3; alma fragmentada.

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— ¡Jefe! –Henry estuvo hincado frente a ella casi al instante–. ¿Estás bien? Demonios, es evidente que no –se dio un golpe en la magilla–. ¿Qué mierda te está pasando?


Sus ojos picaron de nuevo, tan molestos como las veces pasadas. Parpadeo un par de veces antes de abrirlos de golpe, encontrándose con la mirada preocupada de Henry, supo reconocerlo a duras penas, sin embargo, ahí estaba esa sonrisa que el hombre ponía cuando estaba nervioso en situaciones desconocidas para él.


—N-No lo sé, yo... no lo sé –respondió entre jadeos.


Vio como Henry parpadeó ante la imagen frente a sus ojos, la mujer se veía enferma, como si estuviera sufriendo de alguna enfermedad terminal; grandes ojeras yacían debajo de sus ojos, sus labios resecos y su piel estaba más blanca de lo habitual, casi siendo traslúcida y dejándole ver las venas en sus brazos, piernas y pecho. Sin embargo, lo que hizo que su boca se secara como el desierto mismo, fue ver esas pequeñas lágrimas bajar por sus pálidas mejillas hasta el inicio de su barbilla.


—Tenemos que llevarte con muerte —dijo estirando los brazos.


—No –lo detuvo–. No me toques.


—Me importa una mierda –refutó tomándola en brazos, sintiendo lo ligero que era su cuerpo cuando se puso de pie–. Cállate y déjame llevarte con Muerte.


El simple tacto de la cálida piel de Henry contra la suya fría hizo que se tensara, jamás había sido tocada y no podía describir como se sentía aquello, tenía ganas de protestar, pero no lo hizo, solo se dejó hacer mientras se aferraba a las solapas de la chaqueta del hombre. Incapaz de negarse ante tal orden. Nadie en toda la eternidad la había tocado aparte de La Muerte misma al ser quien la había creado, pero era bien sabido que el oque de La Muerte era diferente del resto. 


Volvió a cerrar los ojos arrullándose como un bebé por el incesante e indescriptible palpitar del corazón de Henry y, soltando un suspiro antes de perderse entre la bruma que la envolvía, se preguntó cómo sería si el suyo también palpitara.


Su inconsciencia no duró mucho, puesto que cuando volvió en si Henry estaba azotando la puerta del despacho de La Muerte y la cruzó con ella todavía en brazos. Sus ojos vagaron hasta el final de la habitación, donde yacía un escritorio de caoba negra y detrás de este, una impotente figura se encontraba sentada en un sillón de cuero negro.


El lugar le era familiar, había estado ahí demasiadas veces como para contarlas, así mismo estaba familiarizada con aquella mirada cargada de poder que La Muerte le daba cada que entraba, justo como la que les estaba dando en ese momento.


— ¿Se puede saber por qué demonios entras de esa manera a mi oficina? –exclamó desde su lugar, poniéndose de pie tan rápidamente como pudo–. ¿Qué significa esto?


—Perdone por la intromisión tan ruda, señor –Henry habló acercándose para dejarla en uno de los sofás de la habitación–. Pero mi jefe no está bien.


La muerte frunció el ceño, saliendo detrás de su escritorio. — ¿Mi ángel? –Henry asintió apresurado, dando un paso atrás cuando paso por su lado.

Etéreo ➳The Originals.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora