—Sabes que yo te quiero mucho, ¿cierto? Cuando éramos niños te lo decía todo el tiempo, tú solías responder: yo también. Luego creciste y dejaste de responderme.

Su garganta se tensó, pude notarlo por la forma en la que trago. Apretó los labios y negó antes de señalarme la puerta dirigiéndome una mirada rígida.

—Vete.

—Siempre he querido cuidarte, desde que mamá llegó contigo a casa y me mostró tu cara. Lamento no haberlo hecho a como debí.

—¿Cómo por qué tendrías que cuidarme? ¿Por qué soy mujer? ¿Por qué según tú las mujeres somos seres débiles que necesitan ser cuidadas por un hombre? —cuestionó a la defensiva.

Mantenía las manos guardadas dentro de la bata, desafiándome con la mirada pese a que su nerviosismo e inseguridad eran perceptibles.

—Porque eres mi hermanita. Si fueses un hombre también tendría la necesidad de protegerte, no intentes desviar esta charla.

—Pablo, vete.

—Te quiero mucho —confesé viéndola a los ojos—. Lamento no haberme comportado como tu hermano mayor. Debí alejarte de las personas que podían hacerte daño, en lugar de acercarlas.

—¡Dios! ¿Qué fumaste?

Volteó huyendo de mis ojos que no dejaban de contemplarla, como si tuviera miedo de enfrentarlos. Deseaba acabar con aquella barrera que ella había impuesto años atrás, quería acercarme hasta abrazarla, sin tener miedo a incomodarla.

—Ya lo sé todo —rompí el silencio—. De haber estado al tanto antes, te juro que no hubiese continuado siendo mi amigo. —Bajó la cabeza, mostrándose insegura de nuevo—. Fuiste muy valiente y fuerte ¿lo sabes?

—Lo sé —susurró.

—Sé que no me necesitas. Que eres capaz de hacerlo todo sola, pero cuentas conmigo, hoy más que nunca.

—Vete, estúpido —aquella fue una suplica, su voz se había quebrado.

—Gracias por Lu. No tienes idea de lo que tú y ella significan en mi vida.

La tensión que se instauró se tornó insoportable. La culpa y el dolor que dejó como consecuencia el quiebre de nuestra relación, se mezclaron en mi pecho, haciendo de aquel momento más difícil. Volteó y me observó con dudas, antes de dar un paso hacia el frente. Ni siquiera lo pensé, la rodeé con los brazos hasta atraerla a mi pecho, en donde permaneció inmóvil por un largo momento.

—Camila no tenía por qué decirte nada —dijo con debilidad.

—Lo sé, debiste hacerlo tú. ¿Por qué no lo hiciste antes?

Mi mano se movió por su espalda queriendo reconfortarla, pese a su postura llena de rigidez. Me estaba permitiendo abrazarla, sin embargo, sus brazos continuaban caídos a los lados.

—Porque ibas a ponerte al lado de él, me ibas a culpar a mí. Los dos son iguales.

—Nunca hubiera hecho algo así.

La abracé con más fuerza, desesperado por borrar la angustia que identifiqué en su voz. Sentí tener entre mis brazos a la Nicole más joven que corría a contarme cuando algo la había hecho sentir mal.

—¿Qué hubieras hecho?

—Partirle la cara y sacarlo de nuestras vidas.

Ladeó la cabeza para apoyarla en mi pecho mientras el breve sonido de su risa flotó en el aire. Tenía años de no tener así de cerca a mi hermana, por ello intenté mantenerme quieto, cualquier movimiento podía acabar con aquel momento.

Malas DecisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora