cortas?

—No, nada de patas cortas —distraída, me sacudía las puntas de pelos de los jeans cuando, de repente, Suse lanzó un grito estridente.

—¡¿Qué?! —me encogí toda—. ¿Ahora qué mosca te pico? ¿Por qué te quedas mirándome así?

Suse no dijo nada. Se levantó y tomó un espejo de su mesa de maquillaje. Lo puso ante mi cara y, cuando miré, mi imagen tembló.

Vi mi nuevo peinado. Mis cabellos eran notoriamente más cortos y llevaba pony (flequillo).

—¡Dios mío! —exclamé. Suse dejó caer el espejo, pero yo ya estaba en la puerta.

Al llegar a casa, oí hablar a Spatz.

—Janne, ¿eres tú?

No respondí.

—¿Rebecca? —la voz de Spatz sonaba llena de pánico—. ¿Puedes subir?

Subí corriendo la escalera de caracol y vi a Spatz ante la jaula de la que salía un trino claro y desesperado. Jim Boy se había posado en el columpio y aleteaba sin control.

Spatz se volvió hacia mí. Se quedó mi cabello por un segundo. Puso una cara como si le fuera dar un ataque. Luego observó la palma de la mano.

—Es cierto —murmuró—. Ha ocurrido. John Boy está muerto.

Continuara...

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora