- No es por nada  - comenté -, pero todas sabemos que Mac tiene novia.

- ¿Y eso que importa? - canturreó Eva, desde el fondo del grupo

Todas estallaron en carcajadas, y yo las imité, tratando de sonar tan despreocupada y absurdamente feliz como siempre. Kat me cogió del brazo y arrastró con ellas a la pista de baile, mirando a los chicos que la observaban con una sonrisa coqueta en sus rojos labios.

- Bueno, Kate - dijo al cabo de un rato - Sabes que habrá que convencer a una de las santas para que nos lleve de vuelta a casa ¿No?

- Claro, aunque no sé si a estas horas aún seguirán aquí - comenté, fingiendo estar más borracha de lo que estaba

Kat estalló en unas carcajadas tan agudas que tuve que ocultar una mueca. Ya llevaba en ese pueblo más de dos años, y aun no me había acostumbrado a las risas y las voces de mis amigas. Me vinieron a la mete imágenes de cómo era antes del pueblo, de cómo era vivir en una ciudad e ir a un instituto en el que... Sacudí la cabeza y aparté eso de mi mente, no era el momento.

- Chicas, creo que ya deberíamos volver - dije, un poco dubitativa

Todas me miraron, tan ebrias que apenas se sostenían en pie.

- ¿Por qué? - Pregunto Mel, que se tambaleó hacia atrás y estalló de nuevo en carcajadas

- Creo que Kate tiene razón - me apoyó Eva, mirando su Daniel Wellington - Son casi las cuatro de la mañana.

El grupo miró a Kat, como bebés que esperan a que su madre les dé permiso para algo. Kat se dio cuenta de eso - como siempre - y sonrió con superioridad, me miró y asintió con la cabeza.

- ¡Idos vosotras chicas! - gritó, con una sonrisa misteriosa en el rostro

- ¿No vienes? - Preguntó Cleo - Entonces mejor que nos quedemos todas...

Kat soltó un suspiro exagerado, aunque estaba claro que esa situación le gustaba a más no poder. Siempre siendo el centro de atención... y, dios, como le gustaba.

- Yo me quedo con Brad - dijo guiñando un ojo -, tenemos... cosas que hacer.

Todas se rieron y Kat se alejó del grupo, contoneándose, hacia un corro de chicos que bebía cerveza. La demás fuimos hacia la puerta del jardín, cruzando la piscina, donde la música sonaba a todo volumen. Algunas de ellas se quedaron con chicos que las paraban camino a la salida, sin duda con intenciones provocadas por los vestidos que llevábamos. Para esa fiesta yo había decidido ir con un vestido de tubo dorado, que hacía juego con mis ojos color miel y mis labios escarlatas. A mí también me paró alguno, pero muchos menos que de costumbre; la bofetada que le solté a Mike, debía de haber dejado claro que eso noche no quería lio.

Después de cruzar la piscina, sólo dos chicas más habían decidido irse a casa: Jakie y Lucy, a las que tenía colgadas una de cada brazo, evitando que se cayeran de bruces.

- Bueno... - murmuró Jakie, aunque casi no se la entendía al hablar - ¿Condufco yo?

Lucy se rió sonoramente y asintió con la cabeza. Jakie levantó las manos al cielo y se puso a dar vueltas sobre sí misma mientras caminaba, por lo que la tuve que sujetarla de nuevo y retenerla a mi lado.

- No, Jakie - suspiré y negué con la cabeza -, voy a llamar a un taxi.

- Podque... ¡Yo quiedcondufir! - pataleó, sacando el labio inferior en un puchero

Yo negué con la cabeza y saqué el móvil.

- Oye, ¿de vedad has pegado a Mike? - preguntó de repente Lucy

Asentí con la cabeza y me envolví el cuerpo con los brazos, hacía un frío increíble. Mis dos compañeras continuaron hablando de tonterías y yo intenté no tener que participar en la conversación.

La noche era oscura a mi alrededor, tan solo iluminada por los faros de los coches que pasaban a estas horas. La música de la fiesta llegaba amortiguada a mis oídos, interrumpida por las voces de mis amigas. Lentamente, me fui relajando; mis hombros se destensaron y mis músculos se calmaron. Ya había salido de la fiesta. Solo tendría que fingir durante unos minutos más.

El taxi llegó por fin, y yo subí a mis amigas a duras penas. Le dije al taxista nuestras direcciones, y como mi casa era la que estaba más cerca, le pagué de más para que llevara a las dos chicas.

Me quité los tacones y subí los escalones del porche lentamente, con la cabeza aun palpitando y el corazón a mil. Saqué las llaves del bolso y entré a mi casa, que, como siempre, estaba vacía. Mi madre tuvo un derrame cerebral hace cosa de cuatro años - cuando yo tenía catorce - y murió al día siguiente. Mi padre trabajaba todo el día para mantenernos, y mi único hermano se fue del país cuando murió mamá.

Pero bueno, supongo que eso ya no importa.

Una vez en mi cuarto, tiré los tacones al suelo y examiné me habitación; Tenía las paredes blancas, llenas de fotos colgadas por todas partes. Había un escritorio a un lado, con una lámpara y un portátil viejo - que iba fatal para escribir -. En la otra esquina de la habitación descansaba la cama y, justo delante de ésta, una estantería repleta de libros. Los ojos siempre se me iluminaban cuando la miraba, me encantaban los libros, la literatura... Sí, era lo único que necesitaba.

Me puse el pijama y me tiré en la cama. Craso error. Como cada noche, los recuerdos me inundaron la mente, recuerdos de mi antigua vida; Las críticas, las miradas, los insultos... Cerré los ojos con fuerza. Ahora nadie lo sabe. Nadie se atreverá a meterse conmigo. Por eso he cambiado me dije a mí misma. He sacrificado cada partícula de mi antigua personalidad, de mi antiguo yo para ser como soy ahora, para que no me pase lo que me pasó allí. Lo he ocultado todo tras un muro de hierro, y me he cubierto el rostro con una máscara de diamante. En ese momento, mi vida era aparentemente perfecta; era popular y respetada. Tenía todo lo que siempre había querido... o eso pensaba.

Máscara de diamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora