Las Mujeres de Alucard

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—Pues sí, así es—. Decía acomodándose las solapas de su gabardina, jactándose de ello.

—¿Por qué no nos cuentas quien fue la mejor?—. Preguntó Pip.

—No, mejor que nos diga quien fue la primera—. Intervino uno; por lo general los gansos no hablaban mucho con Alucard pues les daba cierto miedo, pero estaban demasiado animados y ebrios como para disipar toda clase de desconfianza.

—¿O por qué no mejor todas?—. Intervino otro.

—¡Sí, todas!—. Aclamaron los demás. A los mercenarios les dio curiosidad por saber todo el repertorio de anécdotas de Alucard, y es que, conociéndolo como lo conocían, estaban seguros de que serían relatos muy excitantes.

Alucard se mostró reacio al principio, pues no estaba acostumbrado a contar sus asuntos personales y menos con demasiada gente que apenas si conocía; pero por otro lado sentía el entusiasmo y hasta admiración de los gansos al creerlo un Casanova, ese hecho apeló a su ego y finalmente se animó a participar. —Está bien, ¿por dónde empiezo?

—¡Por la primera, la primera!—. Aclamaron.

—Bien, la primera mujer que conocí y amé fue mi esposa, Ilona, era muy bella su cabello era largo ondulado y negro, su piel blanquísima como porcelana, como toda dama de su tiempo era muy reservada, practicante de las buenas costumbres y fiel seguidora de la iglesia ortodoxa.

—¿Cómo era físicamente?

—No era una mujer de grandes curvas ni voluptuosa como las que les gustan, pero eso nunca me importó, de hecho no tengo un tipo específico de mujeres.

—¿En serio? Siempre creí que te mataban las rubias—. Decía Pip ironizando.

Alucard se rió de buena gana. —Si lo dices por mi ama y mi sirvienta es sólo una casualidad que ambas sean rubias de ojos azules, Integra estaba destinada a ser mi ama desde el día en que nació y Seras estaba ahí en la escena del crimen. Yo no las elegí ni ellas me eligieron.

—Pero bueno, regresa al tema de tu esposa, ¿qué pasó con ella?—. Preguntó ansioso el mercenario casado, tal vez sintiéndose identificado con la historia.

—Decía pues, que fui feliz a su lado, con ella tuve el amor que nunca tuve desde que nací hasta ese momento. Pero lo bueno no dura para siempre, especialmente en mi caso, los turcos arrojaron una nota al castillo diciendo que yo había muerto mientras estaba en batalla, ella creyó en la carta y se lanzó al río por la pena.

Los mercenarios estaban serios escuchando atentamente.

—Luego de eso me sentí muy triste así que en ese tiempo empalé a más gente que en todo el tiempo que duró mi principado. También me acosté con muchas sirvientas y hasta gitanas. Recuerdo que había una chica que era mi favorita, obviamente no fui el primero en su vida pero eso tampoco me importaba, era pelirroja y tenía mucho más busto que mi difunta esposa.

—¿Y la amabas?

—Desde luego que no, me gustaba solamente, era muy buena amante.

—¿Y qué le pasó?

—La maté.

Los mercenarios dejaron caer su quijada al suelo. —Mataste a tu chica favorita que era buena amante ¿es enserio?—. Cuestionó Pip.

—Hizo algo que simplemente no podía perdonarle, ella me mintió aun sabiendo que aborrezco a los mentirosos, y fue una terrible mentira: ella me dijo que estaba embarazada; yo me alegré, los hijos eran buena noticia en aquellos tiempos, y había pensado en educarlo en el arte de la guerra para que fuera un soldado en mi ejercito cuando tuviera más edad. Mandé a una comadrona para que la revisara y me dijera su estado de salud, pero la vieja partera me dijo que ella no estaba en cinta. Así que agarré mi espada y le abrí el vientre para que me enseñara el fruto de su vientre—. Se hizo el silencio pues los franceses estaban con la boca abierta, perplejos. —Lugo de eso ninguna se atrevió a mentirme.

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