25. Ella descubrió a su admirador secreto.

Comenzar desde el principio
                                    

Él frunció el ceño.

—Sí, Jessica, ¿de qué estás hablando?

—Ay, no te hagas.

Negó con la cabeza. Ella los miró a los dos.

—Sí sabes que ella es Layla Bramson, ¿verdad?

No contestó. Tenía la vista clavada en algún lugar en la vitrina. Se había sonrojado.

—¡Por Dios! ¡No lo sabes! ¡Yo y mi bocota! Lo siento, juraba que sabías.

Se sintió igual que hace unas horas en la pastelería, todos sabían que pasaba menos ella.

—¿De qué está hablando Jessica, Zack?

Él le dio una sonrisa torcida.

—Historia divertida, pero muy larga. ¿Y qué decías de invitarme a un postre?

Ella entornó los ojos.

—No hay historia, no hay postre.

Él rio de buena gana.

—No puedo contar historias con el estomago vacío.

—Pero si hace cinco minutos ni querías entrar.

Jessica rio.

—Sabía que ustedes se llevarían bien. Sigan. No se queden ahí en la puerta. Serviré postres para ambos.

—El mío para llevar, por favor —dijo Zack. 

Layla recorrió el lugar con la mirada, la mayoría de mesas estaban ocupadas, pero Elijah no estaba en ninguna de ellas.

—Pensaba que Elijah estaba aquí.

—Estaba, pero hizo una llamada y se fue. Dijo algo de lanzarse de un puente. Me preocuparía si no supiera como es.

Ella frunció la boca.

—Ya volverá.

Tomaron asiento. Ella cruzó sus dedos bajo de su mentón.

—¿Y bien?

Él no ponía los ojos en los suyos, jugaba con la servilleta.

—Zack...

—Estoy enamorado de tus postres hace como un año. Solo que sabía que los preparaba una Layla Bramson, pero no sabía que tú eras esa Layla Bramson, lo supe cuando llegamos aquí.

—¿Cómo pasó eso?

—Jessica me dio un día uno y desde que estás trabajando aquí vengo cada lunes religiosamente a comprarlos. Son mi perdición.

Ella lo miró en silencio unos instantes.

—¿Sabes que creo? Que quizá un día yo estaba recostada en mi cama leyendo tu libro...

—Esa imagen es un poco provocativa, no quiero pensar que me estás seduciendo.

Ella sonrió y rodó los ojos.

—Dejame terminar. Yo estaba acostada leyendo tu libro y en ese mismo momento tú estabas comiendo uno de mis postres. Así, sin conocernos, sin saber que estabamos en la misma ciudad. Me pregunto cuántas veces nos hemos cruzado sin llegar a conocernos.

Él se echó hacia atrás en su silla.

—¿Sabes cuál es el término para eso?

—¿Cuál? 

—Sincronía. 

—Va a ser mi palabra favorita del día.

—La mía también.

Sincronía [Disponible en papel y ebook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora