En menos de una hora le tocaba de nuevo el biberón y hasta que no hubiese hecho la toma no

volvería a caer en brazos de Morfeo. Suspiró agotada. Sabía que la maternidad sería dura, más,

estando sola, pero como ninguna de sus amigas más allegadas había sido madre aún, y era hija

única, nadie le había advertido del agotamiento al que se vería sometida aquellos primeros meses.

Que además, por las circunstancias del parto, habían sido especialmente duros.

Michael había sido un niño prematuro. Lo tuvo pocos días después de haber cumplido los siete

meses de embarazo. Y aunque estaba sano y su peso no era muy bajo, dos kilos trescientos gramos,

sí tuvieron algunos problemas durante el nacimiento que los obligaron a permanecer en el hospital

durante algunos días para mantenerlo en observación. Pasar por todo aquello sin pareja había sido

duro. Por suerte tuvo a sus amigas con ella, apoyándola y sosteniendo su mano mientras veía

aquellos primeros días de vida de su bebé, a su hijo en una fría incubadora de la unidad de neonatos

del hospital. El periodo del hospital duró tan solo un par de semanas y quince días después de su

nacimiento, pudo volver a casa con su pequeño.

Recordó haber pensado en aquel momento que lo peor ya había pasado y que a partir de ese

instante sería un camino de rosas. ¡Cuán equivocada había estado! Michael había resultado ser un

pequeño poco dormilón, muy tragón y con una necesidad de afecto maternal que la tenía

prácticamente todo el día y gran parte de la noche pegada a él, que demandaba su atención cada

poco tiempo.

Los estresantes horarios, las continuas tomas de leche materna, que previamente ella se tenía que

extraer para poder dársela en un biberón, porque Michael no se había conseguido enganchar al

pecho, tal vez por ser prematuro. Los cambios de pañal, llantos, cólicos del lactante y demás

situaciones nuevas para ella, como madre, la tenían feliz pero exhausta y no iba a negar que en

ocasiones agobiada y frustrada. Ciertamente cualquiera de esos momentos desaparecía por arte de

magia con una de las sonrisas del golfo de su peque, pero en aquel momento habría pagado con un

par de años de vida, algunas horas de sueño extra.

Observó a Michael y tuvo claro que todo el espabile que le faltaba a ella, lo tenía él con creces

y decidió abandonar los intentos de volverlo a dormir. En lugar de eso, lo llevó a la cocina y lo

sentó en su sillita balancín mientras ella se preparaba un buen vaso de leche. Miró el gran bote de

galletas sobre la encimera de la cocina y estuvo tentada de tomar un par, hasta que se vio reflejada

en los cristales de la vitrina en la que guardaba la cristalería. A pesar de haber pasado tres meses

desde que tuvo a Mickey, su cuerpo no había vuelto a su estado anterior por completo. Se sentía

redonda y flácida. Volver al gimnasio era un lujo que no se podía permitir aún, tan inalcanzable

como la peluquería, la manicura o una tarde de cine con las chicas. Ya no recordaba lo que era

dedicarse un poquito de tiempo a ella misma. Y la mayor parte del tiempo no lo echaba de menos,

salvo cuando pensaba en su trabajo. Jamás había estado tanto tiempo sin trabajar y una parte de ella

lo echaba de menos. Siempre había sido una gran profesional. Una de las mejores agentes

inmobiliarias de Nueva York. Vender, el trato directo con el cliente, conseguir las mejores

propiedades y condiciones para hacer cumplir sus sueños... Mucha gente no encontraba encanto a lo

que hacía, pero ella lo adoraba. Y uno de los alicientes de su trabajo era que al estar de cara al

público era imprescindible tener una imagen cuidada en todos los aspectos. Siempre había sido una

mujer coqueta y había disfrutado durante años de prodigarse los mejores cuidados, hasta que

Michael se convirtió en el centro de su universo.

Un pitido agudo la sacó de su ensoñación. Despertó abruptamente de sus delirios y apagó la

alarma de su teléfono móvil, que llevaba en el bolsillo. 4:30 de la madrugada, hora de volver a

sacarse la leche para el biberón.

—Bueno, peque, llegó el momento. ¿Quieres ver a mami hacer de vaca lechera para darte el

desayuno de los campeones?

A Mickey pareció hacerle gracia el comentario, pues obsequió a su madre con una mirada

risueña. Dulce le devolvió la sonrisa y encendió el sacaleches que en cuestión de segundos inundó

el ambiente son su zumbido grave y monótono.

Sirena de AzúcarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora